Vivimos en una montaña,
justo en la cima.
Hay una vista hermosa
desde la cima de la montaña.
Cada mañana camino hacia el borde
y arrojo cosas pequeñas
como partes de auto, botellas y cubiertos
o cualquier cosa que encuentre tirada.
…
Se ha vuelto un habito, una forma
de empezar el día.
…
Hago todo esto, antes que despiertes
para sentirme más feliz de estar a salvo aquí arriba contigo.
…
Es muy temprano,
no hay nadie despierto.
Estoy de vuelta en mi cima
aun tirando cosas.
Escucho al sonido que hacen mientras caen.
Las sigo con mis ojos hasta que chocan.
Me pregunto como sonaría mi cuerpo
estrellándose contra esas rocas.
…
Y al caer, ¿estarán mis ojos cerrados o abiertos?
Hyperballad de Björk, traducción cortesía de El blog de Fabian
Repasando conciertos y artistas imprescindibles en mi vida, me he apercibido que todavía no había hecho mención a la duendecilla que llegó desde Islandia, la (contradictoria) tierra del fuego y del hielo: Björk. Y a ella le tengo un cariño especial, puesto que la vi nacer (desde sus primigenios Sugarcubes, allá por 1988) crecer y multiplicar su talento hasta límites dificilmente alcanzables para la mayoría de los mortales. Björk es sensibilidad en estado puro y sentido del progreso.
Björk tuvo claro, desde un primer momento, que para seguir progresando en busca de tu estrella, tienes que lanzarte al vacío y estrellar tu cuerpo contra las rocas día tras día. No importa a quien ames, no importa quien sea tu compañero ocasional. Ni siquiera si los ojos están abiertos o cerrados. Aunque yo los preferiría tener cerrados. Los ojos cerrados nos invitan a soñar, a remontar el vuelo en busca de la estrella que nos guía, justo antes de estrellarnos.
Si al franquear una montaña en la dirección de una estrella, el viajero se deja absorber demasiado por los problemas de la escalada, se arriesga a olvidar cual es la estrella que lo guía. (Antoine de Saint-Exupéry)