"Un hombre pidió dinero a mi madre y como mi madre no se lo dio, el hombre comenzó a golpearla. Entonces empezó a salir sangre de la cabeza de mi madre y después murió". Así comienza la historia de Luis (ningún nombre en este reportaje es real, para proteger la intimidad de los menores), uno de los jóvenes acogidos en el Lar Saõ Jerónimo. Tiene 15 años. Es callado, tímido, escondido siempre bajo una coraza que lo separa del mundo exterior. Luis, después de vivir un tiempo con su abuela, se escapó de casa y empezó a frecuentar la calle. Allí pedía limosna, vendía artículos por unos pocos meticales y dormía en tiendas vacías. "En la calle comenzó a hincharme la barriga y enfermé -dice-. Entonces me encontraron los servicios sociales y me llevaron a un centro y después aquí", concluye.
África, un continente mágico: repleto de ritmo, bailes, música; de una risa contagiosa, de crianças, caminos; tierra espiritual, de la liberación, del despertar; donde la naturaleza se manifiesta con toda su fuerza: ríos, Sol, fauna, selva. África. Y, sin embargo, cuántas veces se revela el lado más negativo de toda su grandeza: hambrunas, guerras, enfermedades.
Llegué a Mozambique a través de la Congregación religiosa de los Padres Somascos. Los conocía desde hace tiempo, pues había estudiado en uno de sus colegios, y cuando me enteré de que tenían un orfanato en Beira les pedí si me permitirían viajar hasta aquí para colaborar con ellos. Aceptaron encantados. Y así fue como llegué, a comienzos de agosto, al Lar São Jerónimo en Inhamizua.
El Lar São Jerónimo, en funcionamiento desde 2008, acoge en estos momentos a 49 huérfanos (37 niños y 12 niñas). Toda la actividad, la energía que invade el centro con los juegos de los pequeños, resulta hipnótica, revitalizante, contagiosa. El orfanato, en un terreno de 20.000 m 2 en la zona de Matadouro, se halla conformado por varias casas individuales (donde los niños se encuentran alojados por edades y las niñas están juntas), y comedor, salón multiusos, residencia de los Padres. Además, el deseo de abarcar todo lo relacionado con la infancia ha propiciado la existencia en el mismo lugar de aulas de alfabetización (tanto de jóvenes como adultos) y panadería, agropecuaria y sastrería, con el fin de abastecer al centro y crear unos ingresos que les ayuden a ser autosuficientes. Y, como proyecto más inmediato, entrará pronto en funcionamiento el Centro de Formación Profesional Emiliani, donde se impartirán talleres de carpintería, confección, albañilería, mecánica, fontanería... En vistas a labrar un porvenir para estos y otros jóvenes en situación precaria.
"¿Tienes madre? ¿Y padre?", solían preguntarme los más pequeños al poco tiempo de mi llegada. Para ellos, uno respuesta afirmativa suponía un hecho extraño, sorprendente, como si hubiera dicho que había viajado en nave espacial y paseado por la Luna. De donde vengo, en España, la orfandad es la excepción. Aquí en Mozambique, sin embargo, según datos oficiales proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística, no lo es tanto. Enfermedades como la malaria, tuberculosis y sobre todo el VIH - SIDA, agravan una situación ya de por sí precaria. Con una población de 20 millones de personas (el 42,7% menor de 14 años), el número de huérfanos en Mozambique cuyos padres murieron a causa del SIDA es de 557.000 (del total de algo más de 1.800.000 huérfanos que tiene el país, por lo que cerca del 20% de la infancia mozambiqueña es huérfana).
Horacio fue uno de los primeros jóvenes en ser acogidos en el Lar São Jerónimo. Es fuerte, responsable, y dice sentir una gran deuda con sus hermanos al estar disfrutando de la oportunidad de estudiar, de formarse, de ser alguien en la vida. Horacio es de Quelimane y tenía 7 años cuando, al morir su madre, llegó a la ciudad de Beira con sus tres hermanos. El mayor, a los 19 años, adquirió la responsabilidad de padre con los más pequeños. Trabajaban en lo que podían, pues como no tenían documentos, encontrar un lugar donde ganar un salario digno resultaba complicado: mientras los mayores trabajaban como peones de obra (700 Mt a la semana, unos 15 €), lo que les daba para ropa y comida, Horacio sacaba algún dinerillo vigilando coches en la Plaza del Municipio (donde le daban entre 10 y 15 Mt por coche, sobre 3 céntimos de euro). Dice que dormían en paseos, tiendas vacías, terrazas. "Dormía sobre cemento, con sacos. No te puedo mentir, así es como dormía", me explica resignado.
