*La Reina María Antonieta bajo el Sol y la Luna, de J.M.H.
Hace unos días publicábamos aquí un artículo titulado 1728. En él se explicaba dónde se hallan las raíces temporales del Gran Oriente de Francia. Ha sido ese texto y una conversación con un buen amigo lo que me ha llevado a plantearme la redacción de algún trabajo adicional, con la finalidad de contribuir a un mejor conocimiento de la obediencia en la que Voltaire, casi al final de sus días, vistió el mandil. Así, si hace un par de semanas nos ocupábamos en cierto modo de la confusión que genera la aparición de determinadas fechas de referencia en el sello que identifica al G.O.D.F., y que -como todo buen conocedor sabe- van más allá de la creación oficial de la Obediencia, hoy enfocamos un tema diferente que abordaremos en dos partes: Las relaciones de la Francmasonería francesa, y del Gran Oriente en particular, con el proceso revolucionario de 1789.
Hablaremos en esta ocasión del clima que se vivió en la Francia del siglo XVIII, en el momento justo en el que como vimos el otro día se pergeñaba una estructura masónica que, proveniente de las islas británicas, acabó por convertirse en algo genuinamente francés, desarrollándose en determinados círculos formados por personas caracterizadas por su relevante posición y por participar en la agitación política del momento. En la primera mitad del Siglo de las Luces son muchos los nobles que se acercan a la nueva institución. Es notable igualmente la presencia de estuardistas y orangistas, católicos los primeros, protestantes los otros, que trasladan a Francia la tensión de su enfrentamiento civil. Cuando en 1736 aparece la primera estructura obediencial francesa (la Gran Logia Provincial, luego Primera Gran Logia), el éxito de la masonería como fenómeno social es indiscutible. Un informe policial que data de 1737 apunta en unos escasos renglones este dato: "... hablamos de los progresos de la orden de los "Frimaçons". Todo el mundo, grandes y pequeños, se hace recibir. Causa furor..." La masonería en este momento todavía no es conocida con suficiente detalle por el poder establecido. La policía ni siquiera escribe con corrección ortográfica el nombre de la institución. Pero en las más altas esferas de la Corte del Rey Luis XV se observa con recelo el progresivo avance de lo que entonces es una sociedad secreta. El todopoderoso primer ministro en la práctica, Hercule Fleury, cardenal conocido por el sobrenombre de "Su Eternidad", reacciona con enorme desconfianza ante tal furor y, temeroso de las complicaciones políticas que puede generar la filtración de estuardistas y orangistas, así como la total ausencia de control estatal, impulsa la adopción de las primeras medidas represoras que no gozarán de mucho éxito.
Llama la atención que los hombres de la masonería de entonces fueran capaces de llegar hasta el mismísimo cardenal con el ánimo de apartarlo de una idea tan negativa. El bien conocido caballero Ramsay mantendrá una reunión con Fleury, pero con muy poca fortuna, pues el clérigo terminará recordándole que al Rey no le gustan "ésas asambleas" y que el derecho de reunión no existe.
Tenemos noticias de una famosa redada hecha por las fuerzas del orden de la época en 1737. Sucedió en La Rapée, en París. La policía irrumpió en una taberna regentada por un tal Chapelot. Antes de acceder al local, lo primero que vieron debió de dejarles muy sorprendidos: una larga fila de lujosos carruajes estacionados en la calle, cuyos cocheros aguardaban pacientemente el regreso de sus señores. Dentro del local reconocen las caras de lo más granado de la sociedad parisina. El informe policial habla por sí sólo y deja constancia de la reunión de una muchedumbre "...ataviada en su mayor parte con un mandil de piel blanca, alguno -sigue diciendo el texto- lleva una cinta de seda azul a modo de collar en torno al cuello de la que pende una escuadra, o una paleta, o un compás, cuando no otras herramientas ligadas al oficio de albañil..." El comisario al frente de la singular misión no se atreve a identificar a nadie, limitándose a ensañarse con el posadero, que será quien pague las culpas de todos. Al pobre Chapelot le cierran el "cabaret" durante seis meses y le obligan a pagar una multa de mil libras, suma que debía ser bastante cuantiosa en aquella época. Si la resolución dictada por la autoridad policial contra Monsieur Chapelot el 14 de septiembre de 1737 tiene importancia, es porque en ella se recoge todo un fundamento a favor de la prohibición de "todo tipo de asociaciones, especialmente ésa de los Freys-Maçons".
