No estoy muy seguro de que eso sea siempre así, pero supongo que la mejor manera de comenzar un relato es hacerlo por el principio. Y el principio es que en febrero de 2001, el día de mi 55 cumpleaños, una amiga me regaló Teoría de los sentimientos (Tusquets, Barcelona, 2001), un libro recién publicado por el psiquiatra, y años más tarde Académico de la RAE, Carlos Castilla del Pino (1922-2009). Se trataba de un ensayo dedicado a un tema apasionante que nos concierne muy directamente: la afectividad y el mundo de los sentimientos. Lo leí con interés, pero se me escaparon muchas cosas, más por mis carencias formativas que por el asunto tratado.
Cinco años después, la Fundación Pro Real Academia Española, de la que era yo entonces socio, me obsequió con un opúsculo titulado Arquitectura de la vida humana, que contenía la conferencia pronunciada por Carlos Castilla del Pino en el Día de la Fundación de aquel año. Y en esta ocasión disfruté más de la lectura por su sencillez y belleza expositiva, alejada de los tecnicismos y la jerga psiquiátrica. Me impactó la diferenciación que establece el autor entre los conceptos de vida privada y vida íntima.
Y apenas hace un mes, leyendo Ideas comprometidas. Los intelectuales y la política (Madrid, Akal, 2018), de Maximiliano Fuentes y Fernán Archilés, me encuentro que uno de sus capítulos está dedicado a Carlos Castilla del Pino, al que retrata como un intelectual comprometido a lo largo de toda su vida.Todo lo anterior, más una conversación con una amiga muy querida al frescor de una terraza de Triana sobre la diferencia entre "lo privado" y "lo íntimo", me lleva a releer de un tirón Arquitectura de la vida humana y Teoría de los sentimientos. Y a bucear en el archivo de Revista de Libros hasta encontrar un artículo que recordaba haber leído de Fernando Broncano, catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid, en el que reseñaba, entre otros, el mencionado libro de Castilla del Pino, y otro de Rafael Núñez Florencio, doctor en Historia y profesor de Filosofía, reseñando el de Maximiliano Fuentes y Fernán Archilés que ya comenté en el blog el pasado mes de mayo. Comparto lo expuesto por Carlos Castilla del Pino sobre la diferencia entre privado e íntimo, ámbito éste, el íntimo, en el que se puede conseguir la ocultación absoluta de nuestras actuaciones y al mismo tiempo llevarlas a cabo carentes de toda tensión con un éxito garantizado de antemano, porque es el único en donde es factible la realización absoluta de nuestros deseos, En él, afirma Castilla del Pino, somos omnipotentes. A la vida íntima, añade, pertenecen "pensar en", "fantasear con", "imaginar que", dar paso a nuestras emociones y sentimientos, a nuestros recuerdos, deseos, intenciones, que no podemos hacer públicos, y que si se pudiera, aparecerían desmesurados e intolerables, pues toda pretendida comunicación de la intimidad es un fracaso al tratarse de informar de un territorio para el que no hay palabras.
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendtHArendt
Entrada núm. 4993[email protected]La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)