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"De los internacionalismos «políticos» y las autonomías «políticas» hoy" - José Luis Garcia Rúa.

Publicado el 21 septiembre 2017 por Matapuces
Frente a estas tendencias exógenas y endógenas promovidas desde radicales de necesidad natural, están las que se producen a través de la mediación política, y por lo tanto contaminadas por todo el acervo de negatividades que representa el fenómeno político por definición. Respecto de las exógenas, se ponen de relieve la necesidad internacionalista concretada en un falso foro de naciones atravesadas todas ellas por el virus político «nacional», presidido y dirigido por aquellas naciones de mayor poder, y en su virtual y real beneficio, la ONU ; la necesidad de crear organismos que eviten colapsos contradictorios en el sistema económico de la competencia, como son la OCDE, el FMI, o el GAT , o que prevean desarrollos agrario-productivos que puedan desestabilizar los precios del mercado capitalista para que éste siga siendo rentable, como la FAO, o que eviten la desestabilización epidemiológica con la FMS, o que provean conciertos económicos y políticos de naciones, bajo el privilegio de naciones líderes, como la CE, la OEA, la OUA; la necesidad de establecer instituciones de contención que detengan la invasión demográfica desesperada del Sur hambriento sobre el Norte opulento, la internacionalización de los sistemas militares... y los sistemas subterráneos, clandestinos, de información reservada que son la Trilateral o el Club de Roma..
En el correlativamente falso movimiento endógeno, hay que encuadrar la exacerbación de los nacionalismos de última hora que apuntan a la constitución de otros tantos Estados y por lo tanto no a la solución real del problema de las etnias y de la liberación de los pueblos, ni a la anulación de los centros de poder, sino a la multiplicación de los mismos y a la transferencia de los males y vicios de
los Estados centrales a los Estados periféricos en preparación, es decir, un movimiento, en el que no se trata de la autonomía real de los pueblos concretos y vivientes de carne y hueso, sino de la utilización de los mismos por abstracciones ideológicas, presididas por la vacía y altisonante «misión histórica» de la etnia de turno, de manera que a la falsedad y vaciedad de contenido de una formulación como «España es una unidad de destino en lo universal» suceda la igualmente vacía y falsa formulación «la etnia X es una unidad de destino en lo universal», para deducir de ella una actitud beligerante de diferenciación exclusivizante y separadora, en la que no se trata de promover y coordinar las diferentes variedades, que espontáneamente surgen de las etnias, sino de definir, establecer e imponer por determinados centros de poder una diferenciación de índole política que pueda sumarse al juego negativo de las diferenciaciones generales, en el orden de las propiedades contradictorias.
Esto es lo triste, malograr luchas que, conducidas en el terreno natural y positivo que venimos señalando, responden a las necesidades profundas de los pueblos, y que son las únicas que, hacia el futuro, podrían producir el auténtico orden justo, y en cambio promover las líneas de acción, que, con toda seguridad, habrán de llevar a la repetición de los males y vicios tradicionales.
Ahora bien, una vez dicho esto y dejadas las cosas en su sitio, no podemos por menos de poner de relieve la hipocresía de las actitudes «democráticas» occidentales, en pomposas declaraciones de defensa de los derechos humanos que cesan inmediatamente cuando se trata de respetar y promover el principio de la autodeterminación de los pueblos. El espectáculo de la defensa incondicional por los occidentales del imperio ruso forjado por las armas, fomentando falsas ententes federativas que sólo tienen por misión el control armamentístico y la evitación de una imprevista situación de inestabilidad que políticamente podría conducir a circunstancias sin control, es algo bochornoso que pone al descubierto la falsedad de la «defensa democrática» de los derechos de los pueblos.
Un ejemplo claro de esa falsedad y de que no se trata de defender derechos, sino de defender intereses, se puede ver en el artículo de Maurice Duverger (EL PAIS 12-10-90) titulado Nacionalismo y minorías y, en realidad, concebido sólo en defensa de la actitud de la afirmación de Mitterrand: «no creo que el final del progreso humano sea volver a constituir una Europa de las etnias, la Europa
de las tribus». Se trata en el artículo de una declaración en la que no se plantea ni por asomo la cuestión del derecho, sino la viabilidad política del Estado, y el propio Duverger admite como correcta la creación artificial de los vencedores de la guerra de 1914-1918 de Estados como Chescoslovaquia y Yugoslavia, «formadas a partir de la amalgama de etnias que en sí mismas no tenían dimensión suficiente para constituir un Estado viable», lo cual se niega por la propia historia, según el mismo artículo. Pero lo verdaderamente significativo en él es la defensa a ultranza,
que, a pesar de esa artificialidad, hace del estado yugoslavo y de la acción («aunque  deplorable») del ejército federal, así como de lo consecuente que es la acción violenta de la Serbia comunista para asegurar el sometimiento a la unidad tanto de Eslovenia y Croacia como de Kosovo. Ese es el problema en el que nosotros no podemos callar: la defensa de los derechos humanos está muy bien para la burguesía occidental cuando no afecta a la conformación estatalista del occidente mismo, pero, cuando los movimientos de independencia de Lituania, Moldavia o Croacia pueden tener efectos contaminantes para el independentismo del Ulster, Córcega, País Vasco, Cataluña, el Sur del Tirol o de los focos independentistas holandeses, belgas ... eso ya es harina de otro costal.
Nuestra posición ha quedado muy clara a lo largo del artículo, y, dentro de ella, ha quedado también clara la hipocresía «democrática» en el tratamiento de los derechos humanos que queda manifiesta desde el momento en que no admiteque los derechos humanos incluyan la autodeterminación de cualquier orden.

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