Revista En Femenino

… de los okupas primaverales

Por Arusca @contrasypros

Bicho

Estamos en primavera, época por excelencia de las lluvias, las flores, las alergias y los bichos. Todo vuelve a nacer, los árboles caducos empiezan a echar hojas nuevas, vamos más alegres por la calle porque hay más horas de sol, sabemos que el verano está próximo, empezamos a ver los primeros mosquitos, las primeras mariposas, los pájaros cantan, te caen chaparrones de 3 minutos que de dejan como recién salida de la ducha con ropa y todo y hasta hay quien disfruta de las bondades de la alergia.

Vamos, que a esta época del año no le falta de nada. Tan pronto hace un calor que te hace temer el incipiente verano como bajan las temperaturas sin encomendarse ni a Dios ni al diablo y acabas con un constipado de aúpa porque justo ese día saliste con la ropa que no era. Porque ésa es otra, no sé vosotros, pero yo tengo el armario cual lata de sardinas, ropa de verano junto a ropa de invierno. Toda espachurrada y arrugada. Quien dijo que la arruga es bella o bien no le gustaba planchar o bien tenía demasiada ropa para su armario.

Todas las épocas del año tienen su encanto. Yo, personalmente, prefiero el otoño y después el invierno. Aborrezco el verano con su calor asfixiante y la primavera me trae visitantes inesperados a la par que asquerosos. Sí, estoy pensando en mosquitos, hormigas, arañas… y el de la foto. ¡Por favorrrrr! ¡Qué ascazo!

Me lo encontré el otro día por la mañana al lado de la pata del sofá, todo enroscadito y tan largo como la palma de mi mano, y lo primero que pensé es que sería parte de algún juguete. Menos mal que me fijé algo más y entonces le vi esas patas. Creo que pasaron 5 minutos hasta que reaccioné. ¿Qué hacer para matarlo? Porque sí, yo quería matar a ese bicho asqueroso que había osado colarme en mi salón cual okupa a la hora del desayuno del Peque. Primero pensé en pisarlo, pero como estaba bajo el sofá, pues no podía. O atinaba a la primera o iba a ser complicado. Pero yo tengo una vena asesina que aflora en primavera y que me hace acabar con todo aquel bicharraco que entre en casa. Normalmente son los mosquitos quienes padecen este venazo mío (quienes, por cierto, siempre tienen a bien picarme a mí y no al Tripadre a pesar de los escasos centímetros que nos separan en la cama), pero lo aplico sin discriminación a cualquier otro bicho.

El caso es que, si me lo hubiera encontrado fuera de casa, posiblemente habría actuado de otra manera. Pero estando dentro de casa, de mi casa, me lo tomo como una ofensa personal. Ya no es un bicho que se ha colado, no. Ahora es un bicho que ha venido a picarnos a mí o mis Trastos (vale, también al Tripadre, a pesar de que se meta conmigo por esta obsesión mía) y entonces es o él o yo. Estaba en mi salón. Tenía que acabar con él. No había otra opción.

Pensé en pisarlo y, si no lograba matarlo, arrastrarlo hasta una zona descubierta donde pudiera darle un buen pisotón. Cuando estaba a punto de meter la punta del pie bajo el sofá, no sé por qué (bueno, sí que lo sé… vi una imagen del bicho trepando por mi pierna), cambié de opinión. Me quité la zapatilla y me dispuse a hacerlo con la zapatilla en la mano. A poco rocé al bicho con el arma en cuestión, éste se aferró a ella y no se soltó. Al contrario, tuvo a bien levantar la parte trasera (sí, ésa que parece una tijera) para hincármela, supongo… Y todo esto al tiempo en que yo sacaba la zapatilla de debajo del sofá.

Confieso aquí y ahora que he pasado muchos veranos (por no decir todos) de mi infancia en el pueblo con mis abuelos. He visto toda clase de bichos (terrestres, voladores y acuáticos) y he cazado otros tantos (los botes de cristal llenos de avispas aún son tema de conversación en casa de mi abuela). No me dan asco. No corro al ver una avispa acercarse a mí ni grito en presencia de una araña. Soy capaz de coger un saltamontes con mis propias manos y atrapar una mosca en reposo. En ese aspecto, creo que soy poco femenina… He jugado con gatos, perros, pollitos, gallinas, cabras, chivos, ranas… vamos, que me no asusto fácilmente.

