El pasado lunes, un magnífico análisis de Gabriel Albiac en ABC sobre el populismo y sus raíces:
Un joven fascista francés,
Robert Brasillach, fusilado por colaboración en 1945, da el testimonio más
claro de esa identificación sentimental que define al populismo en
entreguerras: «Así, a partir de esos diversos elementos, se formaba lo
que nuestros adversarios llamaban el fascismo y lo que nosotros acabamos por
llamar también así… El fascismo no era para nosotros, sin embargo, una doctrina
política, menos aún una doctrina económica… El fascismo era un espíritu. Un espíritu opuesto a los prejuicios, a los de
clase como a cualquier otro. El espíritu mismo de la amistad, que hubiéramos
querido elevar hasta la amistad nacional».
El fascismo no es más que una forma institucionalmente
codificada del populismo. Una de ellas. La otra la pondrá en funcionamiento,
por esas mismas fechas, Stalin en la Unión Soviética.
Anticonformistas, antiburgueses... ¿le suena de algo, desocupado lector...?