Revista Literatura
La Democracia es esto, y tiene sus plazos. Estamos citados de nuevo con las urnas, en este caso para escoger a nuestros representantes en los ayuntamientos y en Europa, no es poco. Es más, creo que es mucho, esencial. Supuestamente, las entidades locales se ocupan de lo micro y en la Unión Europea de lo macro, o eso nos han contado más de una vez. Micro, macro, esa lección que se les escapó a los de Barrio Sésamo. A veces tengo la percepción, y tal vez solo yo sea el que así lo interpreta, que establecemos una especie de graduación de importancia electoral, donde las denominadas generales son las que ocupan el primer peldaño del podio, seguidas de las autonómicas y a las municipales les colgamos la medalla de bronce. Tal vez sea mi percepción, repito, y espero estar equivocado. Desde siempre he sentido una especial atracción por la política local que, en muchos casos, en determinadas situaciones, escapa de los análisis y teorías que podemos aplicar o establecer en el resto de sufragios. Y repetimos, mucho, muchísimo, ese tan recurrente argumento que dice aquello de que en las elecciones generales se vota al partido y en las municipales se vota a la persona. Yo no comparto en su plenitud la literalidad de esa afirmación, que obvia un sinfín de parámetros y de circunstancias, más allá de las estrictamente geográficas o poblacionales, que debemos tener siempre en cuenta. Por esa regla, las generales las ganaría un partido con un buen programa y las municipales una persona con mucho carisma. Carisma, ese contenedor adjetival en el que cabe casi todo. Lo cierto es que con frecuencia nos dejamos avasallar, y cuando no engatusar, por la fastuosa melodía de las grandes cifras, sobre todo por las económicas, esa macroeconomía que también ha sabido explicar el profesor granadino Francisco Mochón, largas las noches estudiando sus reflexiones, y nos olvidamos de lo que tenemos a mano, de lo primero que contemplamos cada mañana cuando ponemos un pie en la calle y que en gran medida es lo que posibilita o vulnera nuestro bienestar. O nuestro más esencial bienestar, como usted quiera llamarlo, pero bienestar o jodienda a fin de cuentas. Las farolas, las aceras, los semáforos, las obras de aquella calle, esa cochera sin permiso, el carril bici, el contenedor de la basura, fuentes y jardines, todas esas cosas y espacios que, queramos o no, están tan presentes en nuestras vidas. No es poco, no. Por eso siempre he tenido un especial afecto y hasta admiración por quienes se dedican a la nunca fácil tarea de la política local. Ya que el alcalde o alcaldesa, así como los concejales con área, lo son las veinticuatro horas al día, todos los días del año, durante cuatro largos años en la mayoría de las ocasiones, y eso es algo que pueden atestiguar todos los que alguna vez han tenido responsabilidad municipal. La persona que salga escogida el próximo domingo, tras los indispensables pactos posteriores, las mayorías absolutas en modo pausa, tiene la obligación de redefinir y apuntalar el modelo de ciudad que queremos para los años venideros. Un modelo de ciudad que debe estar en consonancia con los retos planteados por la ONU en su agenda 2030. Es decir, hablamos de una ciudad limpia, sostenible e inclusiva, sobre todo, para que Córdoba sea un espacio de oportunidades para todas las personas que la habitan y no una sucesión de compartimentos estancos y fronterizos, que propician el desencuentro y la exclusión. Es decir, una ciudad igualitaria, y que nadie se rasgue las vestiduras porque ese debería ser el objetivo común: un lugar en el que todos los cordobeses y cordobesas cuenten con las mismas oportunidades, y también con idénticas obligaciones, como no podía ser de otro modo. Y eso lo decidimos el próximo domingo, es mucho, ¿verdad? Tu voto, como la política municipal, no es micro, definitivamente macro.