Jorge Semprún, la lucidez del supervivienteMANUEL SÁNCHEZ-CAMPILLO23 ENE 2024 - Revista de Libros - harendt.blogspot.com
El 10 de diciembre de 2023 se ha cumplido el centenario del nacimiento en Madrid de Jorge Semprún Maura, un intelectual que resume en sus avatares y en su persona lo que ha sido la historia del siglo XX. Si en el Renacimiento el ideal de caballero era el que se dedicaba a las armas y las letras, en la pasada centuria la figura más completa era aquella capaz de aunar política y escritura, como nuestro escritor al modo de su querido Goethe. Mientras estuvo en el campo de concentración de Buchenwald, Semprún no recuerda haber dejado de ver ni oler el humo que salía por las chimeneas de los crematorios donde eran incinerados los cadáveres. Buchenwald está a trece kilómetros de Weimar, la ciudad donde vivió y murió Johann Wolfgang von Goethe. En su libro La escritura o la vida (1994), Semprún traerá muchas veces a su memoria al padre de las letras alemanas, pues, como a muchos otros, se le hace difícil concebir que la experiencia del mal absoluto que se vivió en los lager nazis, es decir, la vivencia de la muerte, pudiera estar ocurriendo a escasa distancia de un lugar que representa la racionalidad, la civilización e incluso la democracia. Semprún solo atisba una cierta explicación si caemos en la cuenta de que el Mal no es la inhumanidad, pues los vigilantes, los kapo, los oficiales de las SS eran tan humanos como cualquiera de nosotros.La personalidad de Jorge Semprún atraviesa el siglo XX con una mirada propia y libre. Concibe la política como participación, no como un simple juego de estrategas de salón. Por eso, la practica situándose en primera línea, sin renunciar a sus responsabilidades, pero sin abandonar un principio básico en su vida: después de vivir y sufrir los totalitarismos nazi y comunista, siempre creyó que la vida no era un valor absoluto, por encima de ella estaba la libertad. Formó parte del Partido Comunista, con poco más de treinta años era miembro de su Comité Central. Se le encargó ser el enlace en la clandestinidad con los comunistas españoles durante la dictadura de Franco. Por cierto, Sánchez Dragó, siempre tan lenguaraz, fue quien lo identificó a la policía en 1963, al verlo en una revista que tenían en la comisaría de Madrid donde, a su vez, permanecía él detenido. También es cierto que no sirvió de nada, pues ya en 1962 había decidido dejar la clandestinidad, que para él resultaba excitante, apasionante por lo aventurero. En sus últimos escritos se refirió a la revolución bolchevique de 1917 con el sintagma «ilusión lírica», dejando a un lado la habitual terminología política para sugerir con mayor precisión el final de un proyecto que se quería sustentar en un llamado materialismo científico e histórico, pero, en realidad, solo era una vana ilusión que escondía el sometimiento y la aniquilación del individuo. En 1964 fue expulsado del partido junto con Fernando Claudín. En verdad, Carrillo y La Pasionaria lo vieron siempre como un intelectual y un burgués: ya se sabe que pensar por uno mismo no suele estar bien visto en la disciplina de los partidos ―ni antes ni ahora―; a lo que habría que añadir el pecado de clase, pues su segundo apellido era el de su abuelo Antonio Maura, presidente del gobierno.Se dedicó, entonces, con mayor empeño, a su labor literaria. El largo viaje, su primer libro, es de 1963; sin embargo, tuvo que esperar a 1994, con la mencionada La escritura o la vida, para afrontar su experiencia en Buchenwald. Una espera de casi cincuenta años desde que fue liberado el campo de concentración para dar con la estructura y el tono necesarios para poder escribir sin que la escritura supusiera una inmersión en la muerte que acabara ahogándolo. Tenía que escoger entre la escritura o la vida, y optó por la segunda. Solo dos obras están escritas directamente en español, Autobiografía de Federico Sánchez (1977) y la novela Veinte años y un día (2003). Federico Sánchez era el nombre que usaba en la clandestinidad, que vuelve a utilizar para Federico Sánchez se despide de ustedes (1993), en la que cuenta el tiempo que pasó siendo ministro de Cultura en el gobierno de Felipe González. Son jugosas las páginas en las que muestra su relación con Alfonso Guerra; más bien su no relación. La tensión en los consejos de ministros, donde Guerra se erige en guardián de las esencias del socialismo desde una escasa capacidad de análisis. Parece como si, para Alfonso Guerra, Semprún representara todo lo que él hubiera deseado ser.Tal vez, la figura de Jorge Semprún no sea la más adornada para un tiempo, el nuestro, que solo valida a los personajes en función del éxito o del dinero, dos elementos que le interesaron muy poco; de hecho, no quiso acompañar al director de cine Costa-Gavras, de quien había sido guionista, a Hollywood, donde podría haber hecho una carrera en los años 70, para asistir, de primera mano, a los acontecimientos políticos de España tras la muerte del dictador. Semprún poco tiene que ver con el héroe típico que se nos suele administrar en esta época: ese personaje positivo que transita de la maldad, el sufrimiento o la crueldad al triunfante final feliz. En su caso, hay un paraíso perdido, el de la infancia, el de Adiós, luz de veranos (1998); una pérdida que se acentúa cuando la familia ha de marchar al exilio tras la Guerra Civil, hasta acabar en la vivencia de la barbarie más absoluta tras ser detenido por los nazis por pertenecer a la Resistencia francesa. «No soy un auténtico español ni un auténtico francés, no soy un escritor ni soy un político, soy un superviviente de Buchenwald», dijo al recibir el Premio de la Paz en Francfort en 1994. Pérdida, pero también la lucidez de quien ha visto el horror y el espanto de frente. Manuel Sánchez-Campillo es escritor y crítico literario.