7 septiembre 2013 por araphant
Hay una tendencia histórica en Colombia a calificar de terrorista todo lo que huele a izquierda; de la misma forma que en España calificamos de facha todo lo que huele a derecha. Y aunque en algunas ocasiones esta calificación es bastante ajustada a la realidad, también es verdad que resulta profundamente injusta en la mayoría de los casos. En Colombia concretamente esto es muy útil para deslegitimar cualquier protesta o manifestación. Recuerden cuando algunos sectores de la derecha española calificaban de pro-etarras a los que protestaban durante las movilizaciones del 15M. Pues eso es exactamente lo que ocurre en Colombia con cualquiera que ose protestar contra el Gobierno (cualquiera que éste sea): que automáticamente es acusado de ser pro-FARC por parte de la sociedad colombiana.
Existe en este país latinoamericano una tendencia, similar a la española, de dividir al país en dos bandos; si en España esto comenzó con la guerra civil y la división entre republicanos y franquistas (y aún perdura), en Colombia la sociedad se divide a sí misma entre simpatizantes del ex-presidente Álvaro Uribe (extrema derecha) y simpatizantes de las FARC (extrema izquierda), de tal manera que la crítica hacia alguno de los extremos te pone automáticamente en el contrario, sin que haya cabida para posturas moderadas e incluyentes.
Se ha creado de esta manera una progresiva criminalización moral de las ideas de izquierdas, algo a lo que han prestado una ayuda involuntaria los ejemplos de “izquierda” gobernante que existen en países cercanos como Venezuela o Bolivia, que en nada colabora a la resolución del mayor problema que afronta este país, que es la desigualdad social. Teniendo una sociedad que rechaza casi de facto las ideas de izquierdas no es fácil conseguir que los pobres sean menos pobres y que paulatinamente florezca la clase media que tan necesaria es para cualquier sociedad. Para eso harían falta un mejor y más justo reparto de la riqueza, una mejor educación (pública y de calidad) y unos derechos laborales que ofrezcan a los trabajadores unas mejores condiciones de trabajo y protección frente a los abusos empresariales. Y todas estas cosas, sin ser exclusivas de la izquierda, sí están históricamente asociadas a esta ideología.
¿Significa esto que un gobierno de derechas será incapaz de solucionar los problemas que he nombrado unas líneas más arriba? No necesariamente, siempre y cuando ese gobierno tenga enfrente una oposición de izquierdas lo suficientemente fuerte como para servir de contrapeso a las ideas del primero. Y aquí viene la dificultad: la izquierda en Latinoamérica aún tiene que madurar mucho para ser una alternativa fuerte, coherente, moderna y dialogante. Y a falta de políticos que la representen de manera efectiva es imprescindible que la sociedad se manifieste y proteste ante las injusticias, aunque ello conlleve su criminalización por sectores interesados en que la voz del pueblo sea acallada. En este caso el uso de la violencia es contraproducente, pues ayuda a la equiparación entre manifestantes y terroristas, pero es un deber de los ciudadanos el gritar muy fuerte para que sus gobernantes sepan que algo están haciendo mal. Y los gobiernos, para lo que les interesa, suelen ser sordos y ciegos.
Paro agrario en Colombia. Foto cedida por: http://www.colombia-politics.com