Mis Trastos se hacen mayores. Lo sé porque cada día hacen más cosas por sí solos, cada uno dependiendo de su edad. Lo veo en el Mayor cuando él solo se ofrece y se prepara su desayuno. A veces también el del Mediano. Lo veo en el Mediano cuando me incrusta el “¡¡¡yo solo!!!” en el oído. Lo veo en el Peque cuando da sus primeras carreras por el pasillo.
Dicen que está bien fomentar esa independencia, que les da seguridad en sí mismos, que les hace fuertes. Y el Tripadre y yo estamos totalmente de acuerdo. Él más que yo, todo hay que decirlo, porque cuando él se siente súper orgulloso yo me siento algo triste porque veo que poco o nada va quedando ya de aquellos bebés que se me dormían en brazos colgados a la teta.
Pero con todo el dolor de mi corazón y una inmensa alegría por lo bien que lo hacen a partes iguales, ahí me hallo alabándoles cada logro que consiguen. Por la edad, el que más metas está alcanzando ahora es el Mediano (va camino de 4 años). Se quita la ropa solo, empieza a vestirse solo también (aunque aún hay que ayudarle), se lava sus manos solo, cada vez necesita menos ayuda para comer (nada si se trata de un cuenco de helado), le encanta que le mande recados (como tirar el pañal del Peque a la basura) y aplaudirle cuando vuelve con la misión cumplida.
Así que el otro día, estando en mi pueblo, como quería meterse en la piscina que había montado mi tía para ellos, no se me ocurrió otra cosa que mandarle a buscar su bañador. ¿Dónde? Pues a la habitación donde estaba la ropa que se ponían a diario, con la maleta medio llena de ropa por un lado y medio llena de pena por tener que irnos al día siguiente por el otro, y donde tenía también la crema y los pañales del Peque. El bañador estaba en un silla a simple vista, nada más entrar por la puerta se veía.
Así que, después de haber pasado 5 minutos desde que mandé al Mediano a buscarlo y desde que él se fuera a la habitación todo dispuesto a volverse con el bañador, me extrañó mucho que no volviera con la prenda en la mano pidiendo ayuda para ponérselo “él solo”. Tampoco se oía ruido alguno. Esto ya de por sí debería haberme puesto sobre aviso. Ingenua de mí, pensé que el pobre seguramente se habría quitado pantalones y calzoncillos y estaría intentando ponerse, sin éxito, el bañador. Así que me asomé dispuesta a ayudarle en tan ardua empresa.
Él notó mi presencia antes que yo la suya (es lo que tiene ser tan delgado, que tengo que mirar dos veces para verle ) y me dijo “mamá, no encuentro el bañador… ¿me ayudas a buscarlo?”. Para cuando terminó la frase yo ya le había ubicado en la habitación. Estaba encima de la cama, justo en frente de la maleta, sacando la ropa cual dibujo animado y buscando desesperadamente su prenda de baño. Había ropa en el suelo, había ropa encima de la cama y había ropa volando por los aires. ¿Y su bañador? Pues encima de la silla, tal y como yo lo había dejado un rato antes.
Lo primero que se me vino a la garganta fue un grito en plan “¡Pero qué estás haciendo?”. Grito que al final quedó ahogado por un suspiro y un “mi vida, ahí no está. Está aquí, en la silla… Anda, ven, que te ayudo a ponértelo” muy resignado, pues caí en la cuenta de que le había mandado a buscar su bañador “a la habitación”, sin más. Mea culpa.
CONTRAS:
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Ellos aprenden a hacer cosas por sí solos. Los padres aprendemos a dar instrucciones claras. Con lo fácil que hubiera sido decirle: “el bañador está en esa habitación, sobre la silla. Si no lo ves, me llamas”. Cabezazos contra la pared.
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No vuelvo a dejar que mis hijos se acerquen a una maleta (abierta; de nuevo, mea culpa) hasta que tengan edad para conducir. Y aún entonces deberán demostrar que son capaces de pasar por su lado sin desmontarla.
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Hacer una maleta me cuesta horrores. Si es para volver a casa, me cuesta sudor y lágrimas. Sangre sólo si me pillo un dedo con la cremallera.
PROS:
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Muchas veces los padres nos enfadamos porque los hijos no hacen lo que nosotros queríamos. Será que yo ya voy por el tercero, pero me he dado cuenta de que los niños no son capaces de leernos el pensamiento. Antes de enfadarse es mejor pararse a pensar si dimos las indicaciones correctas. Yo lo he aprendido a la fuerza.
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Prefiero ayudarle a buscar su bañador que regañarle por intentarlo. Al fin y al cabo, fui yo quien no dio las instrucciones correctas. Y así, de paso, no mermo su autoestima. Quizás el día de mañana pueda mandarle a buscar una camiseta y no piense que no puede hacerlo.
Para terminar, os diré que mientras él se bañaba feliz en la piscina con sus hermanos y mi tía, yo me tuve que quedar a recoger la ropa, volver a ordenarla por tamaño y, de nuevo, a medio meterla en la maleta con más pena aún que la primera vez porque al día siguiente poníamos rumbo a casa y se nos acababa lo bueno.