Revista Cultura y Ocio
No sé cuando fue la última vez que pensé en la bondad de la política. Esta desmemoria mía me inmuniza. Soy capaz de leer un periódico entero y no salir de la idea de que es una ficción. Me descabalga de ese vicio la factura de la luz y el paro de algunos de los míos. Cambio lágrimas por letras. Escribo para no llorar. He renunciado a entender el mundo. A lo sumo me esfuerzo en comprender las razones de la trama, pero me desangelan los actores y me irrita muchísimo la mediocridad del argumento. Están enfangándolo todo. Lo estamos enturbiando todo. Manda el gris. Solo está el refugio del arte. Voy a ser más preciso: solo queda la belleza. Buscarla, afanarse en su hallazgo, es la tarea fundamental de nuestro tiempo. Solo a través de la belleza saldremos. Será la poesía la que salve al mundo. Ha pasado el tiempo en que uno confiaba en la inteligencia. La usan a destajo los que nos han postrado. Todos son gente de carrera, gente de másters. Algunos escalafonan y se hacen políticos. Otros, banqueros. Los menos, poetas. No conozco ni un solo poeta al que se le pueda atribuir una mínima parte de este descalabro. Está la poesía en armas contra la administración de lo público. Lo que no sabemos es si está a salvo. Si pronto habrá un espabilado que la mire de frente y se dé cuenta del peligro verdadero de los poetas. Los pondrán boca abajo. Los colocarán en un paredón. Los rociarán de infamia antes de descerrajarlas seis tiros. El primero al corazón. No hace falta corazón para vivir en estos tiempos. Basta un cerebro bien dotado. Del alma no hablamos. No sabemos en dónde se ocultó. Si la despiezaron y la repartieron entre los pobres. Ojalá la tengan los pobres. Los ricos del mundo están preparando una guerra. No una guerra al uso, una guerra tradicional. Ningún ejército librará batallas en el frente. No habrá frente. Han escogido otros escenarios: la letra pequeña de los contratos, los cajeros automáticos, las papeletas del voto, las tribunas de los grandes oradores, los titulares de la prensa tóxica, los papeles secretos de los tesoreros de los partidos, los informes bajo cuerda, el veneno en preciosas tazas de porcelana china. Pero no sé mucho más. Tampoco lo pretendo. Escribir tan solo. Vaciarme. Constatar el roto. Enseñar lo invisible. Dejar aquí la evidencia de mi cansancio. Más cosas que ahora no alcanzo.