El otro día hablé de los silencios, tan ambiguos, en esto de la maternidad. Hoy creo que me toca hablar de su opuesto: los silencios. Puede parecer que el tema es el mismo desde dos lados de vista contrarios. Pero dejadme que os lo explique.
¿Recordáis vuestros primeros días con vuestro bebé recién nacido? ¿Recordáis esos ruiditos que os parecían tan monos? Cuando bostezaba, cuando se estiraba, cuando comía… Pues a ver, que alguien me explique cómo esos ruiditos tan adorables, con el paso de los años (y mira que han pasado pocos), han ido metarmofoseándose en eructos, pedos, gruñidos y demás sonidos asquerosos.
Esta misma tarde, después del cole camino a casa, un trayecto que yo sola recorro en 5 minutos y que con mis Trastos tardo unos 20 (pero eso es tema a parte), el Mayor ha soltado tres eructos. Se dice pronto. Y puestos a decir, tras mi “¡pero hijo!”, al menos se ha dignado a soltar un “lo sieeeennnto”. El Mediano, fiel imitador de su predecesor, ha tenido a bien tirarse otro eructo. Consecuencia inmediata: el Peque riéndose a carcajadas, lo que ayudaba a que la guasa de los otros dos continuase. Y como el Peque no sabe aún cómo tirarse un eructo a propósito (tiempo al tiempo, que buenos maestros tiene), ha pasado el resto del camino haciendo pedorretas.
Otro ruido habitual en mi casa son los gruñidos. La culpa la tienen los dinosaurios. ¿Os acordáis cuando hablé de Dinópolis? Bueno, pues aún les dura. Mi casa se ha llenado desde entonces de dinosaurios (muñecos, pistas de coche, dibujos y demás). ¿Y qué hacen los dinosaurios? Pues básicamente gruñen. Así que mis hijos se pasan una parte considerable del tiempo gruñendo cuales reptiles prehistóricos. Incluso el Peque, cuando ve un dinosaurio, tras decir “dino” (os lo traduzco un poco, que he mejorado en esto de la koiné) suelta un gruñido.
Lo de los pedos es también sonido recurrente. Yo soy incapaz de tirarme un pedo sólo porque sí. Si no hay gas, no hay expulsión del mismo. Sin embargo, el Mayor empieza a tener cierta habilidad para tirarse pedos cuando a él le da la real gana.
Todo esto me hace pensar… ¿a las niñas también les da por estas cosas o es sólo “cosas de niños”? ¿El caca, culo, pedo, pis es inherente a la infancia o está reñido con el sexo femenino? Porque las (pocas) niñas que he conocido siendo adulta han sido siempre más recatadas en este aspecto… ¿casualidad o generalidad?
CONTRAS:
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Es curioso que me haya pasado más o menos un año con cada uno de mis hijos preocupándome de que echaran bien los gases, por aquello de los cólicos del lactante y demás; y, sin embargo, ahora esté aquí quejándome de los eructos que se tiran. A veces me cuesta creer que esos sonidos salgan de esos cuerpecillos. Creedme, que no exagero (aunque lo pueda parecer).
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También recuerdo con dulzura aquellos primeros pedetes que se tiraban cuando eran bebés. Inocentes e inodoros. No como ahora, que tienen cuerpo de niños pero aquello huele a hombre.
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De los ruidos que oigo con las piernas temblando cuando están solos y sé, aunque no les vea, que la están liando en la habitación de al lado, no he dicho nada para no extenderme en esta entrada. Pero también son para darles un post entero.
PROS:
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Si estoy hablando de ruiditos que hacen mis hijos, es justo que también diga que me encanta cuando, al entrar en su habitación estando ellos ya acostados para asegurarme de que están arropados o cuando duermen a mi lado, les oigo suspirar en sus sueños. Algún que otro ronquidito se les escapa (por favor, que no acaben como su padre), pero básicamente son suspiros.
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También he de confesar que me encanta cuando nos acurrucamos juntos en el sofá y ponen sus cabecitas sobre mí (esto lo hace mucho el Mediano) y suelta un “mmmmmmm…”, normalmente acompañado por un “te quiero, mami”. Me tienen ganada. Y lo saben.
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Y hablando de ruidos que me encantan, aunque no sé si catalogarlas como ruidos, también están las risas y las carcajadas, esas contagiosas que echan por tierra cualquier intento de regañina, de ponerme seria o de intentar mantener la compostura.
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