Revista Educación

De la magia al meme

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Hoy conocí a una chica que tenía en su piso tres perros acogidos de la perrera y una señora me dejó pasar en la charcutería. Puedes creer que son dos boberías, pero son detalles que a mí me devuelven un poco de confianza en el ser humano. Nunca me he sentado con calma a analizar el festival de Eurovisión. Siempre me ha parecido una especie de vestigio de otros tiempos en los que no había mucho más entretenimiento y cada vez que lo veo me sorprende que se siga celebrando, como esas galas en playback de nochebuena y fin de año. No soy seguidora del festival pero, siempre que echo un ojo a la tele durante el concurso veo un guapito con coreografía, como un Bruno Mars de cartón piedra o una mujer elegante que grita muchísimo como una Celine Dion mosqueada con el de la grúa. No entiendo esas fórmulas. Menos mal que algunos llevan disfraces y cosas raras y que los que montan el espectáculo se curran una parafernalia audiovisual que te mantiene los ojos abiertos. No obstante, esta vez disfruté de una actuación como nunca esperé hacerlo. Vi a Salvador Sobral, cantante que representaba a Portugal, y escuché una canción preciosa con una sinceridad abrumadora: “Amar pelos dois”.

Portugal hizo algo diferente. Por fin veo alma en un concursante, sin una apariencia top, sin retoque, sin superficialidad, sin sonrisa permanente ni brillos. Un “vengo aquí con un violín y un piano con una canción compuesta por mi hermana”, sin más. Y es que, coincido con Salvador en que «la música no son fuegos artificiales, la música es sentir». Eso fue lo que transmitió, esa emoción en cada gesto en el escenario. Y yo que crecí creyendo que siempre daban los mismos puntos a los mismos países, como si tuvieran las puntuaciones en una piedra tallada de la época en la que arrancó el concurso, ahora, a los treinta y pico, acabo descubriendo que estaba equivocada, que no es verdad que seamos el continente de la lentejuela manida (solo), y que incluso en este festival, con toda su pompa, nos podemos dejar encantar cuando algo vale la pena. Portugal hizo algo diferente y ganó por primera vez. España, sin embargo, hizo más o menos lo mismo: demostrar que nunca ganaremos Eurovisión pero que no hay quien nos gane en el chiste instantáneo, en el meme que espera nervioso el pistoletazo para propagarse por todas las redes. Lo nuestro es la burla, esa es nuestra esencia, nuestro talento. Y un gallo es ponérselo demasiado fácil a nuestros compatriotas. Anoche, Manel Navarro grabó su paso a la historia como el rubito del gallazo dedicado a toda Europa, pero me alegro de que Salvador Sobral haya firmado el suyo como el primer ganador portugués con un mensaje de apoyo a la música menos comercial y una petición, también a escala europea, por los refugiados. Y yo, que me había levantado con un poco más de fe en la humanidad, me acosté con una sonrisa. Anuncios

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