Mi madre me ha reñido. (Da igual el número de especialidades médicas que tengas a tus espaldas o que también seas padre a tu vez; una madre siempre te reñirá si lo considera necesario. Y no le repliques…). También varios amigos me lo han echado en cara. Y tienen razón. Hace meses que no escribo sobre mi trabajo, y que sólo me dedico a la colección de fotos.
No es que el trabajo se haya vuelto aburrido, sino que mi día a día es radicalmente distinto. He pasado de 48 autopsias en un año a hacer cinco en los ocho meses que llevo siendo R2.
Al acabar el primer año pasé de la patología forense a la patología quirúrgica. No más muertos. Ahora, biopsias. Contar a una persona a la que no vemos la cara si su enfermedad es cáncer o no, si es agresivo o no, si tienen que volver a operar o no… En el menor tiempo posible. Con la mayor certeza posible. Y, en muchas ocasiones, con la biopsia más pequeña que se pueda tomar.
Por ejemplo, averiguar qué tiene el paciente con muestras de entre uno y dos milímetros, como ésta:
Entonces es cuando te das cuenta de lo poco que sabes, de la cantidad de expresiones diferentes que puede tomar una enfermedad y de lo difícil que es hablar con la asertividad que se espera de ti.
He pasado de ser el médico especializado en manejar la incertidumbre, a ser al que se le pide la certeza inequívoca, cuando en Medicina, por definición (como bien saben los compañeros que dentro de unas horas se examinan del MIR), no existen ni siempre ni nunca.
El año pasado empecé en enero a escribir en serio sobre lo que hacía en mi nueva residencia a partir de enero, siete meses después de entrar. Este año me ha llevado más o menos el mismo tiempo tomar la confianza necesaria para poder pronunciarme. Con menos seguridad que el año anterior, pero con más experiencia acumulada.
A ver por cuánto dura…
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(Para los curiosos, el caso de la biopsia es una colitis ulcerosa)