Por transmutación entendemos cambiar de un estado a otro, transformar algo en una cosa diferente. En ciencia, es la propiedad de un elemento en cambiar a otro mediante la alteración de sus propiedades químicas a nivel atómico. Así decimos que el plomo tiene 82 protones y el oro 79. Para convertir el plomo en oro debe perder tres protones. Cosa nada fácil cuando se trata de química, sino muchos fueran archimillonarios.
Cuando escuché de este término por primera vez fue en el libro de Napoleón Hill «Piense y Hágase Rico». WTF. Si, es lo que pensé al principio. Pero no quería saltarme los capítulos y para entender mejor los conceptos decidí llevar el orden de los capítulos según el libro. Pero como siempre pasa, solo llegué a leer un par de capítulos sin llegar al dichoso de la transmutación sexual, cuando el libro pasó a formar parte de mis worstseller en un rincón de mi armario.
¡Cuánto me arrepiento no haber terminado de leer aquel libro! O al menos haber acertado en la decisión de saltarme los capítulos y haber ido directamente al apartado de la transmutación sexual y haber aprendido su contenido.
No fue sino hasta hace unos meses que tomé una importante decisión en mi vida. La relación con mi esposa me estaba robando toda mi energía, y cada día pasaba más negativo y algunas veces evitando a toda costa llegar a casa para enfrentarme a los alegatos de mi mujer por cualquier cosa.
Siempre lo había pensado, y algunas veces hacía el intento, decía cosas como “hoy si, ya no la aguanto más, hasta aquí llegamos, esta relación no nos hace bien a ninguno de los dos”.
Pero que va, aunque durmiéramos separados después de mi “intento” por ponerle fin a esta tóxica relación, con un par de cervezas para agarrar valor y mis testículos a tope de semen, necesitado de liberar esa energía terminaba en su cama avergonzado acariciándole y más deseoso del mundo suplicándole por amor, por sexo.
A regañadientes y juraría que rogando al cielo para que terminase pronto, medio dormida me dejaba sus entrepiernas a merced, no sin balbucear vaya a saber yo que cosas que no lograba entender porque no articulaba muy bien sus palabras por el sueño que la dominaba.
Así que aprovechaba a entrar con fuerza entre sus aposentos, aprovechando sus movimientos para deshacerse de mí, para rechazarme; donde con cada uno de ellos lograba posicionarme y afianzarme mejor a sus caderas, hasta que mis espasmos lograban confundirse con los de ella. Los míos por pasión, por gloria, por gratificación propia y desahogo, los de ella; por la sorpresa, rapidez y mi astucia por pillarle adormitada y conseguir lo mío. Por los momentos, ya al amanecer pagaría las consecuencias de esa aventura.
Por supuesto, el sexo es mi debilidad. Ella sabe que cualquier cosa que pase, sea quien sea el culpable, ella terminará ganando porque yo seré el debilucho que por unos segundos de placer, tenga que estar escuchándola y cediendo a todas sus demandas.
¡Si tan solo pudiera librarme de mi deseo sexual! Así la mandaría a volar y podría decirle esta vez con propiedad y en definitiva: “Ros, ya no podemos seguir así. Lo siento mucho, por favor ya no me ofrezcas nada, no te preocupes por mí, solucionemos esto como amigos y por el bien de nuestros hijos hagámoslo en paz”.
—“Si, como no”— creo que se reiría ella para sus adentros. “Quiero verte en un par de días al pie de mi cama rogándome y que lo que me dijiste era solamente porque estabas enojado”…
Y tenía razón. Pero créanme, de mi parte yo ya estaba dispuesto a cortar esta relación por lo sano, pero por ese salvaje apetito sexual que me hacía dar vueltas y vueltas en la cama, y no dormiría hasta no saciar mis instintos… Sé lo que están pensando, pero es que no es lo mismo chicos, jamás el calor de una mano se puede comparar al de la caricia de una entrepierna mientras la suavidad de unos pechos se frotan con el tuyo, jamás!
Pero me hartaba estar retractándome cada vez más. Eso no era de hombres. O mantenía mi palabra si o sí. Ya estaba decidido. Si tan solo pudiera hacerme cargo de mi deseo sexual, podría mantener mi palabra. Necesitaba ese control para empezar, porque mientras la mandaba al carajo tendríamos que vivir en la misma casa, e irme a otro lugar tampoco era una opción porque no quería alterar la vida de mis hijos.
Así que el plan era hablarlo, pero esta vez en serio y en definitiva. —Siempre había sido en serio lo que pasa que por culpa de las hormonas, quedaba en ridículo—.
Fue por esta decisión que me recordé de aquel libro de Napoleón Hill acerca de la transmutación sexual. ¿Qué tal si todo ese deseo, toda esa energía sexual podría transformarla en algo más que no sea en ir a despertar a mi esposa para saciar mis instintos?
Por esa razón me he propuesto este reto de transmutar mi energía sexual, mi deseo sexual para no sucumbir y mantener mi palabra, poder controlar mis instintos, dominar esa fiera salvaje —me refiero a mi instinto sexual— y por fin liberarme de las acciones manipuladoras de mi mujer.
Pero, ¿Cómo transmutar mi energía sexual? Es el cuarto día, y un leve cosquilleo me dice que mi depósito seminal quiere salir expulsado de ahí cual volcán en erupción…
CONTINUARÁ…