El mundo se mueve porque la gente se mueve. Según las Naciones Unidas, la migración es uno de los principales retos del siglo XXI y, si bien es evidente que no es un fenómeno pasajero, las maneras de entenderla varían: algunos la ven como un problema mientras otros consideran que es la solución a la crisis demográfica. A nivel global, se puede distinguir entre los factores de atracción y los de empuje, correlacionados, que fomentan la decisión de emigrar. La globalización, así como los avances en la tecnología y en los medios de transporte, facilitan la migración y, por ello, atraen. Por su parte, la fragilidad de algunos Estados, la falta de oportunidades o unas condiciones desfavorables en el país de origen pueden convertirse en factores de empuje, haciendo que la decisión de emigrar se presente como la mejor o la única alternativa. Por unas u otras razones, en 2017 el mundo albergaba a 258 millones de migrantes internacionales.
Proporción de inmigrantes en los distintos países del mundo.Sin embargo, en el caso de la migración en el espacio postsoviético se perfilan unos rasgos únicos que permiten estudiarlo más allá del paradigma general. Se puede hablar del movimiento de población en la zona a partir del mismo momento en el que los tovarisch —o camaradas— de la URSS se convirtieron en ciudadanos de Estados independientes. El proceso de desintegración de la Unión Soviética culminó el 26 de diciembre de 1991 —un día después de que Mijaíl Gorbachov renunciase a su cargo— con la firma por el Sóviet Supremo de una declaración por la que la Unión Soviética dejaba oficialmente de existir. A partir de esta fecha, el territorio de la que había sido una superpotencia se escindió en quince Estados soberanos.
La unicidad de la migración postsoviética
Al comienzo había una palabra, y la palabra era tovarisch. Bajo este término se agrupaba a todos los ciudadanos de la URSS. La nacionalidad entendida como pertenencia étnica tenía una importancia fundamental a la hora de identificar a los tovarisch e incluso para decidir qué derechos tendrían. Frente a este concepto, el de ciudadanía era monolítico: en cada extremo de la URSS, desde Asia Central hasta el mar Báltico, los tovarisch hablaban la misma lengua, escuchaban los mismos programas de radio, vestían la misma ropa y se afiliaban, mayoritariamente, al mismo partido, el Partido Comunista. Los niños usaban los mismos uniformes y estudiaban con los mismos libros de texto, soportando las mismas miradas paternalistas de los mismos retratos desde las paredes de las aulas. A la cohesión de este pueblo plurinacional también contribuía la política de deslocalización de los ciudadanos en función de los intereses del Partido con el fin de eliminar el arraigo a la etnia y sustituirla por el patriotismo.
Para ampliar: “Rusia, el último gran Estado plurinacional europeo”, Abel Gil en El Orden Mundial, 2016
El desplazamiento de personas en la Unión Soviética se limitaba casi exclusivamente al interior y estaba regulado por las autoridades. En función de la época y de la posición en la escala burocrática, obtener la autorización para salir al extranjero oscilaba entre extremadamente complicado e imposible. El Partido fomentó los movimientos de población desde las áreas rurales a las urbanas e implementó la política de asentamiento de los ciudadanos de etnia rusa en la periferia de la Unión. Los estudiantes universitarios tenían que abandonar sus ciudades natales una vez terminada la carrera: la obligación de trabajar en el destino asignado se consideraba el precio a pagar por la gratuidad de la enseñanza superior. De este modo, el Estado podía controlar las necesidades laborales de cada región, enviando a jóvenes profesionales a localidades en las que se necesitaba que ejercieran su oficio. Este sistema —denominado “distribución obligatoria”— se formuló en 1933, y en primer momento contribuyó a paliar la despoblación de Siberia.
La otra cara de las migraciones internas fueron los traslados de pueblos enteros que comenzaron en los años 30. Los alemanes del Volga y los tártaros de Crimea, entre otros, fueron deportados por su supuesta colaboración con el Ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Otros pueblos —desde los polacos y los lituanos hasta los karachayos y los balkarios— fueron expulsados por haber intentado preservar su identidad nacional por encima del límite tolerado por el régimen. Por ello, fueron destinados a los territorios despoblados del vasto espacio soviético, donde estarían confinados a campos de trabajo forzado en condiciones ambientales pésimas que vulneraban los derechos humanos. Siberia y los desiertos de Uzbekistán y Kazajistán se convirtieron en los principales destinos de los pueblos deportados, hasta tal punto que la composición étnica de estas dos últimas repúblicas cambió drásticamente. Kazajistán representa el caso extremo: desde el inicio de las deportaciones y hasta los años 80 los kazajos dejaron de ser la etnia mayoritaria en su propio territorio.
