La dialéctica histórica es imparable ya sea a través de los puños y las pistolas, como proponía José Antonio, o con una larga marcha desde los campos infinitos hasta la fábrica inmensa en la que hoy se ha convertido la nación más poblada del mundo.
Pero ¿se puede llamar a esto materialismo dialéctico, basado como está ni más ni menos que en la dialéctica hegeliana de tesis, antítesis y una conclusión que incorporaba como solución parte de las dos proposiciones en conflicto?
El caso es que la larga marcha del gran timonel concluyó con un muchacho desesperado haciendo frente con su camisa y dos bolsas, una en cada mano, a un espantoso tanque erizado de armamento, de la misma manera que la España del ínclito Rajoy, ése que se fumaba un puro mientras paseaba como un turista cualquiera por Nueva York, seguido por su fidelísimo perro de la agreste melena, riéndose, encima de todos nosotros, que nos agolpábamos ante los televisores inquietos por los acontecimientos frente al Congreso, porque el tipejo pensaba, con toda la razón del mundo que a él, Rajoy, hijo de presidente de Audiencia, opositor triunfante a registrador eterno de la propiedad de Santapola, que tiene a un sustituto guardándole la plaza para cuando a él lo echen, al fin, de la política, irse teóricamente porque no vivirá nunca en Santapola, a su fabuloso enchufe a seguir cobrando varios millones de pesetas mensuales, un hombre de mediana edad, con barba y vaqueros que se arrodillaba inerme frente a sus asquerosos cipayos sólo Dios sabe, si es que lo sabe, qué le habrá pasado por atreverse a desafiar la ira de un dios baboso.
Pero el registrador, como el gran Mao, no ha salido tan indemne como parece, la dialéctica histórica ha hecho su trabajo y hay mucha gente que sabe ya, si es que todavía no lo sabía, qué es lo que puede esperar del más genuino de los apóstoles de la desigualdad, ése tipo esencialmente repugnante, que piensa sinceramente que los hombres nacemos desiguales por naturaleza, si será ceporro, y, por tanto, debemos seguir siéndolo eternamente, incluso cuando estemos en el seno de Abraham, será canalla el tipo.
O sea que una infinitésima parte de la dialéctica operó antes de ayer cuando un desesperado, hay que estarlo para ofrecer tu propia e inerme cabeza a las porras de los más repugnantes esbirros, que no hicieron como los de Portugal, que se pusieron del lado de los manifestantes, el Portugal de los claveles rojos en la punta de sus fusiles y del Grándola, villa morena, y obligó al registrador a mentir cínicamente una vez más haciendo como que realmente creía que hay más gente en este país que tolera que él se fume suculentos habanos mientras pasea, con su melenudo escudero, por las grandes avenidas de N. York, mientras millones de sus compatriotas, desiguales, se mueren de hambre, como dijo muy bien el New York Times, por los suburbios de nuestras ciudades.
Lo crea él o no su paseo por N. York, habano incluido, tendrá resultados catastróficos no por nada sino por la propia inercia de la historia, ésa que hizo que incluso un tío como Mao, que casi llegó a igualar a Marx y a Lenin, acabó arrastrándose por los sumideros de la historia porque, ya lo dijimos ayer, el poder corrompe y, si es absoluto, corrompe absolutamente.
Entonces, me preguntarán, algunos de ustedes, ¿es igual la historia de Mao que la de este gusarapo baboso?
Y yo, que tengo más valor que el Guerra, contestaré:
-En resumidas cuentas, sí. Porque los clásicos por algo son, los puñeteros, los clásicos: cuando los dioses quieren perder a los hombres, antes, les hacen beber y comer los mejores manjares, jabugo del de 190'- euros el kilo y beber los mejores caldos del mundo, según dicen los encargados del catering del avión presidencial, esto, sin contar los jodidos habanos, que tanto han ennegrecido la otrora blanquísima dentadura de nuestro prócer.
O sea que, como decíamos el otro día, a cada puerco le llega, más tarde o más temprano, su Tiamnamen.
Esperemos que a nuestro Mariano le llegue muy pronto, no por nada sino porque en Santapola, lo digo por experiencia, sobre todo en verano, se vive muy bien.