De todos modos el poder político no pone mucho interés en perseguir a quienes en definitiva son sus propios actores, dándose así una curiosa paradoja. Por su parte, la masonería del momento se limitará a acentuar la discreción, algo que ni pondrá fin al furor del que hablaba la policía en un primer instante, ni evitará que algún otro hostelero siga los mismos pasos que el infeliz Chapelot. El desarrollo de la masonería continúa en la Corte. La denuncias de algún párroco provocan la intervención policial pero, a diferencia de la situación que conocerán otros países como el nuestro, no generan gran inquietud. La nobleza de más alta alcurnia se incorpora a la cabeza de la naciente obediencia, llegando incluso a especularse con que el propio Luis XV ha sido iniciado. Paul Naudon, que nos guía en este relato, hace referencia a unos versos escritos por un clérigo francmasón, el Abad Pingré, con ocasión de la colocación de la primera piedra de la Iglesia de Santa Genoveva por el Rey:
Cuando con el cetro en la mano Luis dicta la ley,
En su señor un francés bendice a un tierno padre.
Si para levantar un templo toma entre sus manos una escuadra,
en su hermano un masón ve al más grande de los reyes.
Pero más allá de los versos el misterio es lo único que nos ha quedado. Los investigadores han encontrado pruebas de la existencia de una Logia del Rey, que aparece citada en 1739. También sabemos que en 1745 aparece un taller denominado Logia de la Cámara del Rey, que como su propio nombre indica aglutinaba a buena parte del personal del Monarca. Bajo el reinado de Luis XVI la Logia de Cámara se transformará en una logia militar cuya petición de constitución aparece en los archivos del Gran Oriente de Francia datada el día 17 de agosto de 1775.
De Luis XVI tampoco conocemos nada con certeza. Sí sabemos por contra de su primo Luis Felipe de Orleans, que llegó a ser el Gran Maestro del G.O.D.F.; y de dos de sus hermanos, el Conde de Provenza y el de Artois. El primero, tras el fin del Imperio, reinará con el nombre de Luis XVIII. El segundo lo hará como Carlos X y perderá el trono en la Revolución de 1830.
Las mujeres también se incorporarán a esta moda que hace estragos en la Corte de una Francia que se asoma al abismo. Es el momento en el que aparecen las logias de adopción y con ellas una especial noción de la masonería femenina en la que destacan figuras como la Princesa de Lamballe, que llegará a asumir según algunas fuentes un puesto de notable responsabilidad en la masonería escocista, para convertirse años más tarde en la víctima más conocida del asalto a la Prisión de la Fuerza por la truculencia que rodeó su muerte**. María Antonieta, Archiduquesa de Austria, Reina de Francia y amiga íntima de la Princesa de Lamballe le explicaba a su hermana con el tono frívolo que llegó a caracterizarla que, en relación con los francmasones "... Todo el mundo lo es. Es la manera de poder enterarse de todo ¡Dónde está el peligro!"
No resulta difícil comprobar que el desarrollo de la masonería en la Francia de la Ilustración y en la prerrevolucionaria, se halla ligado a los estamentos más pudientes de la sociedad. Pero el crecimiento de la entidad no se produce únicamente en los salones de la Corte. Logias como "Las Nueve Hermanas" son prueba de ello, aglutinando una buena parte de lo que hoy denominaríamos el "capital intelectual" del momento. Será una especial característica la que coloque a la masonería en una posición compleja frente al proceso revolucionario. Y decimos que es compleja porque de una parte en su seno se consolida la promoción de determinados valores que apuntan un cambio radical, el nacimiento de una nueva sociedad; pero por otro lado la masonería del momento no dejará de verse devorada por el estallido del 14 de julio, un fenómeno histórico que, sin embargo, propiciará a lo largo del siglo XIX el nacimiento de la primera teoría conspirativa con cierta trascendencia, y que atribuye a la entidad tanto la autoría intelectual como la responsabilidad en la producción de la Revolución. Todo un clásico de la leyenda negra al que muchos francmasones, inexplicablemente, siguen dando credibilidad***.
* Reproducción de la obra autorizada para este blog por su autor.
** Una placa la recuerda hoy sobre los muros de lo que creo es una biblioteca pública, levantada sobre el solar que ocupó la fatídica prisión.
*** Recomiendo la lectura de los trabajos de Paul Naudon, guía -como digo en el texto- de esta sucesión de relatos.
Et si omnes, ego non.