Revista Educación

De la deconstrucción del lenguaje

Por Siempreenmedio @Siempreblog
De la deconstrucción del lenguaje

De la deconstrucción del lenguaje

"El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla". Así comienza el artículo 3 de nuestra Carta Magna.

Hasta dónde alcanza dicho derecho - deber es una cuestión que sobrevuela el ambiente en estos días en que nuestras calles vuelven a acoger - por fin- a comerciantes de la pluma y el papel y a lectores ávidos de vivir más vidas que la unitaria que les es propia.

Los datos son, a todas luces, positivos: el 68,5 por ciento de la población española lee con frecuencia, porcentaje que va en aumento respecto de la última década. Además, durante el confinamiento más duro, parece que casi la mitad de los ciudadanos de nuestro país afirmó ocupar parte de su tiempo libre entre libros. Algo bueno nos tenía que traer esta pandemia...

Sin embargo, una bruma neblinosa tiñe de gris tan alegre panorama. Y nos empaña la perspectiva desde varios frentes. Por un lado, tenemos un nuevo capítulo que se ha estrenado estos días de la cansina serie a la que nos hemos abonado - esperemos que sin contrato de permanencia - con nuestra clase política, titulado "Todas, todos, todes". Hasta hace no tantos años nos sorprendíamos cuando, más allá de la lógica economicista del lenguaje, se empezó a generalizar el "todos y todas", "niños y niñas". Y desde una perspectiva ideológica o política se podrá estar o no de acuerdo con esta deriva lingüística, pero desde la base morfológica y sintáctica propia de nuestra lengua, parece haber un mayor consenso: esta duplicidad en el lenguaje ignora fundamentos elementales de nuestro idioma y tampoco contribuye a solucionar el problema social al que busca dar respuesta. Pero da igual, ya hemos dado un paso más en esta frenética carrera del absurdo: vamos a por el tercer género o "género neutro". Y alguno me dirá: es necesario visibilizar otras realidades. Pues muy bien. ¿Seremos más tolerantes y empáticos a base de machacar la lengua de Cervantes y quedarnos sin saliva - y sin tiempo- cuando queramos referirnos a una generalidad tan diversa como lo es la del ser humano? Porque si ese es el precio a pagar, me parecería asumible. Pero el problema es que todo esto no parece más que una patraña electoralista para entretener al público enviándose memes por whatsapp, mientras volvemos a desenfocarnos de lo importante. Y disculpadme si a estas alturas no creo en la magia ni en los demagogos...

Pero si este asunto no le causa ninguna inquietud, dígame cómo se le queda el cuerpo con este otro titular del que la prensa internacional se ha hecho eco estos días y que se encuentra intrínsecamente vinculado al mismo maltrato: "Varias universidades británicas piden que no se penalicen las faltas de ortografía para no ser <<elitistas>>". Creo que voy a cerrar la ventana porque estos sudores fríos amenazan con constiparme... Ahora bien, nuestros amigos los británicos no han hecho otra cosa que formalizar lo que la universidad española lleva años aceptando de forma subrepticia. A fin de cuentas, y siguiendo con el argumento anterior, alguno pensará: el lenguaje está vivo, ¿qué más dará escribir bien o mal? ¿Para qué sirve una correcta ortografía o una gramática cuidada? Todos, todas, todes debemos expresarnos como queramos, en plena libertad, ¿no era así? El problema es que para pensar primariamente necesitamos el lenguaje; luego, si el lenguaje está viciado, nuestro razonamiento mental tampoco podrá construirse adecuadamente ni, mucho menos, transmitirse. Y es en ese punto donde corremos el riesgo de involucionar y que algún lumbreras nos encandile con su lenguaje inclusivo y otras pamplinas varias.

Menos mal que siempre nos quedará la fotito con el libro en las manos para celebrar el 23-A en las redes sociales.


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