Jamás imaginé a Dª Soraya en este brete, no pudiendo contener la risa mientras el ministro Cañete, con toda la seriedad del mundo, dedicaba un tiempo desde mi punto de vista excesivo, al etiquetado de los productos ibéricos. Al parecer, nos dice, es fruto de años de estudio y de una ardua negociación y uno no puede dejar de sorprenderse ante la relevancia del jamón, comparándolo con el paro, el índice de pobreza, la corrupción, el terrorismo o el ínfimo nivel de nuestros estudiantes en comparación con los del resto de la Unión Europea. El ibérico, que está buenísimo, dicho sea de paso, no deja de ser una anécdota aún en este país, en el que a uno le estremece bastante más el Acueducto de Segovia que los cochinillos de Cándido. Todo sea por el turismo, por la exportación de nuestra raza porcina a países donde desconocen las excelencias de ese animal que tiene buenos hasta los andares, pero aún así, me parece excesivo el monográfico dedicado a disponer unas etiquetas que, en este país de picaresca, serán papel mojado más pronto que tarde.
Yo, en lugar de Soraya, también me hubiese reído.