por Marcelo Molina
Sabido es que los seres humanos no estamos exentos de cometer errores. Y el rasgo distintivo de los errores es que no somos conscientes de ellos hasta después de haberlos cometidos. Esto nos indica que no podemos, antes de la acción, saber si cometeremos un error o no. Podemos extremar los cuidados para no cometerlo, pero no tendremos previamente la absoluta certeza de que no lo cometeremos.
Si tomamos esto como válido, será útil observar entonces qué pasa después de cometido el error. Dicen que “de los errores se aprende”, y esto es parcialmente efectivo en la medida en que nos aboquemos a la tarea de buscar y encontrar los recursos para, en el futuro, no volver a cometer dicho error. Digo parcialmente ya que en ese futuro, no seremos la misma persona que fuimos cuando cometimos el error, y si no incluimos esta variable (nosotros mismos), podremos cambiar la acción, y de todos modos, volver a cometer el mismo (u otro) error. Es decir, podremos agregar más cuidados, u otros cuidados diferentes antes de la acción, pero volveremos a estar en la misma situación del pasado, en que no tendremos la plena certeza de la no falla.
Me es frecuente contactar con personas que buscan constantemente la “perfección” por medio de la “exigencia” para llegar a la “excelencia”, pero que “les pesa mucho” cometer errores. Si bien el objetivo es meritorio (y en algunas culturas organizacionales no hay otra opción…) la probabilidad de que en el camino hacia la excelencia se cometan errores es muy alta, y frente a esto,dependiendo de cómo se tomen los errores, será la calidad del proceso. Tanto para la persona que comete el error como para el resto de las personas del equipo que integre.
Ahora bien, ¿es posible tomar un error de diferentes maneras?
Una de las acepciones de la RAE para errar es “no acertar”, y tiene que ver con el resultado de una acción ya realizada. La otra acepción es “Andar vagando de una parte a otra”, y tiene que ver con un gerundio, es decir, un “haciendo”, una acción que transcurre en el aquí y ahora.
Esta segunda acepción me hace mucho sentido frente a lo que estamos tratando, ya que cometemos muchos de los errores cuando nuestra mente anda “vagando”, ya sea paseando por el pasado: “Como ya cometí otros errores haciendo esto, es probable que ahora también me suceda lo mismo…”, o nos damos una vueltita por el futuro: “Si no consigo este objetivo, seguramente habrá represalias…”
Cualquiera de estos dos “paseos temporales” (o similares) son la base para llegar exitosamente a consumar la “profesía autocumplida”
La propuesta desde aquí es construir una manera diferente de tomar los errores: Considerarlos como el resultado de una acción en la que no estuve 100% presente, aquí y ahora, y desde la humildad, verlos como la gran posibilidad de observar cuál fue mi ACTITUD ante la acción, tomando conciencia de mis pensamientos y creencias, determinando si me abrían o me cerraban posibilidades frente a lo que quería lograr.
Puede que el error se haya producido porque no contara con las competencias (teórico-prácticas) necesarias para realizar la tarea (lo que no tiene que ver con la actitud, sino con el “saber hacer”), y entonces, si quiero lograr el objetivo veré de qué manera aumentar esas competencias.
Y, además, sin dudas, tener la capacidad de observar mi actitud frente a la tarea, ayudará en gran medida a distinguir si mis conversaciones internas me cierran posibilidades, con lo cual podré elegir qué actitud asumir, y de ese modo disminuir drásticamente las posibilidades de la ocurrencia de errores.
Preguntas finales para la reflexión:
- ¿Cuáles son esos errores “recurrentes” en mi vida?
- ¿Qué fue lo que creo que me faltó para “acertar” (no errar) en mi objetivo?
- ¿Qué pienso/creo (de mí, de los otros, del mundo) que ayude a que yo cometa esos errores?
- ¿Qué puedo aprender de esta reflexión?
- ¿Qué actitud (diferente) elegiré asumir la próxima vez que enfrente el mismo desafío?
Autor Marcelo Molina