Sin embargo, también confieso aquí y ahora que cuando vi al de la foto agarrado a mi zapatilla, con el culo en pompa amenazante y moviendo gran parte de sus patas me cagué de miedo. Y el Tripadré se meó de risa. ¿Cómo? ¿No os he dicho que a todo esto estaba hablando con el Tripadre por teléfono? Pues ya lo sabéis. Creo que intentaba guardar la compostura al tiempo que daba gracias al cielo por no estar en ese preciso instante en casa, pero yo, que algo ya le conozco, podía ver perfectamente su cara de descojone al otro lado del teléfono.

Al final, me fui a lo seguro. Cogí el insecticida y he apunté directamente. Se soltó de mi zapatilla. Corrió rápido y yo detrás sin dejar de presionar. Al final se retorció, pero seguía moviéndose, así que yo seguía apuntándole. Un rato después (porque no sé cuánto tiempo pasó, pero a mí se me hizo eterno), se puso boca arriba y así murió. Y ahí lo dejé como media hora para asegurarme de que estaba bien muerto.

Cuando el Peque terminó de desayunar y de mirarme con ojos extraños (al fin y al cabo, acababa de presenciar una faceta de su tierna madre desconocida por él hasta el momento), puse al bicharraco en una servilleta. Se lo enseñé a los Trastos cuando volvieron del colegio a la vez que les insistía “los bichos no se tocan, que pican” y el Mediano me replicaba “qué mono” y yo “ni mono ni leches, que pica, p-i-c-a” y el Mayor “mamá, no todos los bichos pican; los bichos bola no pican” y yo “ante la duda, no se tocan, se llama a mamá o a papá” aunque yo pensaba que si tenían que confiar en que el Tripadre matara a un ejemplar así iban listos y, crucemos los dedos, esperemos que sea mamá la que ande por allí la próxima vez.

Bromas a parte, no me gusta asustar a mis hijos (en plan que viene el coco o similar), pero es que durante mis peripecias contra el bicho, sólo pensaba en que mis hijos bien podrían haberlo confundido con un juguete (como me pasó a mí), estirar la mano para cogerlo y… y entonces tendríamos que haber ido corriendo al hospital. Y por eso me asusté tanto.

CONTRAS:

  1. Tras acabar con el de la foto, removí todo el salón. Desarmé el sofá y todo. Eché insecticida a conciencia. Limpieza a fondo, que se dice. Acabé baldada.

  2. Cada vez que lo recuerdo, me sigue dando el mismo asco. Es más, mientras escribo esto tengo los pelos de punta.

  3. Me he dado cuenta de que soy más miedica de lo que pensaba en cuestión de bichos. Con lo que yo he sido… frustrante.

PROS:

  1. Si veo otro, paso de la zapatilla. Cojo directamente el insecticida, que sé que funciona.

  2. Quiero pensar que salvé a mis Trastos de una picadura horrorosa. Eso hace que sea menos miedica, ¿no?

  3. Las risas que se echó el Tripadre a mi costa. Aunque a mí no me hizo gracia en el momento, ahora no puedo evitar reírme yo también.

  4. Al enseñarles al de la foto a mis Trastos, espero que se les hayan quitado las ganas de tocar bichos.

Y ahora, os cuento la guinda del pastel. Ya he comentado antes que soy capaz de coger un saltamontes con las manos. No de asustan ni me dan asco. Pues bien, tras el episodio mañanero con el de la foto, salgo al patio y, al moverme, sale volando un saltamontes. Mi corazón se pone otra vez a mil por hora. “Sólo es un saltamontes… mira que soy tonta…” me digo mientras intento recomponerme del susto y dibujo en mi cara una sonrisita nerviosa. Vuelvo a moverme y el saltamontes que vuelve a volar. Con un ojo veo el vuelo del nuevo bicho, con el otro ojo veo la puerta de la casa abierta. Un fugaz movimiento cruza mi mente: el saltamontes entra en casa y otra vez me va a tocar sacar mi vena asesina… paso. Y entonces decido correr a cerrar la puerta antes de que se cuele la nueva visita inesperada. Me doy la vuelta y… Bueno… El saltamontes cambia la dirección del vuelo y se va del patio y yo… ejem… caigo estrepitosamente al suelo al tropezar con el escalón (que, por cierto, siempre ha estado ahí, no ha crecido durante la noche ni nada parecido). En fin, ahí os dejo, riéndoos a gusto.


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