Revista Opinión

De ministros, premios Nobel y (el resto de) la gente

Publicado el 08 mayo 2015 por Polikracia @polikracia

Ayer coincidí con dos premios Nobel (Al Gore y Joseph Stiglitz) y dos ex ministros (Robert Reich, de la administración Clinton, y Gikas Hardouvelis, ministro de Finanzas griego con Andoni Samaras). Vale, a Al Gore solo lo escuché por diez minutos, y vale, a Robert Reich ya lo había oído hablar antes, pero sigue siendo un día bastante completo. A pesar de que no puedo comentar la exposición de Al Gore, la charla entre Robert Reich y Stiglitz, en primer lugar, y la conferencia Gikas Hardouvelis, después, me han dado mucho que pensar. Expertos todos en Economía, la agenda solo podía estar marcada por la crisis y los altos niveles de pobreza en los países desarrollados. Pero una cosa son los puntos del día, y otra cómo los exponemos. Y es que, ¿quién ha dicho que los viajes espaciales son imposibles a día de hoy? Lo cierto es que en cuatro horas, los que asistimos a ambos eventos fuimos capaces de trasladarnos de Venus a Marte sin parar antes en el planeta Tierra, donde aparentemente viven el resto de los mortales.

Robert Reich y Joseph Stiglitz: ¡Que comience el espectáculo!

Como por alguno tengo que empezar, voy a seguir el orden cronológico y así, todos contentos.  Robert Reich es famoso en UC Berkeley por sus multitudinarias clases sobre desigualdad en América (Wealth and Poverty, un semestre al año, si no me equivoco). No es una fama homogénea, sin embargo: para algunos, el que fuera secretario de Trabajo de los Estados Unidos entre 1993 y 1997 es un referente en la lucha contra el mal reparto de la riqueza en el país, la precariedad laboral y la política del corporate welfare. Para otros, entre los que tiendo a contarme, el hombre detrás de todo lo antes mencionado (o delante, según se mire) es mayormente un político con (muy buenas) dotes de showman. Todo esto para decir que, en el marco de la gira promocional de su último libro, Joseph Stiglitz ha sido hoy entrevistado por él. La charla ha ido, obviamente, sobre desigualdad. Es interesante que, dada la participación de ambos durante parte del gobierno del presidente Clinton, hayan podido conducir la conversación sobre cómo se trata este tema en la alta política. Lobistas, grandes banqueros, compañías multinacionales… todo el mundo tiene algo que decir en el gobierno, y parece ser que hablan más alto que el 90% de la gente.

Hoy en día, cualquiera que estudie ciencias sociales o esté ligeramente interesado en política conoce el estudio de Thomas Piketty sobre las desigualdades patrimoniales en la actualidad y a lo largo del siglo XX. Su discurso es, grosso modo, el mismo que el de Robert Reich: la realidad actual es demasiado, los pobres son cada vez más pobres y los ricos son grotescamente ricos. Y, sin embargo, mientras escribo y veo El capital en el siglo XXI a medio leer en mi escritorio, siento que las sensaciones no son las mismas. Robert Reich es un ídolo de masas, alguien a quien le gusta llamar la atención; Thomas Piketty es un académico. Robert Reich rueda películas multimillonarias (Inequality for all, 2013) que nos vende cada vez que se presenta; Piketty recoge y analiza datos y publica estudios. Es cierto que ambos viven de denunciar las desigualdades y miserias de otros, pero no ganan dinero de la misma manera. Al hablar en público, dos de cada tres frases de Piketty (metáfora con la estadística) son evidencias. Dos de cada tres frases de Reich son chistes. No se me olvida cómo, al mencionar Stiglitz un encuentro con banqueros de Wall Street, y de cómo al negociar con ellos no pretendía insultarlos, Robert Reich le interrumpe para decir “¿Por qué no habrías de insultarlos?”. Son cosas que dejan mal sabor de boca. Por considerarme una persona muy involucrada con este asunto, me pregunto hasta qué punto es deseable implicar a la gente utilizando tales métodos. Porque la intención (nada mala en absoluto) es clara: llegar al mayor número de personas posible mediante el uso de técnicas deliberadamente ligadas al mundo del espectáculo. Cierto es que si las campañas políticas americanas se caracterizan por algo, es precisamente por una cultura del show muy arraigada en la sociedad. Sin embargo, ¿es ético hablar de pobreza y desigualdad lanzando fuegos artificiales (que además vendes tú mismo, por cierto)?

