Revista África

De mortuis...

Por En Clave De África

(AE)
Hace bastantes años, tuve la oportunidad de conocer a uno de los comandantes de lo que entonces era la guerrilla rebelde del Sur Sudán, el SPLA. En la región que estaba a su cargo, se había convertido en un verdadero sátrapa. Sabía de él que era imprevisible y que, si tenías la mala suerte de ponerte en su camino, era una persona de gatillo fácil y de moral bastante maleable... yo mismo pude comprobar cómo, para salir de un momento serio de crisis de De mortuis...suministros, no se le ocurrió otra cosa que mandar sus fuerzas al lado de la frontera (vivía muy cerca de la R D Congo) y provocar así un desastre humanitario, causando de manera deliberada el éxodo de miles de personas hacia la ciudad donde él tenía su cuartel general. Cuando ya tuvo bastantes refugiados alrededor, llamó a las agencias humanitarias y, después de mostrarles los miles de personas vestidas con puros harapos, les convenció de la conveniencia de enviar ayuda de emergencia de la que él se quedó al final un porcentaje bien interesante en concepto de “impuesto revolucionario.” Incluso pude ver en aquella ciudad los coches de la misión congoleña más cercana a la frontera que habían sido “liberados” por sus galantes tropas.

Pues bien, un día el buen señor se murió (todo el mundo sabía que tenía SIDA ya que varias de sus mujeres habían muerto de la enfermedad, pero te podían poner en la cárcel simplemente por comentarlo) y cuando abrí los periódicos digitales sudaneses y leí la necrológica, no me lo podía creer... Se aplicaba rigurosamente el aforismo latino De mortuis nil nisi bonum (de los muertos, nada que no sea bueno) los articulistas se derretían contando las alabanzas del finado y no pude en absoluto reconocer al “elemento de cuidado” que había conocido yo.

En estos días revivo los mismos sentimientos (aunque en este caso yo no tratara nunca personalmente con la persona en cuestión), al conocerse la noticia del fallecimiento de Paulino Matip, el segundo comandante en jefe del ejército sursudanés y una de las balas perdidas más relevantes del escenario geopolítico del Sur Sudán. Fue el líder del South Sudan Defence Forces (SSDF), uno de los grupos armados más volubles y de alianzas más “flexibles” y cambiantes que ha habido en las últimas décadas.

No tuvo reparo alguno en cambiar de bando tantas veces como le vino bien y juntarse incluso con las fuerzas armadas sudanesas, convirtiéndose en general del ejército y enfrentándose posteriormente al SPLA y a cualquier otro grupo que le fuera molesto. Era un ejército vergonzosamente al servicio del mejor postor. Incluso cuando decidió cambiarse la chaqueta una vez más y unirse a sus antiguos enemigos del SPLA, nunca aceptó una fusión de tropas. La condición para aceptar el acuerdo de paz de 2005 – y convertirse así de paso en segundo comandante en jefe en compensación por su gesto - era que él retuviera el mando directo de sus 50.000 efectivos de etnia nuer. Ni siquiera la decisión de aliarse con este grupo supuso la vuelta efectiva a la paz. Su ambición no tenía límites y cambiaba principios como quien cambia cromos. Quizás por esto Matip siempre tuvo razones (algunas reales, otras imaginarias) para ver conspiraciones contra él por todos lados ya que acusaba a todo bicho viviente de querer asesinarlo.

Si miramos a las necrológicas oficiales y más aún a los discursos políticos con ocasión de su funeral, uno podría tener la impresión que de que se estaba enterrando a una Hermanita de la Caridad o a un prócer de la patria. Casi ni una palabra que se refiera a desacuerdo, tensiones, rivalidades, diferencias o ambiciones. Sólo alabanzas y loas a un patriota, un sursudanés de pro y un militar de impecable carrera. Hay que rebuscar un poco en las historias que sobre él se han escrito estos días y encontrar un historiador (no sudanés, por cierto) para enterarnos de “otra dimensión” completamente olvidada en las soflamas funerarias. Algo así como... “[Paulino Matip] era el filibustero por antonomasia, dispuesto a aliarse con Dios o el diablo, dependiendo de quién le suministrara los medios para mantener su estilo y su ejército privado” (Robert O. Collins) Imagínense si algo así hubiera sido expresado en un discurso o en un comentario en la prensa local... chuzos en punta le habrían caído al historiador y se habría tenido que exiliar ya que lo habrían tildado de colonialista maldito y de querer mancillar el honor de los sursudaneses, de los militares o de los nuer que despiden a uno de sus hijos más queridos (y despiadados, si se me permite añadir)

Así son las cosas... a uno le gustaría llamar al pan pan (y más aún en cuestiones históricas) pero así de diferentes son las visiones y así de diversas pueden ser las crónicas “históricas. Todo depende del lado que esté uno, de si el finado era de mi tribu o de mi clan o del color social o político del cristal con el que se uno mire. Muertos impresentables con hojas de servicio inmaculadas... vivir para ver.


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