Un día Horacio pidió dinero a dos Padres Somascos y éstos le explicaron que tenían intención de abrir un centro para menores. Entonces, como se mostró receptivo, los Padres enviaron a los servicios sociales a hablar con él.
El Lar São Jerónimo y los servicios sociales trabajan en concierto. Los Padres realizan el seguimiento de muchos de los niños de la calle y son ellos los que recomiendan a los servicios sociales que estudien el caso de alguno para su libre internamiento en el centro (por sorprendente que parezca, no son pocos los que rechazan la ayuda al haberse acostumbrado a la vida en la calle). En otras ocasiones, son los propios servicios sociales los que envían al Lar São Jerónimo a los nuevos jóvenes. La prioridad es la búsqueda de la reinserción familiar.
En una ocasión, Horacio y otro joven del Lar me llevaron a la Baixa a conocer los lugares que habían frecuentado cuando vivían en la calle. Al primer lugar que me llevaron fue a la Praza do Municipio. Allí, como me habían explicado, era el lugar donde trataban de conseguir unas monedas vigilando o lavando coches, pidiendo limosna.
Al llegar nos encontramos a varios conocidos suyos. "¿Ves a ese? Sólo tiene 20 años y mira como está", me dijo Horacio. Sentado en un banco, inmóvil, bajo la sombra de un arbusto, se encontraba ese antiguo compañero al que la vida en la calle lo había aniquilado por completo: desaliñado, con barba, ojos vidriosos, apenas podía articular palabra. "Le gusta mucho beber", me dijeron. También apareció otro joven, mucho más activo, descalzo. Pidió unas sandalias a Horacio porque las suyas se las habían robado mientras dormía. Horacio le dijo que lo sentía, pero que no tenía. Luego me dijeron: "Mira, está vigilando un coche y ahora acaban de llegar los dueños, mira cómo le pagan".
InhamizuaO caminho do Matadouro, donde recordemos se encuentra situado el Lar São Jerónimo, es una zona muy tranquila, sin aglomeraciones, donde la gente trabaja principalmente en la machamba. Un lugar ideal para que estos jóvenes crezcan en un ambiente sano, respetuoso, alejados de la efervescencia de la ciudad de Beira. Porque, como me decía Fernando: "La calle es peligrosa, aprendes malas maneras, bandidaje".
El pasado de los huérfanos acogidos en el Lar São Jerónimo resulta siempre dramático: muerte de los padres, malos tratos, vida en la calle. Entrevisté a todos ellos y sus historias, criança tras criança, me fueron golpeando cada vez con más fuerza:
"Mi madre comenzó a echar espumo por la boca, luego murió", me contaba uno de los jóvenes acogidos. Otro, me dijo: "Mi madre me maltrataba", mientras me mostraba las marcas que tiene en la cara y los brazos. Al descubrir uno de sus tíos lo que le sucedía, éste se lo llevó a vivir con él y su esposa. Sin embargo, cuando el joven tenía 11 años, su tío falleció y la mujer de éste se fue, dejándolo solo en casa: "Durante unos meses me alimenté de los restos de comida que había por casa y los alrededores, hasta que en la escuela mi profesora se enteró y avisó a la policía".
En una de las entrevistas, el silencio lo invadió todo. Fue el caso de Marta. Marta es tímida, callada, le gusta estar siempre en un segundo plano. Con su continuo: "No recuerdo", la verdad no traspasó sus labios. Sin embargo, sus "no recuerdo" los pronunciaba de maneras diferentes. Mientras al preguntarle sobre la vida con su madre antes de que esta muriera afirmó, mirándome a los ojos, no recordar nada; cuando me habló del período posterior, mucho más reciente, que pasó con su hermano, el "no recuerdo" lo pronunció mirando hacia otro lado, agachando la cabeza. Insistí, diciéndole que hacía poco tiempo de aquello, que no podía haberlo olvidado. "No recuerdo", repitió.
