El reparto de días en un viaje será clave a la hora de definir el carácter del mismo. En nuestro recorrido por Costa Oeste, al no tener demasiados días, decidimos pasar poco tiempo en las ciudades. Por eso, estuvimos un poco de puntillas en Los Ángeles, disfrutamos menos de media tarde en Las Vegas y solo dedicamos dos días a San Francisco. Mala decisión, seguro, para muchos, pero fue nuestra decisión – en el caso de las dos primeras ciudades, ni siquiera nos arrepentimos-. Queríamos disfrutar sobre todo de paisajes, territorios aislados y los conocidos valles y cañones que hay por esta zona.
La primera etapa de la que os vamos a hablar, el tramo de Los Ángeles a Las Vegas, la cogimos con muchas ganas. Quizás también con demasiada intensidad. Pero esos eran los planes (y lo que nos hizo dedicar más tiempo a lo que después vendría) y así los cumplimos. En inicio era aún peor, pues habíamos pensado hacer el tramo Los Ángeles-Gran Cañón, pero eran siete horas, por lo que íbamos a perder demasiado tiempo en la carretera. Si lo tenéis en mente que sepáis que eso es casi un día perdido.
Sin embargo, nosotros hicimos noche en Las Vegas y así, al día siguiente, con cuatro horas de coche, podríamos llegar a tiempo de disfrutar bastante del Gran Cañón; que así sería.
Una mañana en Los Ángeles: el Observatorio Griffith y el Paseo de la Fama
Ese día fue largo porque empezó muy pronto. Acababa de amanecer cuando subimos al Observatorio Griffith, un lugar donde ante todo, hay unas vistas únicas de la ciudad. Es un completo mirador 360º de toda la urbe; con los rascacielos más típicos a un lado y las montañas con el mítico cartel de Hollywood al otro. Imposible no sentir el peso cultural de este lugar en el mundo.
Además, la zona es un verdadero pulmón al contar con amplias zonas verdes donde se ve a los lugareños pasear o hacer deporte. En el camino al observatorio, que además nos gustó especialmente por ser uno de los escenarios de La La Land, ¡vimos coyotes! El animal, casi domesticado por el cuidado de los guardas del parque, estaba manso y perfectamente al alcance de la vista. Fue una sorpresa porque no teníamos ni idea de su existencia en este lugar.
La siguiente parada, otro de los pocos lugares que teníamos interés en ver en Los Ángeles, fue el Paseo de la Fama. No obstante, al llegar, todo fue un poco decepcionante. Aparcamos en la misma vía y poco a poco descubrimos que todo estaba cubierto por una importante capa de suciedad y descuido. No parecía para nada que allí, entre papeles y basura tirada por el suelo, pudieran ir surgiendo las estrellas que identifican a los artistas más consagrados de la música, el espectáculo y el séptimo arte.
La verdad es que pronto olvidé el estado de la vía para descubrir con emoción los nombres de aquellos personajes que me han hecho vibrar en la gran pantalla. Es imposible no emocionarse cuando pisas un lugar que rinde tributo a muchos, muchos nombres que te han acompañado durante un porrón de horas. Sobre todo cuando estás a más de 9.000 kilómetros del sofá donde disfrutaste esas horas. Es una emoción muy primitiva y a la vez, muy, muy fuerte. Así que más allá de la apariencia de la calle, me encantó la visita. Supongo que pensamos que con aquello había sido suficiente y pusimos rumbo a varias paradas de la mítica Ruta 66, que también pasa por California.
Paradas de la mítica Ruta 66
Nuestro encuentro con la Ruta 66 fue un tanto extraño. Nos costó encontrar los puntos de la misma, incluso superada la primera barrera de pensar que la vía aún seguía existiendo. La realidad es que fue descatalogada en 1985 y lo que queda hoy en día -al menos en esta parte de California- son tan solo retazos del pasado, muchas veces explotados turísticamente de una forma bastante artificial.
Victorville es una de las ciudades de referencia en esta zona, que además tiene un museo gratuito en honor a la ruta. Objetos antiguos, mapas, recreaciones de los lugares de antaño, mapas, material vídeo-gráfico, pósters… componen el haber de este pequeño centro, agradable y buen punto de partida.
Desde aquí, tomamos la carretera hasta la Antique Station, una gran tienda bien el encanto de las cosas que tienen olor a viejo. No obstante, más allá de la parada y hacernos ilusión haber encontrado por fin la vía, el lugar está muy explotado, con tiendas cercanas demasiado bien puestas y con cosas de estilo retro. No obstante, no acabamos de encontrarle el punto en ningún momento. Veo las fotos y parece bonito, pero en directo, la verdad, me decepcionó.
Última parada antes de Las Vegas: Cálico, el pueblo minero fantasma
Antes de llegar a Las Vegas, habíamos leído que merecía la pena dedicar un rato a visitar el pueblo Cálico, antigua población minera que se asentó allí a consecuencia de la extracción del oro. Actualmente está bien recreado, pero en su afán de convertirse en lugar turístico, ha dejado que los bares y restaurantes lo conviertan en algo muy diferente a su esencia, haciendo finalmente que la visita sepa a poco .
Nosotros paseamos buscando su encanto, pero la música y el ambiente, lejos de lo que debía ser una mina en tiempos, era bastante ruidoso y extravagante. Quince dólares nos resultaron demasiado dinero por una experiencia que consideramos bastante poco conseguida. No obstante, fueron parte del primer tramo del viaje y nada paró la ilusión de los que serían unos días geniales.
Tarde noche en Las Vegas y descanso para visitar el Gran Cañón al día siguiente
Una decisión clara al encarrilar nuestro viaje a Costa Oeste fue que no teníamos ningún interés en Las Vegas, la archipopular ciudad del juego y la fiesta situada en el estado de Nevada. No desmerecemos su originalidad y que seguramente sea única en el mundo, pero sencillamente no tenía aquellas cosas que nosotros buscamos en un viaje y sí unas cuantas que al menos a mí me echan terriblemente para atrás: un carácter artificial, comercial y excesivo.
Si bien varios amigos que tenemos insistieron bastante, no lograron convencernos. Pasamos por allí esa tarde y unas horas a la vuelta de la zona del cañón Antelope en las que fuimos a un outlet. Paseamos por las calles ruidosas y llenas de luz; entramos en alguno de sus hoteles con imitaciones de los grandes monumentos de Europa y de sus propias ciudades; vimos a la gente dejándose el dinero en el azar; esperamos el espectáculo de fuentes del hotel Bellagio de Las Vegas; fantaseamos con reservar una habitación en la zona y disfrutar de una noche de película… pero al final, aunque no os voy a decir que no lo intentamos, no llegamos a cambiar de opinión y pensar que Las Vegas merece más que unas horas. Sin embargo, tampoco me desagradó y acabamos la jornada extenuados y felices.
*Si te interesan los datos prácticos de nuestro viaje, te invito a leer nuestro post sobre el presupuesto detallado de nuestro viaje y todos los pormenores sobre lo necesario para embarcarte en esta aventura. ¡No te arrepentirás!