Gikas Hardouvelis: vuelta a la Europa de la troika  

Después de una pausa para ir a clase (Public Economics, por Emmanuel Saez, otro gran experto en el estudio de las desigualdades sociales) la siguiente parada en la ronda de conferencias correspondía a Gikas Hardouvelis, ex ministro griego de Finanzas (¿por qué en España tenemos ministro de Economía y en el resto de Europa lo tienen de Finanzas?). El título, Can economic policy change with a new government?, no dejaba volar la imaginación precisamente. Uno no espera que una persona que se ha visto obligada a seguir las imposiciones del FMI, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo llegue un día a una clase y diga que se podría haber hecho otro tipo de política. Y, efectivamente, el señor Hardouvelis no ha querido decepcionar a la audiencia. De la hora y media escasa que ha durado su intervención, ochenta minutos han sido dedicados a cómo Grecia estaba saliendo del pozo y cómo por culpa del nuevo gobierno, el trabajo de cuatro años se había echado a perder: 2,9% de crecimiento previsto para 2015, un superávit primario y, sobre todo, creciente competitividad internacional. No por no ser verdadera deja de ser incompleta la visión del ex ministro. Grecia, una economía relativamente cerrada dentro de la Unión Europea, estaba empezando a ser atractiva para inversores internacionales, que, por ejemplo, habían comprado algunos de los aeropuertos regionales que se habían privatizado a un precio tres veces superior al previsto. Lo interesante de esta exposición es que, mientras que la postura de Stiglitz y Reich es profundamente androcéntrica, Hardouvelis no ha mencionado ni una sola vez (juro que he llevado la cuenta) las palabras “sociedad”, “pueblo”, “desempleo” y “bienestar”. Ni una sola referencia al coste social de las mejoras de la economía griega: 2,9% de crecimiento, junto a un paro superior al 20%; superávit primario, ganado a base de recortes al Estado de Bienestar, que además se convierte en déficit cuando se cuentan los intereses de la deuda; competitividad internacional, a costa de una bajada de sueldos reales a un ritmo anual del 5,17% desde 2009. Se quejaba el ministro cuando hablaba de lo que podía haber sido y no será por el cambio en el gobierno. No se acuerda (o no se quiere acordar) de que a las urnas también acuden los parados, los jóvenes sin futuro y los pensionistas, a los que una décima más o menos en una variable macroeconómica que no entienden ni pretenden entender, les importa poco. Curiosamente, solo ha hablado de los contribuyentes una vez, y se refería a los extranjeros. Y es que a pesar de todo, los mercados pueden controlar a los gobiernos, pero son los ciudadanos los que eligen al gobierno al que van a controlar.

En conclusión, ha sido un día productivo, con potencial para generar un par de artículos más extensos, mejores y seguramente más interesantes que este. Sin embargo, no me cabe la menor duda de que, de haberse coordinado mejor el departamento de Políticas Públicas y el Instituto de Estudios Europeos de UC Berkeley, una charla a tres bandas entre Robert Reich, Joseph Stiglitz y Gikas Hardouvelis habría dado mucho más juego y quizás habría conseguido ponernos a todos con los pies en la Tierra (si de pedir se trata, una silla para Al Gore tampoco habría venido mal). Se podría haber hablado de crecimiento y de lucha contra las desigualdades, de cómo incluir todos ambos problemas en una misma solución. Se podría haber hablado de reformas dentro del sistema capitalista, en el que mercados y personas, condenados a convivir, trabajen por la cooperación y no por la confrontación, con el otro y no a pesar del otro. Se podría haber hablado, en resumidas cuentas, del mundo que, en vez de destruir, deberíamos estar construyendo.


Volver a la Portada de Logo Paperblog