Para ampliar: “Los tártaros: un nombre para varios pueblos”, Katia Ovchinnikova en El Orden Mundial, 2019
Composición étnica de Kazajistán. Fuente: Wikimedia CommonsLa caída de la Unión Soviética en el invierno de 1991 supuso un cambio radical. A partir de este momento, los ciudadanos que se trasladaban de una exrepública soviética a otra eran considerados migrantes internacionales, independientemente de los vínculos que guardaban con el Estado de destino y de las razones por las que se trasladaban desde sus países de origen. Algunos pretendían reunirse con sus familias, otros huían de la persecución. Muchos intentaban encontrar la estabilidad económica, política o social. Lo que los unía entre sí y los distinguía, a su vez, de otros migrantes internacionales era el hecho de que compartían un trasfondo común: habían sido educados en el mismo sistema de valores y con el mismo idioma —aunque para muchos no fuera su lengua materna—. Se habían criado ante las mismas pantallas televisivas, escuchando la misma música y leyendo la misma prensa. Habían sido todos ciudadanos de un mismo país, camaradas unos para los otros. Y tras la caída de la URSS y la irrupción del capitalismo, se habían encontrado ante el misma vórtice de desconcierto, de ausencia de una orientación precisa como aquella a la que habían estado acostumbrados y de la necesidad imperativa de adaptarse para poder sobrevivir.
130 pueblos en quince Estados
Más que de vientos de cambio, tras la caída de la Unión Soviética se podría hablar de un huracán que se llevó por delante todo lo anteriormente establecido. El país que se había imaginado a sí mismo como una unión indisoluble de pueblos se separó en quince Estados siguiendo las fronteras que habían tenido como repúblicas. Kazajistán fue el último en independizarse de lo que quedaba de la Unión: la abandonó oficialmente cuatro días después de que lo hiciera Rusia, el 16 de diciembre de 1991. Ese año puso fin a la restricción de las libertades de movimiento para los que habían sido ciudadanos soviéticos. A la vez que una nueva identidad nacional, también recibieron el derecho a abandonar sus lugares de residencia e incluso a traspasar la antigua frontera exterior.
Para ampliar: “Kazajistán, la democracia de un solo hombre”, Katia Ovchinnikova en El Orden Mundial, 2019
Los primeros movimientos de población en el espacio postsoviético tenían una motivación étnica. Los datos del último censo realizado antes del colapso de la URSS —en 1989— retrataban el mestizaje de los diferentes pueblos en las entonces repúblicas. De los 145 millones de los rusos que componían la mitad de la población soviética, solo 119 millones residían en Rusia. Constituían, además, el segundo grupo étnico más numeroso en Kazajistán, donde eran 6,2 millones frente a 6,5 millones de kazajos. Los 18 millones restantes representaban un porcentaje significativo de la población de otras repúblicas: 33% en Letonia, 30% en Estonia, 22% en Ucrania, 21% en Kirguistán, 13% en Bielorrusia y 12% en Moldavia. Por otra parte, 33% de los armenios vivían en una república soviética diferente a la suya, lo que también les ocurría a 25% de los tayikos, 25% de los bielorrusos y 19% de los kazajos.
La distribución de los rusos étnicos en el espacio postsoviético en 1994. Fuente: University of Texas LibrariesLos resultados del censo de 1989 retrataron, sin pretenderlo, el punto de partida en el que los pueblos de los Estados recién independizados se encontraron en 1991. El principal movimiento demográfico de los primeros años de la década fue el flujo de refugiados, que huían de la persecución por motivos étnicos. La primera ola migratoria convirtió a Rusia en el país postsoviético que recibió el mayor número de inmigrantes, lo que tomó desprevenidas a las autoridades rusas. Durante seis meses algunos de los recién llegados acamparon frente al Kremlin de Moscú exigiendo que el Estado actuara en su defensa, hasta que fueron desalojados por las fuerzas de seguridad.
