La política es el arte de hacer lo que se puede con lo que se tiene, dice en El País el filósofo Daniel Innerarity [Las razones de Macron, 09/09/2024]. Esto implica, añade, que nadie obtiene lo que inicialmente quería porque ni parte de las condiciones ideales, ni dispone de todas las posibilidades que habría deseado. Siempre que juzgamos una decisión política hay que tener en cuenta ambas cosas: las opciones de las que se disponía y lo que era políticamente posible. Lo que califica a los actores políticos no es aquello que quieren, sino lo que estarían dispuestos a considerar como aceptable, eso que llamamos soluciones suboptimales, los compromisos con el adversario que podrían aceptar, lo admisible considerando las circunstancias, la capacidad de elegir no tanto entre el mal y el bien como entre lo malo y lo peor. En política, como en la vida, lo máximo vale menos que lo bueno posible. Pocos casos hay más interesantes para juzgar a los políticos y a los comentadores que cuanto se ha dicho recientemente acerca de la decisión de Macron de convocar elecciones primero y designar después a Michel Barnier como primer ministro. Muchos analistas han enjuiciado estas decisiones como si quien las ha tomado tuviera muchas más opciones de las que realmente tenía y fuera posible cualquier cosa.
Sé que con mi opinión contradigo a buena parte de los analistas, pero no voy a decir lo que a mi me hubiera gustado (ni lo que supongo habría sido la opción inicialmente preferida por Macron) sino que pretendo exponer los motivos por los cuales ambas decisiones me parecen razonables desde el punto de vista de la lógica de la segunda mejor opción. Conocí a Macron cuando yo era profesor invitado en la Universidad de la Sorbona y él se encargaba de los archivos de aquel gran filósofo que fue Paul Ricoeur. Tuve ocasión de hablar después con él en sus diversos cargos políticos y transmitirle mi opinión sobre algunos temas relativos al futuro de la democracia, en Francia y en Europa. Era una persona plenamente consciente de la crisis política en la que nos encontramos y, aunque no comparto todas las decisiones que ha adoptado, sé que todas ellas han ponderado con responsabilidad las posibilidades de que disponía.
Las elecciones legislativas son convocadas por Macron cuando era previsible una moción de censura contra el gobierno. El resultado fue un fracaso del partido de extrema derecha, pero Francia era difícilmente gobernable con tres bloques tan poco dispuestos a pactar en torno a un second best. El líder de la coalición ganadora, Jean-Luc Mélenchon, concibió esa victoria como si dispusieran de una mayoría absoluta e instó a Macron a nombrar a Lucie Castets, exigiendo además que gobernara con el programa del Frente Popular. Lo de que la izquierda había ganado las elecciones era una afirmación discutible según que se entienda por ganar unas elecciones. En la primera vuelta, la extrema derecha obtuvo 11 millones de votos, la derecha 3 millones y la izquierda 9 millones (sin contar que de los 6 millones y medio de Macron la mitad son votantes que se consideran de derechas). En la segunda vuelta, la extrema derecha recibió 10 millones de votos, la derecha 2.500.000, Macron 6.300.000 y la izquierda 7 millones.
Sobre esta base, si Macron hubiera designado para ese cargo a Castets, los otros dos tercios de la Asamblea Nacional habrían hecho caer a ese gobierno inmediatamente. La mejor opción entonces era que Mélenchon hubiera sido más flexible y aceptara un candidato de centro o centro izquierda que pudiera contar con el apoyo de dos tercios de la Asamblea. Dado que es una persona que solo maneja primeras opciones, consideró que si no gobernaba alguien salido de las filas de ese tercio ganador, el resultado era que les habían robado las elecciones. Ante esta rigidez, Macron, obligado siempre a buscar un primer ministro que no fuera derribado por una moción de censura al día siguiente, designó a Michel Barnier, seguramente su segunda o tercera opción, pues había mostrado sus preferencias iniciales por un candidato de centro izquierda como Cazeneuve (opción descartada por el Partido Socialista). Como Mélenchon no ha querido ponerle condiciones a Barnier, se las ha puesto Le Pen. Lo que había comenzado por una (relativa) victoria de la izquierda ha terminado siendo una (relativa) victoria de la derecha, en muy buena medida gracias a que la izquierda hizo una mala lectura del resultado electoral y de las opciones reales que tenía. El resultado de esta ceguera es que el gobierno de Barnier, pese a ser más estable que cualquier otra de las posibilidades, podrá caer en cualquier momento si la derecha del Frente Nacional y la izquierda del Frente Popular se ponen de acuerdo a este respecto. En ese caso, pienso que no volverá a haber un Frente Popular. Como en política pasan muchas cosas, el resultado de las elecciones presidenciales de junio de 2027 dependerá mucho de la habilidad de Macron y Barnier, pero también de que cierta parte de la izquierda aprenda a gestionar sus opciones reales con mayor habilidad. Daniel Innerarity es catedrático de Filosofía Política, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco y titular de la cátedra Inteligencia Artificial y Democracia en el Instituto Europeo de Florencia.