Revista Cultura y Ocio
Poseo el suficiente desconocimiento de mí mismo como para no estar seguro de si lo que acabo de afirmar se ajusta enteramente a la verdad. Sé, no obstante, que cuanto más creo conocerme, más constato que no me conozco en absoluto. En ese tira y afloja ontológico, subsisto, progreso y finalmente declino toda responsabilidad de que nada de cuanto yo haya pensado. Pareciera, a la luz de estas reflexiones, que no hablara uno de uno mismo, perrmítanme la duplicidad en la primera persona. ¿Y de qué va a hablar si no?, me sugiere K. No hay nada que nos concierna más, le respondo, nada de lo que dispongamos de más información, nada de lo que tengamos la certeza que va a salir alguien más molesto o indignado. Mientras que se asientan estos voluntos en los adentros, el mundo sigue girando, que decía mi abuela: pierde el Córdoba en Vigo, Podemos llena Madrid, muere Lara el de los libros, Dylan saca un disco de versiones de Sinatra y TVE emite una cosa infame en la que Robert de Niro se pone unas tetas de plástico para que un bebé no eche mucho de menos a su madre a la hora de comer. Pasan tantas cosas y pasan tan aprisa que nada importa. Ni siquiera lo importante importa. O importa de un modo poco relevante, en todo caso. Importa como evidencia de que la razón sigue siendo la única religión fiable o como manifestación sensible de que todavía es posible la salvación y no todo está perdido. Porque vamos camino de que sea pierda todo. A poco que uno lo piensa, vamos camino de que se vaya todo a la mierda, con perdón. K. sostiene que no es tan grave el estado de las cosas, que hemos estado así antes y hemos salido. Bien, no le discuto, no poseo los argumentos suficientes o los tengo de una manera tan endeble que no me atrevo a contrariarle. A K. le debo esas cosas. Son muchos años a mi vera, soportando mis caídas de tono, todas esas gimnasias mentales mías que merodean el sentido común, penetran en ocasiones en su interior, se alojan adentro y salen disparadas, sin mirar atrás, deseosas de no volver. No sabe uno, en fin, si importa decir, cuando el decir no dice, en el fondo, mucho. Se desahoga el genio ocioso, como dijo Hume, el filósofo. No está ya la cosa para filosofías. Es tarde. Ha sido un día largo, no malo en ninguna circunstancias, pero largo. Tampoco entiendo que desee los cortos, los días que vienen y pasan en un vuelo, como si estuviesen achispados y corriesen para no que se notase que están. Ya digo que está todo en una fragilidad narrativa pasmosa. No saber, no querer saber incluso, no decir o no querer decir también. Buenas las noches. Coda final: yo creo que lo peor del día - siempre hay algo que viene a la cabeza cuando está ya echando las cancelas el día - ha sido ver a Robert de Niro en una de esas películas insoportables. Con lo que ha echo ese hombre y los ratos que nos ha regalado. Y Hume, no nos olvidemos de David, otro de la lista de los grandes nombres. Me levanté esta mañana pensando en Hume, en un amigo - Antonio - que repetía eso de las afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias y acabo con Hume. Nada que no se pase mañana.