Revista Libros

De Herta Müller a la memoria silenciada de nuestros campos de trabajo.

Publicado el 22 junio 2010 por Almargen
Leo a Herta Müller.
De Herta Müller a la memoria silenciada de nuestros campos de trabajo.Su novela, recién editada en España, Todo lo que tengo lo llevo conmigo. Es la crónica, basada en hecho reales, de una víctima de los campos de trabajo que creó la Unión Soviética para recluir y someter a mil penalidades a los alemanes de Rumanía bajo la sospecha de haber colaborado con el nazismo. Los hechos reales a los que me refiero se basan en la experiencia vivida por el poeta Oskar Pastior y por otros supervivientes de aquellos campos y relatada a la propia Herta Müller en diversas conversaciones. La novela, cuya lectura entre agobiante y magnetizadora me ha hecho pasarme algunas estaciones de metro en más de una ocasión, se sustenta, sobre todo, en la evocación de la cotidianidad, filtrada a la luz de objetos e instantes de lo más variado, del campo de trabajo. El hambre, la falta absoluta de horizontes, la muerte como partede la realidad diaria, la satisfaccion de las necesidades fisiológicas, la suciedad filtrándose por los poros de cada condenado, las pequeñas y grandes miserias de los presos, los asesinatos, la mezcla de mala conciencia y crueldad de los verdugos, la vida en los pueblos miserables que se levantan a escasos kilómetros del campo... Todo ello le sirve a la narradora rumano-germana como material de primer orden para construir el caleidoscopio de la vida en el límite o, digámoslo en el feliz título que, en Babelia, pone Cecilia Dreymüller, a la entrevista que apareció en sus páginas el pasado domingo, de "la vida extrema". 
De Herta Müller a la memoria silenciada de nuestros campos de trabajo.Leí, sí, la entrevista. Y su contenido me llevó a comprar el libro en cuanto tuve oportunidad. Y a devorarlo. ¿Por qué?, os preguntaréis. Por unas palabras de Herta Müller que me llamaron poderosamente la atención. Dice la premio Nobel: "En Alemania se ha llevado a cabo una larga concienciación histórica," --se refiere a las experiencia de los campos de trabajo y de concentración) "en relación con el fascismo y la guerra, pero en los antiguos países del Este como Rumanía, Hungría o Bulgaria, queda todavía mucho por hacer. Por eso empecé a hacer entrevistas a los supervivientes, viajé a Rumanía, a mi pueblo, y hablé con gente que conocía. Sin embargo, no saqué mucho en limpio. Fue Oskar Pastior (....) el primero en hablarme abiertamente. Después, miré en el cementerio de Timisoara la placa dedicada a la memoria de los muertos en los campos de trabajo, que han colocado finalmente, y me apunté nombres que puse a los personajes de la novela...".  Esas palabras de HertaMüller denunciando el silencio de más de medio siglo sobre la experiencia de los campos de trabajo y de deportación en Ucrania me llevaron a la experiencia española. 
De Herta Müller a la memoria silenciada de nuestros campos de trabajo.Si en Todo lo que tengo lo llevo conmigo se restituye la memoria, hasta ahora silenciada, de esos campos, es necesario decir que en España, donde hubo más de cien campos de trabajo entre los años de la Guerra Civil y la década de los sesenta, carecemos de una memoria de la experiencia vivida en ellos. No tenemos novelas que nos hablen de la vida cotidiana en aquellos lugares de reclusión, de trabajos en régimen de esclavitud, de enfermedades y muerte, con que el franquismo salpicó nuestra geografía para humillar aún más a los derrotados y para escarmentar a sus familias y seres queridos. Me he referido a ello varias veces en este blog al aludir a los destacamentos penales y campos de trabajo que se levantaron en la Sierra Norte (Venturada, Soto del Real, Bustarviejo, Garganta de los Montes, además del Valle de los Caídos....). Pero hubo muchos más. Sin embargo, la restitución a la que alude en la entrevista la narradora germano-rumana no se ha producido: ninguno de los restos de esos campos, casi todos en el trayecto de la hoy inutilizada vía Madrid-Burgos, cuentan con una placa que, como en el cementerio de Timisoara, honre a las víctimas de mil penalidades y humillaciones en la matriz de la España más negra.  
"En un momento dado, en el año 2001, me di cuenta de que quedaba cada vez menos gente que me pudiera hablar de lo que pasó allí. que cada vez era más difícil acceder a testimonios directos. pues mi madre (....) me informaba de la desaparición de cada vez más conocidos y familiares", afirma Herta Müller. Lo mismo ocurre en España. Cada vez es más difícil acceder a testimonios que nos ilustren, en bien de la memoria colectiva y de la justicia histórica, sobre la realidad diaria que, en aquellos lugares perdidos en el mapa, vivieron nuestros antecesores, buena parte de los miembros la generación de mis padres y las anteriores. Hoy, cuando en las mesas de novedades de las librerías crecen como setas las novelas históricas que huyen a remotísimos pasados, a escenarios de la Edad Media o del Renacimiento, cuando se intenta, en el otro extremo, construir una ficción basada en el fragmento que aporta la cultura más capilar que nos ofrecen la Red y las televisiones, ¿no parece imprescindible mirar hacia nuestro pasado inmediato, rescatar esa memoria que han velado, a partes iguales, el terror y la vergüenza, e indagar en esa micro historia de la infamia y de la humillación? Si cada día conocemos más de las fosas comunes, de los enterramientos clandestinos y de los fusilamientos sin juicio, no ocurre lo mismo con la realidad interior de esos campos, con su cotidianidad. Digo más: conocemos infinitamente más de esa vida en los campos del nazismo que de nuestros propios campos. ¿Por qué? 
Con algunas de mis novelas he intentado realizar modestas aportaciones a esa restitución de la dignidad de los presos anónimos --sobre todo, con Trenes en la niebla-- que llenaron aquellos campos.de los que aún se mantienen en pie, como testigos mudos, barracones y muros y alambradas vencidas por el óxido. Sé que es insuficiente, que ese capítulo casi borrado de nuestra Historia tiene que ser reescrito. No queda casi nadie vivo de quienes vivieron, en España, tales experiencias. Pero sí viven familiares, cercanos o remotos, de los presos, descendientes que alguna vez fueron objeto de la confidencia o de la narración de lo vivido. Herta Müller muestra un camino. Cierto que no es fácil avanzar, en nuestro país, por él (ahí está el proceso a Garzón, o el permanente boicot de la derecha, confesa o simulada,  a la Ley de la Memoria Histórica), pero es un objetivo necesario e irrenunciable.   

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