Hace
unos meses tuve la fortuna de poder charlar unos minutos con un gran humanista
entre candilejas: el inigualado artista Pedro
Ruiz. Fue en el antiguo cine de
Callao tras acabar su actuación. Y realmente mereció la pena.
Yo
le recordaba, y así se lo indiqué, de cuando se presentó ante el gran público
en el Madrid de la Transición, a finales de los 70 y primeros de los 80,
haciendo unas interpretaciones personales, que no imitaciones, llenas de
sentido de los políticos del momento y criticando con un humor pleno de
profundidad las debilidades sociales españolas y las humanas de todos en aquel
tiempo de convulsión y esperanza. Y hacía reír y pensar sin complejos de ningún
tipo a los tirios y troyanos que tenían el buen gusto de ir a verle y a
escucharle sin distinción de ideologías ni condición social alguna. También
comentamos su gran programa de entrevistas años después en televisión donde
desnudaba también con mucho sentido en primera persona a cuantos personajes de
diversa condición se prestaron a ellas. Todo un fenómeno del espectáculo con
humor y mensaje.
Aburrimiento
Pero
lo que más me impactó, aparte de su aclaración sobre las íntimas y
respetabilísimas circunstancias personales y familiares que habían motivado su
desaparición pública en los últimos doce años, fue su respuesta a mi pregunta
sobre por qué no incluía las parodias a los políticos del momento en su nuevo
espectáculo. Y es que me dijo que no contaba con ellos porque sencillamente le
aburrían hasta la indiferencia.
Y
lo cuento porque se parece bastante a lo que ahora mismo nos ocurre a la
inmensa mayoría de los ciudadanos españoles. La diferencia tal vez sea que
Pedro Ruiz haya llegado a esa situación desde la contemplación de la gran
mediocridad que agujerea las alforjas de quienes dicen representarnos, como
también algunos de nosotros, y la gran mayoría hemos llegado desde la
indignación desesperante sobre el futuro que nos aguarda con semejante banda de
inapropiados, por no decir indeseables, para los puestos que desempeñan.
Espectáculo lamentable
El
lamentable espectáculo del debate pasado en el Senado sobre el papelón de Rajoy en el deprimente asunto de los
papeles de su hasta anteayer protegido de confianza Bárcenas, abona lo anterior.
Que
unos señores teóricos diputados representantes de la soberanía popular,
‘ocupalistas’ de ocasión en realidad por la deferencia del jefe político de turno, se levanten en volandas para aplaudir al
Presidente del Gobierno por reconocer que se había equivocado confiando en
quien manejaba los dineros de todos los colores de su partido, es una señal
inequívoca de todo lo que ustedes quieran menos de honestidad y
responsabilidad. Porque de lo confesado
por el jefe de los populares no se desprende en ningún momento que se refiriera
al manejo de un dinero cuando menos sospechoso de desvergüenza en todas sus
variantes, ni a preguntarse públicamente por su origen y génesis, sino a
que su error había sido el de confiar en su discreción y espíritu de sacrificio
personal en aras de la salvaguarda pública del partido que a todos ellos les
mantiene en sus prebendas. Seguramente don Mariano confiaba en lo que su
números dos y ahora también en entredicho esta vez por vía marital, la señora Cospedal, había proclamado al
destaparse el escándalo: “que cada palo aguante su vela”. Es decir, que el
antiguo tesorero se comiera solo el marrón de su desdicha al haber sido pillado
con las manos puestas en demasiados millones de euros de cada vez menos dudosa
procedencia. El pueblo soberano a quienes los señores palmeros ‘ocupalistas’
dicen representar, si algo tiene claro en todo este lío de corrupción es que esa
pasta es una realidad tan oscura como delictiva; con pocas dudas, además.
La irreverente ‘ley’ de Mahoma
Y
ha sacado una acertada conclusión desde el más castizo acerbo popular. Como en
aquella jocosa ley de Mahoma respecto a otro tema, “tan chorizo es el que da
como el que toma”. Empresarios indignos vestidos de ventajistas, tesoreros
de partidos devenidos en corruptos, comisionistas golfos varios, políticos pluriempleados
o trincones y desvergonzados, etc. Pocos notables se escapan a lo largo y ancho
de la sufrida geografía patria. Tal vez los políticos y empleados de los
partidos que aún no han tocado pelo, con todas las excepciones que se quieran,
o los empresarios que no tienen el relieve suficiente para poder lubricar la
máquina de las adjudicaciones públicas; salvando también a quienes sigan
teniendo la honestidad por bandera, que los hay.
Los otros
Pero
no sólo era vergonzante ver aplaudir a los sumisos del gobierno, sino que
además de ello producía risa lo de los irredentos opositores. Que otros
‘ocupalistas’ se dediquen a aplaudir las intervenciones del señor Rubalcaba, que ha estado en todos los
asuntos turbios del PSOE desde aquellos lejanos pero no por ello menos
corruptos temas de Filesa, ‘roldanes’, etc, cuando intentaba darle lecciones de
honestidad a Rajoy pidiéndole que por tal virtud debía de marcharse, no sólo es
cómico sino de vergüenza ajena.
Aparte
de regocijarse indignantemente en otro mundo, tienen por tonto al conjunto del pueblo
español que los mantiene. Ese pueblo que
como decíamos ha pasado de la indignación a una peligrosa indiferencia con poca marcha atrás que, ¡ojo!, debería
preocuparles.
Cómo
estará el patio que algunos políticos tienen reparos de acudir a espacios
públicos notorios por pura vergüenza o miedo. Y es que no es para menos. Tal es
su descrédito que son señalados despectivamente.
Lo positivo
La
parte positiva sería que en el futuro se tuviera la noción general de que un
político es un servidor público y no un figurón de nada; las figuras deben reconocerse
en el sector privado, que es el productivo.
Y como tal debería ser tenido en cuenta, exigiéndole honestidad como
primer valor considerable. Y espíritu de sacrificio el segundo, aparte de valía
demostrada e imaginación en otras cosas.
Después, mandatos limitados, al sol si mete la pata y a la sombra si
alarga la mano.