Revista Cine
-Mi papá tiene un Mercedes.
-Pues el mío es un autor de culto.-¡Hala! ... ¿Y eso qué es?
Buena pregunta, pezqueñín. Para algunos, un autor de culto es aquél que sólo ellos y unos pocos iniciados conocen. Esos lectores sufren de un afán posesivo que les obliga a renunciar, ¡qué digo renunciar!, repudiar a su autor de culto personal cuando es otra persona quien se lo menciona. Así, para muchos, Murakami fue un autor de culto hasta el día en que alguien les preguntó:-¿Conoces a un autor que se llama Murakami?
-Sí, pero yo ya he leído todo lo bueno de Murakami Haruki. Desde que dejé de leerlo, sólo escribe bazofia para lectorzuelos como tú.
La conferencia del autor de culto alcanzó momentos de gran intensidad
Otros piensan que ser un desconocido del gran público no es tan importante como que no te lean. Es decir, se puede ser autor de culto aun si te conoce mucha gente, con tal de que sólo sean cuatro gatos los que te leen. Sin embargo, hay que tener mucho cuidado y no pasarse. Porque si en vez de leerte cuatro gatos, resulta que no te lee ni Cristo, no te conviertes en autor de culto, sino en autor maldito. Es una línea muy delgada, lo sé.
Eso es lo que le sucedió a Frederick William Rolfe, también desconocido como el barón Corvo. Este pintoresco personaje, nacido en 1860 y muerto a lo Aschenbach en Venecia apenas medio siglo más tarde, se ganó a pulso la reputación de autor maldito. Hoy no lo lee nadie, o lo que es lo mismo, su popularidad se ha mantenido intacta a lo largo de los años. Bueno, exagero un poco, pero es que si no, no me salía el chiste. En realidad, el barón escribió un buen puñado de novelas, y una de ellas,Adriano VII (¿no es maravilloso que esta entrada de wikipedia esté sólo en inglés y en suomi?) sigue editándose, por lo menos en inglés, y es considerada una obra notable.
Sacerdote frustrado, fotógrafo aficionado, competente pintor y, sobre todo, compulsivo, fanático y obseso escritor de cartas, el personaje que nos presenta A.J.A. Symons (Alphonse James Albert, tela marinera) es ciertamente inolvidable. Uno tiene la impresión de haber conocido a decenas de tipos con uno o dos de los rasgos que caracterizan a Corvo, pero reunirlos todos en un mismo organismo sólo está al alcance de los privilegiados.
Fotografía realizada por Corvo, que sin duda sabía cómo ganarse al público victoriano
Nuestro barón, además de ser escandalosamente homosexual en la misma época que martirizó a Oscar Wilde, sufría de paranoia y delirios de grandeza que era un primor. Nadie duda que el personaje de Adriano VII es Corvo visto por sí mismo, ya que la novela nos cuenta la historia de un cura apartado injustamente del camino del sacerdocio y que acaba convirtiéndose en Papa. Ahí es nada.
Tenía Corvo una rara habilidad para ejercer una poderosa fascinación sobre todo aquél que lo conocía, y para acabar llevándose mal (y cuando digo mal, quiero decir mal) con todo el mundo. El proceso que le llevaba de la amistad al odio era rápido, pero entre ambas etapas siempre había tiempo para que Corvo sableara una buena docena de veces a sus benefactores. De hecho, después de romper de manera más o menos tácita con su familia, se pasó la vida viviendo prácticamente de la caridad de admiradores, mecenas y duquesas que se encaprichaban de él. Murió en Venecia, prácticamente en la indigencia, tras haber llevado una vida ejemplarmente disoluta, siempre a caballo entre la indignación perpetua y la producción de una obra inmortal.
Del libro que nos ocupa, considerado una de las cumbres de la biografía, dicen algunos que no nos cuenta tanto la vida de Corvo como la obsesión de Symons por él. Este Symons fue un interesante epicúreo y bibliófilo nacido en 1900, que se dedicaba a beber buen vino, buscar libros raros y escribir sobre personajes aún más raros.
En cuanto a su obra maestra, creo que o bien se me ha escapado algo, o bien lo he leído demasiado rápido. A mi juicio, su interés, que lo tiene y mucho, viene del personaje, y no de la relación del autor con él. Symons vierte en el libro decenas de cartas escribas por, para o acerca de Corvo, tantas que, por lo menos una tercera parte del libro, si no más, pertenece al género epistolar. La investigación por parte de Symons parece reducirse a las cartas que encontró o le remitieron. Así, leída inmediatamente después de la maravillosa El orientalista, esta muy elogiada biografía me supo a poco. Con todo, una lectura muy interesante que, además, nos demuestra que, para alcanzar la gloria, no basta con ser un desconocido al que no lee nadie.
