Revista Cultura y Ocio
«Esta palabra no ha sido pronunciada contra los dioses, esta palabra y la sombra de esta palabra han sido pronunciadas ante el vacío, para una multitud que no existe». Es el comienzo del poema «Elogio de la palabra», de un libro memorable de Juan Carlos Mestre, importante en su trayectoria, con el que logró el Premio Jaime Gil de Biedma en su segunda edición. Lo ha reeditado Emilio Torné en su sello Calambur Editorial. Es La poesía ha caído en desgracia («La poesía ha caído en desgracia y las salamandras azules del mediodía entran en la ruina de sus vasijas ceremoniales con los ojos desorbitados por el sol de la muerte»), publicado por Visor en 1992. Lo he releído. Aunque, verdaderamente, lo que he hecho ha sido una lectura ex novo de un texto distinto; al menos, de una obra distinta, que incorpora poemas que no estaban en la primera edición, poemas de Las páginas del fuego, una rareza bibliográfica que yo no conozco y que se publicó en Chile, en Concepción, en Ediciones Letra Nueva, en 1987. Además, hay un buen número de poemas nuevos, más recientes, y un par de los ya publicados en la primera edición ahora cambia de sitio —«El Sur, 11 de septiembre» y «Las páginas del fuego». Qué extraordinaria coincidencia la publicación de esta novedad poética que nos muestra algo que tanto me interesa: la revisión de un autor sobre su propia obra. Coincidencia, sí, porque no hace mucho, hace unos meses, tuve el gusto de dirigir un trabajo de fin de máster sobre «La (re)escritura poética de Juan Carlos Mestre». Lo escribió Ana Isabel Bejarano, una exalumna paisana de mi amigo Ángel Campos Pámpano que obtuvo una excelente calificación por su estudio. La animo a que escriba algo, un artículo, sobre aquello, y, la verdad, el mismísimo Mestre ahora le ofrece un testimonio más del objeto de su futuro ensayo. Sería muy interesante conocer el dossier genético que interesa para la composición de esta obra. Y de todas, diría. Y cómo Juan Carlos Mestre, al remirar su libro La poesía ha caído en desgracia ha mantenido la apertura y el cierre, los dos poemas citados —«Elogio de la palabra» y «La poesía ha caído en desgracia»—, como el que, manteniendo el título original, no quiere alterar mucho el aspecto externo de su obra; y que, sin embargo, incorpora entremezclados cincuenta y siete textos nuevos que se suman a los cincuenta y nueve que tenía la primera versión. Hay más detalles; pero no es el momento de abordar aquí el proceso de relectura del poeta para componer, veintidós años después, un libro nuevo.