Mi hijo ha sido y es muy de extremos. Intenso en todo su ser, sus emociones son a veces explosivas. Esto no es nada malo, pues cada uno es, ...., como es. Pero yo lo digo abiertamente, conozco bien a mi pequeño y tenerlo tan claro ayuda a comprenderle mejor y en consecuencia a evitar en él frustraciones.
Lo bueno de estos sentimientos explosivos y tan a flor de piel es que no le cuesta expresarlos. Bien es cierto que le ayudamos a ello y lo fomentamos. En mi casa el dicho de "la procesión va por dentro" no se lleva.
Pero centrémonos en el tema de hoy. Contaba mi niño 2 años cuando las obsesiones empezaron a aflorar. De todos es sabido que las manías y comportamientos repetitivos son comunes a ciertas edades, y a menos que éstos continúen más allá de los 4 ó 5 años, e interfieran con sus rutinas o sus hábitos, no tienen mayor importancia. Pero una madre, se preocupa, le da vueltas a todo, observa, o al menos yo lo hago.
Para salir a la calle, él tenía que ser el primero, abriendo la puerta, después encender una pequeña luz que hay nada más salir, más tarde la luz general del tiro de escaleras. Había que ir con un coche en una mano y la otra agarrada a papá o mamá (preferentemente mamá por supuesto). Si alguno de estos requisitos no se cumplía, montaba el pollo padre. Si un vecino encendía, pollo padre. Incluso recuerdo tener que sentarnos en las escaleras a esperar que se apagara de nuevo, para encender y comenzar el ritual.
Me recuerdo ahí intentando explicar a un pequeño de 2 años y mucho genio que no pasaba nada, que la luz podía encenderla cualquiera, y bla, bla, bla, bla. No le servía. Él tenía que cumplir su ritual y sino, pollo padre. Y entonces me di cuenta que mi hijo entendía lo que le decía, pero no le servía de nada. Y decidí cambiar la táctica, no explicar las cosas desde la comprensión de un adulto, sino ponerme a la altura de un niño. Se me ocurrió la idea de "hacer turnos". Le expliqué que igual que en el parque hacíamos turnos para jugar o subir al tobogán, podíamos hacer turnos con la luz. Un día era el turno del Peque, otro el de papá, otro el de mamá. Acordamos igualmente que si un vecino encendía antes porque llegaba antes, no hacía falta llorar ya que siempre podíamos esperar para encender de nuevo.
Toda esta explicación le fue relajando poco a poco. Conseguimos que los pollos padre disminuyeran hasta que se eliminaron. Hacíamos turnos, si alguien encendía la luz se enfadaba,...., pero poco más. Y ha sido a lo largo de este año cuando, sin apenas darme cuenta, esta obsesión ha ido desapareciendo. Os cuento esta porque fue la más fuerte. Han habido otras, claro está. Cuando se ducha ha de elegir él la ropa interior, la servilleta que se le pone en la mesa ha de estar doblada en cuadrado, etc, etc, etc. Pero a medida que ha ido creciendo las obsesiones se han convertido en simples manías que no interfieren ni afectan a su rutina diaria.
Realmente hubo un punto en el que me preocupé un poco, porque me daba cuenta que él daba muchas vueltas a esos comportamientos, anticipaba nerviosismo. Pero ahora, a toro pasado (que es cuando se sacan conclusiones), veo que todo esto forma también parte del desarrollo y crecimiento. Que duda cabe que hay niños que no pasan por esta fase de modo tan espectacular. Pero con 4 años ya de múltiples pruebas y desafíos a mis espaldas sé que mi hijo todo lo hace a lo grande. Y asumido lo tengo.
A día de hoy ni tan siquiera puedo decir que sea especialmente maniático. Aunque sí es cierto que es un niño que sabe perfectamente lo que quiere y cómo lo quiere. Y eso no me parece nada malo, muy al contrario.
Pero no todo queda aquí, ni mucho menos. Cuando una madre se atreve a decir "prueba superada", ya estás en la línea de salida de la siguiente prueba. Ahora toca el turno de la competición. Todo es motivo de competición, y todo es convertido en una carrera para ganar: comer, subir las escaleras, vestirse, hacer pis, y así un largo etcétera. El ganar es prioritario y necesario.
El pollito padre (ya no son los pollos de antes ni mucho menos), me lo montó hace un par de días, cuando se encontró con la vecina, de su misma edad en el portal, y raudos y veloces empezaron la carrera por ver quien subía antes. Al medio minuto le veo bajar compungido y lloroso, pensé que se había caído, ¡¡¡que va!!!, es que la vecina había ganado y él no, ¡¡¡arrrggghhh!!!.
Ya en casa nos sentamos y le expliqué algo con lo que llevo ya semanas, que ganar no es siempre lo importante, que no siempre se gana y eso no es motivo de llanto. Pero él está erre que erre con lo mismo, no hay manera de sacarle del bucle. Para esto me viene muy bien su peli preferida, Cars, donde cuenta la historia de un coche que solo se interesa por ganar, pise a quien pise. Pero al final la lección que se le da es que ganar no es lo más importante, y prefiere perder pero ganar y conservar la amistad. Es una peli con moraleja. Y eso intento con el niño, a través de su personaje preferido, explicarle que no es importante ganar, sino jugar, reir, tener amigos con quien poder echar carreras. Pero tiene un puntito dentro de sí que le impulsa a competir de manera desaforada.
Un pasito más en su desarrollo, y lo que nos queda por delante....