AventurerosMe parece admirable el valor que muchos de estos jóvenes tuvieron, cuando apenas levantaban unos palmos del suelo, para emprender viajes largos, peligrosos, en busca de una vida mejor.
Roberto y Bras, cuando tenían 11 y 10 años respectivamente, huyeron desde Chimoio hacia Beira juntos, como amigos que eran, en busca de lo que ellos pensaban un lugar repleto de oportunidades. "En casa sufríamos mucho -comentan-. No había para comer y tampoco íbamos a la escuela". Entonces, lo primero que hicieron fue trabajar un tiempo en Chimoio cargando todo tipo de productos. Con el dinero que consiguieron, 150 mt, compraron un billete de chapa y se fueron hasta Gondola. Desde allí, caminaron hasta Inchope, donde los encontró la policía, por lo que durmieron una noche en la comisaría. Después, desde Inchope, haciendo autostop ('pedir bolea'), llegaron a Beira. En Beira comenzaron a vivir en la calle (pedían dinero para comer, dormían en los paseos con otros niños para protegerse) hasta que lo encontraron los servicios sociales y los llevaron a otro centro antes de llegar al Lar São Jerónimo.
Sobre la vida en otros orfanatos, muchos de los niños recuerdan especialmente uno, al que no nombraré. Sin excepción, hablan de aquella experiencia como una pesadilla. Los motivos, varios: 'ley de la selva', un sálvese quien pueda que suponía, sobre todo, el maltrato de los mayores hacia los más pequeños, además de la falta de comida, la falta de libertad al hallarse en un régimen de total reclusión, etc. Los árboles del centro, repletos de fruta, mitigaban un poco el hambre. Muchos de los niños escapaban del centro para conseguir comida en el exterior. Cuando eran descubiertos, los responsables del centro optaban por el castigo severo o expulsarlos. Debido a las pésimas condiciones que reunía, el centro fue cerrado en diciembre de 2009.
Cuando hablan sobre el Lar São Jerónimo, sin embargo, todo cambia. De la apatía y la tristeza pasan al entusiasmo, a la sonrisa, a un estado de total optimismo. "Aquí son muy buenas personas, puedo estudiar, y los Padres tienen muy buen corazón", dice uno. "La comida, lo que más me gusta es la comida", afirma otro relamiéndose. "La brincadeira", grita un pequeño. "Estos Padres nos ayudan a tener una oportunidad en la vida", sentencia uno de los mayores.
Como resulta más complicado que los pequeños narren su pasado, les mandé hacer un dibujo sobre cómo recordaban su vida antes de su llegada al Lar y otro en la actualidad. Teresa, una de las niñas, en el dibujo anterior a su llegada dibujó a una mujer, como si ésta estuviera escribiendo, y una casa. Nada más. Preguntada sobre quién era es mujer, me dijo que su madre. En el dibujo tras su llegada dibujó a ella y varios niños del orfanato, sonrientes, cogidos de la mano, con una de las casas del Lar al fondo. Otro niño se dibujó a él mismo, una mujer y una casa. Al preguntarle quién era esa mujer, con un hilo de voz, me dijo: "Mamá". Hice el mismo pedido a otros pequeños del Lar. Al terminar todos me dieron los dibujos, orgullosos. Teresa me entregó el dibujo que representaba al Lar, con sus amigos, pero me pidió si podía llevarse el otro, el de su madre, con ella.
Alberto, uno de los jóvenes del Lar, quedó muy impresionado, y lo repite con frecuencia, con una metáfora que pronunció el director del centro una noche en el comedor, tras terminar de cenar. Decía algo así como que cada uno de ellos deberían estar atentos y no dejar pasar el tren de la vida. Debían cogerlo en el momento preciso y no bajar de él hasta el final de los días (sobre el fin de los días unos dijeron que era la muerte, el Padre concretó que la vida eterna). Alberto se obsesionó durante unos días con el tren, diciendo una y otra vez: "Los trenes pasan, pero para mí nunca se detienen. Vemos pasar uno tras otro, pero nada". La vía férrea se halla muy cerca del Lar, con lo que la metáfora se acentuaba cada vez que por ella circulaba el tren, poderoso, con su tra-ca-tra constante. "Míralo, aunque pita nunca se detiene", sentenciaba indignado.
El Lar São Jerónimo, sin embargo, no se resigna, haciendo todo lo posible para que ese tren se detenga.