El azul extenso de Madrisquí
El azul se extiende en Madrisquí, no sabe hacerlo de otra manera. Abre los brazos y te conduce en su calma. A lo lejos, pero cercano, se ve el Gran Roque: estamos apenas a diez minutos de su muelle, quizá menos. Desde aquí no se escucha el llamado constante a los viajeros para que suban a las lanchas y se vayan a explorar los cayos de Los Roques, pero el alboroto se adivina.
Madrisquí es la contemplación del mar. Su orilla generosa es una invitación a caminarla, a quedarse allí y entrar al agua cuando el calor apremia. Algunas casas se esconden tras el verde y es inevitable no imaginarse amanecer en una de ellas todos los días. Aquí, en Madrisquí, no hay corales para explorar; para eso es mejor visitar otros cayos. Esta es la isla que te abraza y te dice que no te vayas de Los Roques o, al menos, que no lo olvides.
Es muy fácil seguir el camino por la orilla y muchos llegan a la punta, ven el mar abierto y las olas hablando en voz alta, el verde fundiéndose con el azul y no siguen más allá. Pero caminen, ábranse paso por allí al lado del mar, en dirección a esas casitas que se ven a lo lejos detrás de Madrisquí y donde los azules cambian. Así, el instinto los va a guiar hasta cayo Pirata, refugio de pescadores.
El camino que lleva a cayo Pirata, desde Madrisquí
Un puente natural de arena une ambos cayos
Justo cuando parece que no hay más camino, un puente natural de arena en el que se unen dos orillas, nos lleva de un cayo a otro. El mar se vuelve azul oscuro, claro, verde; es todos los colores al mismo tiempo. Las algas se arremolinan y el oleaje choca sin prisa en las embarcaciones que allí reposan al lado de las casas pequeñas y precisas. ¿Dónde está la casa de una pintora que vive acá en cayo Pirata? Le pregunto a uno de los pescadores que está en la entrada de su casa, fajado organizando la colecta de la mañana. ¿La firi fira? me dice. Eso es allá al final, por ahí en el caminito de tierra.
Otro paisaje se dibuja en cayo Pirata, hay una calma distinta entre esas casitas llenas de sencillez. La Virgen del Valle, patrona de los pescadores, está ahí en la orilla cuidando la faena diaria. Un poco más allá, otro pescador nos enseña la casa de Patricia Hamal, la pintora, y nos dice que nos vayamos por el callejón que no es más que cruzar por el medio de una de las casas para llegar más fácil a la orilla.
Caminando hacia las casitas de cayo Pirata
Virgen del Valle, patrona de los pescadores
La orilla de cayo Pirata
Patricia no está, aunque la llamo desde la entrada de Rancho Pirata, su refugio perfecto. Lleva veinte años viviendo en Cayo Pirata y pintando cuadros en tablitas que consigue en el mar. Los veo, el azul salta de sus creaciones y quiero sentarme a hablar con ella y que me cuente lo que ve, lo que le gusta, lo que no. Pero no aparece mientras estoy por allí distraída viendo a los pelícanos haciendo equilibrio en las lanchas.
Justo al lado de Rancho Pirata hay un restaurante donde cumplen la promesa de darle a los viajeros un buen pescado y varias sonrisas. Es imposible no estar a gusto en este cayo que parece un cuadro pintado por Patricia. Quédense por allí, conversen, pregunten, exploren las orillas, caminen despacio.
Hacer el camino de vuelta es sorprenderse con los colores y la amplitud de Madrisquí. Un azul que parece abarcarlo todo, que resalta entre la vegetación y lo blanco de la arena. Un paisaje que no se advierte cuando estás en él. Hace falta irse, para siempre volver.
Rancho Pirata y, al fondo, las pinturas de Patricia Hamal
Así se empieza a ver Madrisquí cuando se hace el camino de vuelta
PARÉNTESIS. Madrisquí es el cayo más cercano al Gran Roque, la isla más poblada del archipiélago Los Roques y de donde salen las lanchas para ir a explorar los demás cayos. El traslado es de apenas diez minutos, o menos. No hay restaurantes aquí, pero pueden caminar hasta cayo Pirata si quieren probar algo recién hecho. Para ver más fotos, haz click en este ÁLBUM
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