Detrás de cada acción nuestra hay un poder, invisible para muchos, que es el que verdaderamente va a ser decisivo en el resultado: nuestra intención. No hemos sido educados para valorarla, para saber emplearla a voluntad. Hasta tal punto es nuestro desconocimiento sobre los mecanismos de la intención, que en la mayoría de la veces no somos plenamente conscientes de cuáles son nuestras auténticas intenciones a la hora de emprender un camino.
Toda acción posee un corazón, un centro que le otorga alma, una esencia que le da sentido: nuestra intención. Tener claras nuestras intenciones permite depurarlas, conducirlas hacia la sabiduría de nuestro corazón y, de esta forma, hacer de nuestras acciones frutos de abundancia y belleza
Al no haber sido entrenados en el autoconocimiento caemos muy a menudo en el autoengaño, el cual es la mejor niebla para no poder ver nuestras intenciones; por ejemplo: es muy posible que una intención esté generada por nuestra sombra, o por nuestros estados de necesidad emocionales, al no reconocer ni a una ni a los otros no nos queda más remedio que hacer una proyección de nuestras intenciones a un campo admisible por nuestra ética o moral; precisamente de este proceso de autoengaño viene el viejo refrán: "El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones".
Para conseguir realizar nuestros sueños hemos de tener muy claro tres cosas: de dónde salimos, a dónde queremos llegar y cuáles son nuestras intenciones. Las intenciones marcarán si nuestros sueños son de nivel uno - provenientes de estados de necesidad de nuestro ego y que son un regalo que nos hacemos a nosotros mismos - o de nivel dos: provenientes de la abundancia de nuestro corazón y que disfrutamos regalando al mundo. Los sueños de nivel dos requieren de un proceso de autoconocimiento, de autoenriquecimiento, que conecte al ego con nuestro auténtico corazón, otorgándole así su sabiduría y abundancia: es el ego empoderado, que nos convierte en auténticos Reyes Magos que disfrutan regalando a la vida sus sueños.