Revista Cultura y Ocio
Lento, ceremonioso, consciente de que la prisa no es buena consejera para los oficios artesanales del poeta, Diego García López dejó que pasara más de una década entre la publicación de su primer libro (El hombre y la palabra) y éste, que se convirtió en el segundo en el año 1999: De la misma vida. Lo publicó el editor Juan Pastor.En esta entrega ya no hay sonetos, sino poemas de textura algo más moderna y que indagan en una línea melódica huérfana de rima y vertebrada sobre una polimetría juguetona. Las imágenes se han vuelto mucho más audaces (nos habla de “los dedos inconcretos del silencio” en la página 9) y el mundo que rodea al poeta es observado con un innegable sentido del humor (“Hoy los arcos triunfales / los conforman los pubis de las top-models”, p.38).Pero lo más sorprendente de este nuevo volumen quizá sea que sus versos, incluso los más sencillos, impulsan a la reflexión y parecen esconder el veneno de una revelación trascendente (“Un día de éstos / me voy a levantar / y estaré muerto”, p.47). Hay algunas composiciones donde se pone de manifiesto una visión muy negativa (alarmantemente negativa) de la existencia, como por ejemplo en “La vida”, p.53; otras, en las que ensaya escabrosos juegos de palabras (“La niña más turbadora”, p.27); alguna más donde ridiculiza a ciertos personajes de la actualidad informativa (“Jet Society”, pp.28-29); e incluso reflexiones cercanas a la teología (“La respuesta”, p.16). Aunque como la poesía se refugia donde ella quiere y no donde queremos confinarla, es probable que el texto más hermoso del volumen sea el titulado “La menor”, un delicioso y tierno homenaje a su hija Rocío, dormida.