A veces, miro a mis hijos para regañarles, otras veces porque ellos así me lo piden (“¡mírame, mami!”), de vez en cuando porque ni mirándoles me creo lo que están haciendo… Pero en algunas ocasiones, les miro, no ya a los ojos, sino al alma que esconden dentro. Y es entonces cuando me doy cuenta de que…
(CONTRAS:)
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No siempre estaré ahí para verles crecer. No les veré llegar a viejos.
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No podré controlar lo que sus ávidos ojos hambrientos quieran mirar. No todo será bueno ni recomendable. Habrá cosas que ellos mismos preferirán no haber visto y yo no podré protegerles.
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Habrá gente que les mire y se queden sólo en lo superficial, no llegarán jamás a ver lo que yo veo.
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Habrá ocasiones en las que me miren con esos ojos y me mentirán, con todo descaro.
Sin embargo, cuando me pierdo en sus miradas, también caigo en la cuenta de que…
(PROS:)
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La bondad puede verse si miras fijamente a los ojos de un niño.
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Ellos son mi milagro de vida (sin desmerecer al Tripadre). Ellos se crearon, crecieron y salieron de mí. Son mis hijos, para el resto de la vida.
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El amor de una madre hacia sus hijos es infinito.
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Puedo intuir sus pensamientos por el brillo de sus ojos. Me añado éste a mi lista de súper poderes.
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Espero que conserven siempre la ternura que ahora veo en sus ojos.
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Cuando sus ojos se llenan de alegría, mi corazón late más fuerte.
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La vida les rebosa por todos lados. ¡Hasta sus ojos están llenos de vida!
Sé que es un tópico, pero ojalá pudiera hacer que el tiempo fuera más despacio, poder pararme más detenidamente a saborear cada instante. Algún día crecerán, se irán de casa, formarán su propia familia y sabrán cuidarse solos. Al menos, eso espero. Sin embargo, me gustaría poder mirarnos a los ojos como nos miramos ahora. Parando el mundo a nuestro alrededor. A salvo de todo lo demás.