Revista Cultura y Ocio

De la eterna guerra entre Caín y Abel

Por Harendt
De la eterna guerra entre Caín y Abel

La actual guerra en Oriente Próximo es, en el sentido más cabal de la palabra, un círculo vicioso, comenta en El País [La guerra eterna, 05/10/2024] el escritor Alberto Manguel. ¿Dónde comienza un círculo? ¿Cuál es el punto de partida? Netanyahu respondería que el conflicto nace con el sangriento ataque de Hamás el 7 de octubre 2023 donde murieron 1.195 personas, israelíes y extranjeros. Según Hamás, el conflicto comienza mucho antes, con la creación del Estado de Israel en 1948, cuando 750.000 palestinos fueron desalojados de sus tierras para establecer una nueva nación. Los historiadores pueden elegir una u otra de esas fechas para intentar explicar esta guerra fratricida. Los teólogos podrían elegir una anterior, cuando el divisionario Jehová ordena a Abraham quedarse con Sarah, madre de Isaac, de quien descenderán los hebreos, y echar de casa a su compañera Hagar junto con su hijo Ismael, quien, según la tradición, es el padre de los árabes. La Biblia nos enseña que, empezando por Caín y Abel, Jehová está siempre sembrando cizaña entre hermanos, ignorando el consejo que algún tiempo después el viejo Vizcacha le dará a Martín Fierro como ley primera: que los hermanos sean unidos porque “si entre ellos pelean/ los devoran los de afuera”. Así está sucediendo ahora.

Los griegos conocían estas sangrientas historias de nunca acabar. Para cortar sus círculos viciosos (la maldición de la Casa de Atreo, por ejemplo), los griegos inventaron el deus ex machina. En el caso de La Orestíada es una dea, la diosa Atenea, quien transforma las implacables Furias vengadoras en las Euménides, las benévolas, y acaba así con los asesinatos en serie. El público griego exigía resolución.

Pero en nuestro siglo XXI las cosas no pueden ser resueltas con tal elegancia. Un coro de intereses creados está implacablemente en escena para impedir que las Furias se vuelvan benévolas y que el conflicto llegue a su fin. Los políticos cuya ambición depende de ser vistos como ganadores, los comerciantes de armas que acumulan fortunas con sus ventas, los pequeños inversores que reciben intereses de ese comercio infame, los poderes extranjeros que buscan mantener sus posiciones dejando que los otros se destrocen entre sí, todos ellos no quieren que el círculo vicioso se interrumpa. La Codicia y la Ambición (con perdón por el uso de estas banales alegorías) se creen inmortales y más allá de todo perjuicio. No quieren entender que la ley del talión, que exige “ojo por ojo,” inevitablemente resulta, como dijo Gandi, en una ceguera mundial.

Assaf Orion, ex general de brigada israelí, comentando la situación presente, observó que no podemos prever la conclusión del conflicto porque “aún estamos en la mitad de la película”. Por lo que estamos viendo, el público no está apostando a un final feliz.

Eurípides quiso que Atenea hiciese entrar a las Euménides a la ciudad para radicar la benevolencia en el seno mismo de la sociedad en conflicto. Con idéntico objetivo, los místicos ponen su fe en la intrínseca (y necesaria) coherencia del mundo. El cabalista Isaac Luria habló de ciertas chispas de luz (nitsutsot) atrapadas dentro de nódulos malignos (klippot) que son liberadas mediante nuestros actos benéficos (mitsvot), iluminando así un universo que se ha vuelto diabólicamente oscuro. El credo musulmán dice lo mismo. “Un acto benévolo (sadaqah) extingue el pecado como el agua extingue el fuego”, reza un dicho del Profeta. Permitir la entrada de la benevolencia (la buena voluntad) en una sociedad en conflicto es posible solo a través del diálogo. Y eso es lo que los artífices de esta guerra no quieren: no quieren que Caín se siente a conversar con Abel.Atenea no es solo una diosa capaz de transformar a las Furias en seres benévolos. Varias veces en su ajetreada carrera, Atenea misma actúa como una Furia salvaje, sin bondad ni compasión, para alentar la guerra. En Ayax, una obra temprana de Sófocles, la diosa le anuncia a su protegido Ulises que Áyax, su enemigo, ha caído víctima de innumerables desgracias. Entonces Ulises da una respuesta que de pronto convierte al rey griego en un ser mucho más noble que la diosa guerrera: “El desdichado bien fue mi enemigo,” dice Ulises, “y, sin embargo, me compadezco de él cuando lo veo agobiado por las desgracias. Viéndolo, es en mí mismo más que en él que pienso, pues me doy cuenta que somos, todos los que vivimos sobre esta tierra, nada más que míseros fantasmas y sombras ingrávidas”. Atenea no sabe sentir la empatía que siente Ulises. Cómo los gobernantes de hoy, la diosa solo piensa en términos de victoria o derrota, y nunca en crear un diálogo entre supuestos enemigos. En su mundo, en el mundo de la codicia política, lo que cuenta es la victoria, por más imposible o ilusoria que parezca. Alberto Manguel es escritor.

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