Revista Opinión
Las excepciones son un mecanismo diseñado por la naturaleza para bajarnos los humos. Cuando uno cree que ya sabe, comienza a pensar que todo es predecible en función de la observación de una serie de acciones- reacciones repetitivas. ¡Tremendo error! , no hay nada menos estático que la vida, por más que nuestro ego se empeñe en convencernos de lo contrario.
Sin haber aprendido esta lección, conducía la pasada semana con la radio puesta cuando en un programa en el que hablaban de las repercusiones de la pasada manifestación por la dignidad, anunciaron la entrada en antena del padre de uno de los heridos por la acción policial.
“Los va a poner a caldo”, - me dijo con sorna y carilla de sabelotodo mi pequeño argentino (discúlpenme los amantes sin humor de la tierra de Borges y Cortazar, pero es así como llamo a mi ego en la intimidad)-. Y afortunadamente, me equivoqué.
El hombre, médico y abogado (doy este dato para aquellos que se aventuren a tildarlo de perroflauta), acababa de finalizar una marcha de unas cuantas decenas de kilómetros para llevar un escrito a la Zarzuela bajo el lema “Por la vida y la libertad”. En su intervención, lejos de clamar al cielo pidiendo justicia, que muchos confunden con venganza, sobre aquellos que dispararon pelotas de goma contra su hijo y cuya acción acabó por costarle un testículo al joven; pues bien, como decía, su intervención fue un claro exponente de inteligencia y humanismo difícilmente digerible, por desgracia, para la mayoría de los españoles, tertulianos del programa en cuestión incluidos.
Y es que al común de los ciudadanos le descoloca que alguien pida mirar a los manifestantes como personas con problemas que están enfadados (y con razón) y a los policías como personas con problemas que tratan de salvar su trabajo, y todo ello al mismo tiempo. Descoloca porque cuando miras al otro como a tu semejante, el dualismo maniqueo de buenos y malos se disuelve. Todos hacen lo que hacen por algún motivo, todos tienen sus razones, aunque algunas de ellas sean auténticas barbaridades. Pero claro, si partes de la idea de que el otro es tu igual, entonces comprendes que las razones del otro pueden ser una burrada, pero el problema es que el otro no lo sabe, aún.
Plantear este punto de vista no suele ser aceptado de muy buena gana por aquellos que dividen a las personas, en función de sus intereses, entre aquellos que están conmigo y aquellos que están contra mí. Para ellos siempre será más cómodo la existencia de bandos para poder situarse en algún lado, porque de no ser así se encontrarían con una pregunta poco grata: ¿y yo dónde estoy?
Afortunadamente cada vez son más aquellos que descubren que el bando es uno, y que todo aquello que te perjudiqué a ti, de una u otra forma me perjudicará a mí.
Pero este es un discurso que se abre camino en una sociedad en estado de cambio profundo que aún tiene que padecer mucho para lograr la conciliación.
Mientras tanto, yo prefiero pagar con mis impuestos el reemplazo de contenedores quemados a que se extinga la vida de alguien en un enfrentamiento entre policía y manifestantes.
Lo primero siempre se podrá solucionar, lo segundo es irreversible, irreemplazable, como el testículo de ese joven que sufrió un pelotazo que fácilmente se podría haber evitado.