De este modo, a comienzos de la década de los 90, los rusos fueron el pueblo que más emigró en el espacio postsoviético, dirigiéndose principalmente a la Federación Rusa. Sin embargo, no eran los únicos que volvían a sus raíces. En el caso de Kazajistán, el Gobierno legisló para facilitar el regreso de los kazajos a través de la creación de condiciones de vida y de trabajo favorables. Turkmenistán y Kirguistán llevaron a cabo políticas similares. Letonia y Ucrania crearon departamentos gubernamentales de repatriación en 1991 y en 1993 respectivamente.
Los alemanes y los judíos fueron los dos grupos mayoritarios en abandonar las antiguas fronteras de la Unión. En el caso alemán, la política de Aussiedler implantada en 1953 en la RDA tuvo un papel fundamental. Gracias a esta regulación, los alemanes étnicos podían obtener la ciudadanía y regresar a la tierra de sus antepasados. Tras la desintegración de la URSS y la apertura de sus fronteras, 2 millones de alemanes provenientes del espacio postsoviético se atuvieron a la política de Aussiedler entre 1992 y 1999. Por su parte, la regulación de los derechos de los judíos en la Unión Soviética era diferente a la del resto de los pueblos. Tras décadas de represión, la posibilidad legal de emigrar a Israel les fue concedida en 1971, lo cual permitió a 250.000 personas abandonar la URSS antes de 1980. La política de apertura dirigida por Gorbachov desde 1985 dio a los ciudadanos soviéticos la libertad de culto, pero no facilitó el proceso de emigración judía: en 1987 tan solo 8.000 obtuvieron el permiso para salir del país. Después de 1991, la mayor parte de los judíos que salían de las repúblicas exsoviéticas se dirigían a los Estados Unidos y a Israel —367.000 personas—, y abandonaron la región en los dos años siguientes.
La economía detrás de los patrones migratorios actuales
El movimiento de población por motivos étnicos marcó los primeros años tras la desintegración de la Unión Soviética, pero comenzó a declinar a partir de 1994. El patrón migratorio actual se fue consolidando a partir de este año. La creación de fronteras entre las antiguas repúblicas fue suplida por la libertad de movimiento, declarada con el Acuerdo de Creación de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) en 1991. Un año más tarde, doce de los quince países que habían formado parte de la URSS reforzaron esta regulación con la firma del Acuerdo de Bishkek sobre el no requerimiento de visados para los ciudadanos del espacio postsoviético. Los Estados bálticos se abstuvieron de formar parte de la CEI, y más tarde la abandonaron Georgia en 2008 y Ucrania en 2018.
Mapa actual de la Comunidad de Estados Independientes. En amarillo, Turkmenistán como Estado observador y en rojo Ucrania y Georgia, que ya no forman parte del organismo. Fuente: WikimediaAnte la facilidad para emigrar, el principal motivo para la movilidad ha sido la búsqueda de mejores condiciones económicas o laborales. Los países que más podían ofrecer se convirtieron en receptores, y lo contrario les ocurrió a los que presentaban los PIB per cápita más bajos. A pesar de que la libertad de movimiento estuviese regulada desde el comienzo de los 90, la ausencia de mecanismos de control y la inicial imprecisión de las normas dificultaron el control migratorio. La Federación Rusa se convirtió en la mayor receptora de inmigración de la zona, con un balance migratorio positivo con todos los países de la CEI menos Bielorrusia.
Para ampliar: “Bielorrusia: veinte años de dictadura en Europa ”, Pablo Moral en El Orden Mundial, 2014
A lo largo de la década, el sistema migratorio se fue perfeccionando, estableciendo diferencias entre la migración permanente y la temporal y regulando los permisos de trabajo. La emisión de estos empezó en 1994 y escaló desde 106.000 permisos anuales hasta 3,8 millones en 2014, cuando alcanzó su nivel más alto hasta la fecha. El aumento de trabajadores extranjeros de los países de la CEI en Rusia no se detuvo a pesar de la entrada en vigor de un nuevo Código Laboral en 2002, por el que la invitación por parte del empleador se hizo necesaria para que un extranjero obtuviera el permiso laboral. Sin embargo, por esta razón creció el número de trabajadores migrantes en situación irregular, que se estimaba entre 3 y 10 millones de personas para el año 2005. El Índice Global de Esclavitud denunciaba en 2016 la explotación laboral, la violación de los derechos humanos y la xenofobia a la que se enfrentan los ciudadanos de la CEI en Rusia, en mayor medida si carecen de los permisos necesarios para legalizar su situación.
