
No es un buen síntoma de convivencia familiar prohibir que se hable de política en las mesas navideñas como si opinar sobre la sociedad nos convirtiese en enemigos, escribe en El País (08/12/2025) el poeta y director del Instituto Cervantes, Luis García Montero. Quizá sea oportuno que celebremos el Día de la Constitución con un deseo tan humilde como difícil de reivindicar: la política. Las conversaciones sobre política son necesarias. No es un buen síntoma de convivencia familiar prohibir que se hable de política en las mesas navideñas, como si opinar sobre la sociedad nos convirtiese en enemigos. Aceptar que las conversaciones van a desembocar en gritos y ultrajes no es sólo una invitación al silencio, sino un modo de aceptar que es falso cualquier deseo de convivencia. Pero la cuestión se agrava cuando pasamos de lo privado a lo público. El silencio no quiere evitar los gritos, sino que utiliza el griterío para que no se hable de política. Más que una familia precavida, se trata de una sociedad manipulada a través de declaraciones escandalosas y argumentos desquiciados.
Hablar de política, por ejemplo, supone establecer una conversación sobre la sanidad pública, el deterioro de los servicios y las consecuencias de apostar por la privatización, como si nuestra salud fuese un negocio. Hablar de política supone también mantener un diálogo sobre la educación, desde las guarderías a las universidades. Nuestro derecho a la libertad y la igualdad tiene mucho que ver con las aulas, los libros y el profesorado. Convertir la educación en negocio es una apuesta elitista que debe ser tratada en las conversaciones políticas, junto a los acuerdos con los sindicatos sobre pensiones, salarios y derechos laborales.
Por eso resulta muy triste que se confundan las necesarias conversaciones políticas con las declaraciones pomposas, los ultrajes y la ira. Los negociantes sin límites llegan a convertir el Día de la Constitución en una celebración antipolítica. Es una estrategia peligrosa para la democracia desatar el grito para que no se hable de sanidad, educación y derechos laborales. La ciudadanía acaba por olvidar todo lo que le debe a la democracia.

