Revista Cultura y Ocio

De Jean Paul Sartre a Simone de Beauvoir.

Publicado el 19 agosto 2016 por Ispamaga @is_ma_ga

Jean Paul Sartre conoció a Simone de Beauvoir un día de jean-paul-sartre-1.jpgexamen. Examen de filosofía, curiosamente. Ambos estudiaban en la École Normale Supérieure de París. Se habían visto en un par de clases pero, con toda probabilidad, no se recordaban. Demasiado ocupados estaban con sus cosas. Tanto, que al poco de conocerse, Jean Paul Sartre empezó a llamar a Simone «el castor». «Se encerraba en casa a escribir. Vivía dedicada a sus labores intelectuales», dijo el escritor y filósofo.

De Jean Paul Sartre a Simone de Beauvoir.Y con toda probabilidad se lo recriminó en alguna ocasión. O puede que todo lo contrario. La publicación de “Sartre y Beauvoir. La historia de una pareja” (Lumen) promete saldar todas las dudas al respecto. El volumen, escrito por Hazel Rowley, desmenuza -para reconstruir- la historia de esta pareja, haciendo especial hincapié en las infidelidades de él y los celos de ella. Infidelidades que no eran traiciones, pues Sartre y Beauvoir siempre tuvieron claro que su romance sólo tenía derechos, no deberes.

Cuando aceptaron su mutua devoción, cada uno se transformó en el primer lector del otro, dedicándose cada una de sus obras.Y compartían el proceso de creación a través de largas cartas y encendidas conversaciones.

16 de enero de 1940

Mi querido Castor

Hoy le escribo más temprano porque no he tenido nada que hacer en todo el día (cielo cubierto, no hubo sondeos) y he podido trabajar bien. Primero edificando esta pequeña teoría de la Nada que seguramente ha de despertar su admiración porque 1.° suprime el recurso de Husserl a la ulê, 2.° explica la unicidad del mundo para la pluralidad de las conciencias, 3.° permite trascender de veras el realismo y el idealismo. Todo esto está muy bien, pero no se lo explico porque quisiera que asistiese usted a su nacimiento, tal como se fue dando en los cuadernos; se divertirá. Después, harto de correr en pos de un tema grandioso que se estaba haciendo de rogar, he vuelto modesta y juiciosamente a la novela. Quedaba por escribir un capítulo sobre Boris y lo he comenzado. En el fondo, ¿por qué no retomar y refundir ahora mi novela? Aún estoy de lo más caliente y no obstante lo suficientemente distanciado de los primeros capítulos como para reparar en sus defectos. Entonces le propongo lo siguiente: ¿qué le parece escribir a la dama para que envíe el manuscrito por correo certificado? (O tal vez alguien de La Pouèze viaje a París y pueda llevarlo, ocho días no son mucho.) Y entonces podría hacerlo mecanografiar, en 2 ejemplares, y yo me traeré uno al volver del permiso. O bien, si mecanografiarlo le parece muy caro, me traeré el manuscrito aquí: nuestra vida es tan sedentaria que no correría mayor peligro. ¿Qué opina de esto? Si está de acuerdo, escríbale a la dama cuando le apetezca. De lo contrario, presénteme sus objeciones. En una palabra, he escrito sobre Boris y está saliendo bien, creo que gustará. Y además he leído a Heidegger y comenzado Mientras agonizo. (Envíeme los libros, mi amor, los de Romains, Gilles y, si no está demasiado escasa de dinero, podría incluir una o dos sorpresitas de entre los títulos de la lista. Gracias amable pequeña por su ofrecimiento de vituallas. Justamente he recibido un paquete de mi buena madre y además, si las necesitara, aquí hay.) He recibido una carta suya: esperaba dos, pues ayer no me llegó nada. Era la del sábado.

********************************

Mi querida pequeña, entiendo muy bien que pueda sentirse de lo más seca sin dejar de ser feliz, y cómo ésta puede ser una manera de echarme de menos. Yo siento lo mismo. Finalmente nos hemos curtido, y están también todos esos pequeños fastidios (permisos suspendidos, etc.) a los que hay que oponer un rostro impasible, entonces uno se siente seco por dentro pero de una sequedad un tanto acongojada. También yo, amor mío, quisiera sentir mi cuello rodeado por sus bracitos y besarla y hablarle. Por fortuna están estas cartas, de lo contrario no tendría nadie a quien contarle lo que me interesa. Observe que digo esto con el mejor de los humores: tengo las cartas y tengo el cuaderno —y he olvidado un poco, por suerte para mí, lo que es tener cerca ya no digo a usted, sino a alguien que se interese por lo que uno piensa y siente y que pueda comprenderlo. Lo he olvidado igual que la existencia de las tortillas, y no tengo necesidad consciente de ello, me alegra escribir mis pequeñas ideas en el cuaderno y pienso que usted las leerá. Pero hay esto, la contrapartida es que estoy seco. No con usted, amor mío, entiéndame bien. Oh, no, recuerdo multitud de caritas que usted pone y me emociono. Sino ante cosas, gentes, paisajes y también ante lo que escribo; en otro tiempo, una especie de emoción se colaba un poco con la tinta por la pluma de mi estilográfica cuando escuchaba a Johnny Palmer en el Café des Trois Mousquetaires mientras escribía mi novela —y no puedo decir que ella me inspiraba directamente tal palabra o tal frase (aunque hasta sería posible) pero sí que me aportaba simpatía hacia mis personajes. Ahora, en cambio, todo es más conceptual. Veo lo que ellos tienen que pensar y hacer, pero con frialdad. Tengo curiosidad por saber (muy pronto me lo dirá) si la novela cambia con ello, si eso le quita una especie de densidad o no: es en cierto modo una experiencia crucial sobre el embuste que hay en los libros.

La libertad antes que el amor. Su amor con Beauvoir era el amor necesario. Y todos los demás eran los amores contingentes.


Volver a la Portada de Logo Paperblog