Por Gabino Carmona Colón.
El andamiaje social y los fundamentos de las relaciones entre los individuos han evolucionado considerablemente desde el principio de la humanidad.
La naturaleza, el concepto y la misma finalidad de la interacción ha ido reconfigurándose con el paso del tiempo, ayudando a establecer principios de relación que, en la mayoría de las ocasiones, han ido enriqueciendo al ser humano.
Sea como fuere, no parece ésta una consideración meramente cronológica; la propia persona, a lo largo de su vida, puede vivir situaciones que le acercan a la manada, al grupo o, incluso, a un equipo.
La manada
Desde el principio, el instinto de protección y supervivencia ha empujado irremisiblemente al ser humano a unirse a la manada, a buscarla e intentar no separarse de ella. La necesidad de perdurar, de trascender más allá del instante que pasa, provoca que busquemos acomodo en ese conjunto de individuos que aspiran, por encima de otro propósito, a permanecer con vida.
Para ello, ponen de su parte lo que fuera preciso si con ello alcanza para cumplir con el objetivo de prolongar todo lo posible la propia existencia. De hecho, no hay nada más importante para la manada que la parte de protección que sumas al conjunto. Ese es, en definitiva el paradigma de la manada.
El Grupo
La evolución del concepto de manada al de grupo pasa por un detalle crucial, no conformarse con sentir la protección, no verse realizado con la única sensación de sentirse seguro. De ahí que, superando la primera fase instintiva, al grupo te empuje estar identificado con unas ideas concretas, algunos principios cooperativos que de alguna manera compartes y consideras relevantes.
En el grupo eres alguien por la afinidad de tus ideas con las que marca el conjunto; mientras en la manada no existe más aspiración que experimentar la seguridad, escoges uno entre otros grupos por esos valores o principios activos que, sin aparente consideración colectiva y puesta en común previa, reconocen al conjunto de individuos.
La consideración que el grupo tiene del individuo es también otra; para éste es muy importante la motivación que te llevó a elegir la pertenencia a ese colectivo. En cualquier caso, en el grupo no hay más horizonte ni aspiración que disfrutar y compartir esas ideas, pensamientos, sentimientos o sensaciones que unen y hacen sentirse bien.
El equipo
Por último, encontramos una evolución fundamental en la consideración del equipo. El equipo te hace sentir, no sólo que te protege o te brinda unas ideas con las que poder identificarte y disfrutar, sino que, además –aquí el factor determinante-, sientes que progresas, creces, te desarrollas…
El equipo te moviliza. Para el equipo eres persona y tu singularidad es tremendamente valiosa, es la que aporta valor al equipo. Se vive en una suerte de interacción interdependiente donde no desaparecen nunca las metas, los objetivos, los retos.
El del equipo es el paradigma del horizonte por conquistar en el que, ya el mismo camino, concede valor, imprime sentido. Aparece, incontenible, el carácter dinámico como expresión de la naturaleza que somos y vivimos.
Conclusión
La manada sólo es manada, es una trinchera social, mientras que el grupo vive en los rasgos del grupo, pero pudiendo compartir en algún momento elementos de la manada, eso sí, sin llegar a ser un equipo si se queda aferrado y atrincherado sólo en el placer que le procura su grupo; es un lago, un piélago confortable y despreocupado.
El equipo, máxima aspiración; el equipo es un río caudaloso, un torrente de agua que inspira y que va creciendo y asentándose seguro de su marcha y destino.
El equipo tiene el valor de poder ser manada, grupo y equipo en función de las circunstancias, situaciones y necesidades, pero siendo consciente de que la más noble, alta y plena aspiración es la de ser individuo en el equipo que crece y te hace evolucionar.
Autor Gabino Carmona Colón.
Fuente http://manuelgross.bligoo.com/20120831-tres-fases-en-la-evolucion-de-las-interacciones-sociales-manada-grupo-equipo
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