Revista Opinión

De la Cierva, Grass y el cilantro

Publicado el 08 junio 2021 por Manuelsegura @manuelsegura
  • De la Cierva, Grass y el cilantro

El cilantro es una hierba aromática que, de un tiempo a esta parte, se ha hecho casi indispensable en la cocina. Su sabor es peculiar, pero su intensidad depende en función de la parte de la planta que utilicemos. Me he acordado del cilantro a raíz de la polémica generada en la Región por la conveniencia o no de denominar a su aeropuerto con el nombre del ingeniero murciano Juan de la Cierva.

Partidarios y detractores parecen no querer ver más allá de lo que les interesa. Los primeros, negando a machamartillo que el inventor del autogiro tuviera algo que ver con la asonada que dio pie a la Guerra Civil en julio del 36. Los segundos, superponiendo por encima de su vasto conocimiento y preparación en el campo aeronáutico la posible ideología del protagonista. La enconada controversia de estos días tiene mucho que ver con la polarización que se vive en nuestro país, y en especial en esta comunidad autónoma. 

Si uno se mueve en el espectro derecho, está claro que el Ministerio de Transportes sería una prolongación de ese engendro que para ellos supone la denominada Memoria Histórica, con su negativa a dar el plácet para que la instalación aeroportuaria lleve el nombre de tan insigne personaje. Si lo hace en el margen izquierdo, parece que De la Cierva le hizo el caldo gordo a los fascistas y fue un colaborador necesario en el golpe, facilitando la aeronave que llevó a Franco de Gando a Tetuán, lo que prácticamente invalidaría su condición de hombre de prestigio en su profesión.

Pongámonos en el supuesto de que Juan de la Cierva sí hubiera colaborado de manera consciente con los insurgentes del 18 de julio y situémonos en el contexto de aquellos años. ¿Cuántos casos como el suyo tendrían que ser revisados por haber estado a un lado u otro del conflicto? No solo en España, sino en la Europa donde años después estallaría la Segunda Guerra Mundial. 

La concepción ideológica de una persona en esa época no solo hay que plantearla en términos simplistas, máxime en un tiempo en el que estar con los unos o con los otros implicaba poner en serio peligro la propia existencia. Cierto es que el ingeniero sobrevivió apenas cinco meses al golpe militar, ya que falleció en diciembre de 1936, pero también lo es que en ese tiempo pudo prestar servicios fundamentales al bando franquista gracias a sus magníficas relaciones en ese campo.

Cuando el Nobel de Literatura de 1999, el alemán Günter Grass, publicó una autobiografía que tituló Pelando la cebolla (2007), reveló algo que dejó traspuesto a más de uno: su fascinación juvenil por Adolf Hitler, algo que le llevó a formar parte como soldado de las Waffen-SS que dirigió el no menos temible Heinrich Himmler. Aparte de con otros adjetivos mucho más contundentes, a Grass lo tildaron de hipócrita, como poco. Lo cierto es que pudo haberse ido a la tumba con aquel secreto que emborronaba no solo su trayectoria literaria, sino su marcada empatía para con la socialdemocracia o la causa pacifista. 

Aquel revés para la imagen del literato lo perseguiría hasta su muerte, acaecida en 2015. En una entrevista periodística, poco antes de su óbito, Günter Grass expresó, a modo de epitafio, algo así como que habíamos perdido la capacidad de entender los errores que habíamos cometido. Al releerla he reparado en que esto puede ser un punto de inflexión para los que, desde su particular trinchera, en estos días de ruido y furia, debaten sobre lo justo y lo injusto en torno a la memoria de Juan de la Cierva.


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