Revista Cultura y Ocio
Todavía cuesta hacer ver, al menos a quienes no se han iniciado en la materia, que el clasisismo no es más que una forma, y sólo una, de interpretar el pasado grecolatino. Se trata, sin más, de una estética que tiene su momento áureo en el siglo XVIII, pero que no tomó nombre hasta el siglo siguiente, cuando libros como los de Madame de Stäel comienzan a hablar ya sin ambages sobre el romanticismo, que precisa de un contrapunto para abrirse camino en una nueva realidad europea. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
Identificar, sin más, el clasicismo con el arte y la literatura grecolatina lleva a grandes y graves errores de percepción. Otras estéticas, además de la clasicista, han concurrido en reinterpretar este legado, como el propio romanticismo, o después sus naturales seguidores, el simbolismo, lo parnasiano, y hasta las vanguardias de comienzos del siglo XX, con la ruptura de la tradición, nos dieron sus propias visiones estéticas de la Antigüedad. Que lo bello no es suficiente, pues no sólo ha de complacer el buen gusto, sino incluso conmovernos, es una de las líneas maestras que nos permitirá asistir paulatinamente al sutil tránsito que va desde las posturas más neoclásicas a las plenamente románticas. Sin embargo, el proceso tiene visos de ser simultáneo más que sucesivo, como ha podido ver claramente Ana González-Rivas Fernández en su tesis doctoral. Su tesis nació de una intuición, como fue el interés por valorar cuál sería la relación entre los antiguos textos de la literatura grecolatina y la moderna literatura gótica. Se trata de una relación no explorada apenas que ahora aparece analizada brillantemente en esta tesis doctoral, redactada a caballo de dos continentes. El concepto de lo sublime apareció ya en la propia Antigüedad, dentro de un tratado hoy anónimo que lleva, precisamente, este título: Sobre lo sublime. En él se desarrolla la idea fascinante que liga la belleza a la conmoción estética, y de ahí incluso al terror. A mitad del siglo XVIII, un pensador político, Edmund Burke, desarrollará estas ideas en su tratado titulado "Indagación filosófica sobre el origen de nuestra ideas acerca de los sublime y de lo bello". El tratado se convierte en el gran precursor de la estética romántica, la que da lugar a los intensos paisajes de Caspar Friedrich, o a la estética visionaria de un William Blake. Dolor y placer se combinan en la contemplación estética, como cuando nosotros mismos asistimos a las Sacramentales de San Isidro y Justo para explicar, precisamente, las claves "sublimes" de los panteones del siglo XIX. Edmund Burke estudió en el Trinity College de Dublín, y hoy su estatua preside el flanco derecho de la entrada principal al venerable campus. Siempre es grato reencontrarse con los autores que se han leído con pasión. Hay quien considerará estas cosas como actos intrascendentes. Para mí es una forma de contemplación y de estar en el mundo. Francisco García Jurado H.L.G.E.