No señor. Un autor de culto, como su propio nombre indica, goza de una devoción fanática y ciega por parte de sus seguidores. Si tu lector no está dispuesto a matar por ti, no eres de culto.
Las primeras ciento y pico paginas de Against the day son deslumbrantes. Pynchon demuestra una inconmensurable maestría al manejar a sus personajes. El lector tiene la impresión de estar ante un dios que mueve un dedo y hace rodar al protagonista pendiente abajo. Mueve otro, y surge el malo del cráter de un volcán como una stripper de un pastel. Chasquea dos, y se despliega ante nuestros ojos una pantalla celestial en la que se proyecta una enciclopédica digresión magistralmente enlazada con la historia. Porque, al contrario de lo que me habían dicho, no hace falta una enciclopedia para disfrutar de la lectura de este autor: Pynchon es una enciclopedia.
Y así, el lector asiste con los maravillados ojos de los propios visitantes a la exposición universal de 1893 en Chicago, y se sumerge en el mundo del anarquismo, y en la llegada y desarrollo de la electricidad, y en los experimentos de Nikola Tesla, y en las minas de Colorado, y......un momento, ¿qué es esto? Resulta que ahora el dirigible Inconvenience y su variopinta tripulación, con los que se abre la novela, se mete en un túnel que hay en la Antártica y que atraviesa el globo para salir por el Polo Norte, y en ese túnel ve... ¡una batalla de enanos! Y algo todavía peor, el lector se da cuenta, con horror, de que el libro que ahora quiere abandonar ¡es obra de un autor de culto! Y en este punto quiere dejarlo y no puede, porque de repente lo persigue una horda de monstruos, con la boca espumeante, los ojos saliéndoseles de las órbitas, las caras desencajadas por el odio, blandiendo en una mano una cimitarra y en la otra, una copia, ¡en tapa dura!, de Against the day, y él grita implorando auxilio, y corre y huye y se desgañita y cae y se levanta y mira hacia atrás con pavor, y sigue en su desesperada huida, mas, ¡ay! las piernas no le responden, y la turba lo alcanza y...Continúo esta entrada en nombre del Niño Vampiro. Creo que es lo que él hubiera querido.
Pynchon es, efectivamente, un autor de culto, que refuerza su autordecultez a base de una cuidada reclusión. No son muchos los que lo han leído, pero todo el mundo sabe de él que no le gustan las fotos. No me explico por qué, la verdad.
David Forster Wallace también es de culto. Y entonces, después de darle vueltas, y atar y desatar cabos, por fin exclamamos ¡eureka!, acabo de descubrir una condición sine qua non para alcanzar el anhelado rango: escribir libros de más de 1000 páginas. Tamaña magnitud permite a sus incondicionales expresar el más absoluto desprecio por cualquier pseudolector que no pueda acabar el libro de su dios. En efecto, el lector de culto es capaz de tolerar que alguien no acabe El gran Gatsby, El sonido y la furia, o Muerte en Venecia. Pero dile que no has podido acabar La broma infinita y verás lo que te pasa.
Cristina (nombre ficticio) abandonó La Broma Infinita en la página 74
¿Delillo es de culto? Lo ignoro. A mí Underworld me parece una maravilla, pero, a diferencia de los lectores de culto, podría llegar a entender que alguien lo dejara en las primeras páginas, abrumado por la anábasis de una pelota de béisbol. Al señor Pynchon lo he dejado con los enanos en el túnel. Haced de mi vida lo que os plazca.
Inter nos (expresión de culto), a las razones que me han llevado a abandonar Against the day se han sumado otras. Una de ellas es mi salud. Me encuentro bien, muy bien, casi pletórico. Llevo meses sin pillar un resfriado, un dolor de espalda o una diarrea digna de su nombre. La pulmonía que hace año y medio me permitió zamparme Memorias de ultratumba en tres semanas es sólo un lejano y no del todo desagradable recuerdo, y este libro de Pynchon es de esos que requieren una larga convalecencia.El segundo motivo son los comentarios que he leído por aquí y por allá. Against the day, dicen, requiere tiempo y un gran esfuerzo, pero al final compensa. Bien. No lo dudo. El problema es que yo no busco un fondo de inversión a diez años con una rentabilidad garantizada del 5%. Yo busco un libro. Y si un libro me exige sacrificios, yo le pido satisfacción inmediata. Eso es lo que me han dado los libros de Chateaubriand, Rezzori, Bassani, Krasznahorkai, o ... las primeras ciento y pico páginas del libro de Pynchon.