Sin embargo, para Rusia la inmigración es una necesidad. El declive demográfico y la falta de candidatos para los puestos de trabajo peor remunerados hacen que se precisen entre 800.000 y un millón y medio de trabajadores extranjeros al año. La inmigración laboral se emplea, principalmente, en los sectores con salarios más bajos, mientras que los inmigrantes altamente cualificados constituyen una minoría. A la vez, en el caso de la emigración ocurre lo contrario, lo cual permite hablar de una fuga de cerebros, que afecta a los llamados “trabajadores intelectuales”. Se estima que 42.000 científicos dejaron el país entre 2004 y 2016.
Entre 2000 y 2010, solamente la Federación Rusa y Bielorrusia presentaban unos índices de migración neta positivos, mientras que Uzbekistán, Ucrania y Kirguizistán se encontraban en una situación diametralmente opuesta. Kazajistán era, hasta 2007, otro destino de inmigración laboral importante, que alcanzó su pico en ese año con 59.000 permisos de trabajo. De entre todas las antiguas repúblicas, la kazaja cuenta con el mayor salario promedio, tan solo por detrás de Rusia. Para otros países no quedó más remedio que beneficiarse del sistema de remesas: en 2010, la mitad del PIB de Tayikistán —el país con el PIB per cápita más bajo de la región— provino de los ingresos de sus ciudadanos en el extranjero. En 2005, una de cada tres familias en Azerbaiyán, Armenia, Kirguistán y Moldavia dependía de las remesas.
En verde oscuro, los países a los que pueden viajar los ciudadanos de Tayikistán sin necesidad de visados. Fuente: WikimediaSi bien en la actualidad la migración en el espacio postsoviético continúa siendo principalmente interna, se pueden establecer patrones regionales en las movilidades externas. Rusia y Kazajistán tienen a Alemania como el principal destino de emigrantes de entre los países de la OCDE: el país germano reúne un millón y medio de los nacionales de estas repúblicas. Para Ucrania y Bielorrusia, el país de la OCDE que alberga al mayor número de sus ciudadanos son los Estados Unidos, seguido de Italia y Alemania. En el caso de los países bálticos, Reino Unido es el principal destino para los ciudadanos de Lituania y Letonia, mientras que la emigración de Estonia tiende a concentrarse en Finlandia.
El camino que no acaba
Rusia alcanzó su pico migratorio en 2014 cuando, a raíz de la crisis económica, el número de inmigrantes empezó a decaer. Esto se ve amplificado por la creciente tasa de emigración desde 2012, que en 2015 se tradujo en 350.000 emigrantes anuales. Ambas cifras confluyeron, en 2018, con la tasa de natalidad más baja y con el aumento de la mortalidad, dando lugar a un balance demográfico negativo por primera vez desde 1991. Otro indicador en aumento es el número de jóvenes que querría emigrar, que alcanzó el 44% en 2019 según los datos de la Fundación Gallup. La motivación política que caracteriza la última ola migratoria —desencadenada tras las protestas de 2011— permite a los analistas denominarla el “éxodo de Putin”.
En el caso de Ucrania, la guerra de 2014 y la anexión rusa de Crimea hicieron que el flujo migratorio hacia Rusia disminuyera en 3 millones, a la vez que aumentó en un 40% hacia Polonia. Este país es, desde 2013, el principal receptor de inmigrantes ucranianos. En Asia central, Kazajistán se convirtió en la mayor economía y en el principal receptor de inmigración de sus países vecinos. La Organización Internacional para las Migraciones considera que el flujo de 10 millones de personas en la zona es un proceso que favorece tanto a los Estados como a las personas. Esto se plasma en el caso de Tayikistán, donde el éxodo masivo tiene un gran impacto demográfico: puesto que un 93% de los emigrantes son hombres, el papel de la mujer en un país tradicionalmente patriarcal se está transformando.
Unos van y otros vienen en el espacio postsoviético. Los principales flujos migratorios se dan todavía dentro de la región, pero la globalización empieza a atravesar los patrones tradicionales. La migración —uno de los principales retos del siglo según la ONU— ya no encuentra telones de acero a su paso, por lo que la economía se convierte en el principal factor que mueve a las personas. Y cuando la gente se mueve, el mundo se mueve.
De moverse dentro de la URSS a migrar en el espacio postsoviético fue publicado en El Orden Mundial - EOM.