El otro día durante el almuerzo, una de nuestras Julias se quejaba de la mala cara que tenia; madrugan entre semana, nunca duermen lo suficiente, se les ha ido el moreno de las vacaciones... e intentaba obtener permiso para ir al colegio con rimel en los ojos. No lo consiguió, por supuesto, que no nos parece que a la escuela tengan que asistir maquilladas. Con esa supuesta mala cara y todo, nosotras las vemos preciosas, con sus tonalidades innatas y el esplendor propio de la juventud ¿Cómo hacerles ver que no necesitan ni una gota de color con la que enturbiar su belleza? ¿Por qué no somos capaces de transmitirles lo que nuestros ojos ven cuando las miramos? Vale, vale, lo nuestro se llama madurez, lo de ellas adolescencia... Y a ver quién no ha salido nunca de casa con las pinturas de guerra en el bolso, para hacerse la raya del ojo en el ascensor o en la calle a escondidas de sus progenitores. Somos conscientes de que en eso de los afeites tenemos la batalla perdida, pues reconocemos que es de lo más atractivo jugar a resaltar, disimular e incluso transformar el rostro. Con el tiempo aprenderán eso de que menos es más, y que no necesitan muchos más adornos que ellas mismas para brillar y destacar. Como estas pinturas en papel, tela o madera, que se exponen y decoran sin marcos ni bastidores que las apoyen... Naturales como la vida misma.
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Por supuesto, tampoco le hacemos ascos a una moldura y a un buen maquillaje..., que también es un arte dar a cada cosa y a cada momento, su sitio.