Las mujeres estamos ya en los medios en el mundo y también en el país. Tanto lo hemos reclamado que ahora es realidad, aparecen mujeres presidentas, ministras, herederas de maquiavelos, mujeres fatales, nietas de la Dietrich. Eso es innegable. Cada día tenemos información sobre algo que una mujer dijo o dejó de decir, hizo o dejó de hacer. Lamentablemente estas frecuentes apariciones no suelen ser para mostrar nuestras acciones más positivas o las valoradas socialmente, de modo que aporten a modificar en algo la mirada subvalorativa que persiste sobre las mujeres, que se comprueba en menores oportunidades, menores, salarios, violencia de género, etc., etc., sino aquellas en las cuales se reafirma nuestro ser “maligno”, nuestro lado oscuro y manipulador.
Mujeres fatales han estado detrás de la caída de hombres poderosos que frente a ellas son pintados como seres pusilánimes, desde la Eva, que en un primer intento de rebeldía y de autonomía se comió la manzana que quiso compartir con Adán, quien dócilmente la aceptó, lo que ocasionó la expulsión del paraíso, hasta la más reciente historia que ha conmocionado a la puritana sociedad norteamericana, como la llamó el Nobel peruano, el escándalo sexual en el que está involucrado el ex director de nada menos que la Central de Inteligencia Americana, la CIA, la misma donde se han urdido varias de las tragedias en nuestra Patria Grande y que, hasta donde sabemos, sigue actuando y cuyo trabajo seguimos temiendo. Nada menos que su director, el general con más condecoraciones en USA, el más reconocido y admirado, acaba de renunciar al descubrirse que mantenía relaciones extraconyugales con una experta en terrorismo, quien había escrito su biografía, casada ella, con dos hijos. Como discípula de Pandora, logró que se abriera la moderna caja donde de pronto surgieron todos los secretos, correos electrónicos, que representan para el general Petraeus todos los males que Pandora liberó, y han acabado con la tranquila vida de general jubilado. Como es que esto no se sabía, nos preguntamos casi con ingenuidad, siendo la CIA, ¡la CIA! repetimos con incredulidad, para caer en cuenta de que, confiando en la profesionalidad de la agencia, se sabía, pero se toleraba, se ocultaba para el bienestar del general hasta que algún asunto se tornó peligroso seguramente.
Fueron unos correos electrónicos anónimos que envió Paula Broadwell a Jill Kelley amenazándola, cegada por los celos, nos cuentan, pues creía que su amante, el general, la tenía también de amante. Nótese que no aparece para nada la buena esposa con la que el general llevaba 40 años de casado. Y en este caso, la puesta en autos al FBI de estos correos amenazantes nos lleva a conocer que había otro renombrado general, el general John Allen, Jefe de las Fuerzas de la OTAN en Afganistán, que también estaba cautivado por la otra, la que había recibido los correos amenazantes, y le había dirigido millones y millones de megaytes con alto contenido erótico.
Es interesante cómo se manifiesta en este caso la rivalidad entre mujeres por un hombre que algún tipo de reconocimiento o status les proporcionaba. Es la expresión del pacto patriarcal que nos impulsa a enfrentarnos entre mujeres para disputar un poco de poder, como lo menciona Carmen Alborch, autora del libro “Malas. Rivalidad y complicidad entre mujeres”: “no hay un enfrentamiento entre las mujeres porque la naturaleza así lo ha decidido, sino que los hombres, cuando pactaron – estoy hablando de hace miles de años, claro está –, pactaron estar en una determinada situación y tener un determinado poder, y nosotras quedamos relegadas a otro ámbito en el que debíamos rivalizar por conseguir lo que nos daba el estatus, el reconocimiento, el apellido; en definitiva, por el hombre, que era quien nos proporcionaba todo esto. Entonces, ésta ha sido siempre una manera de entender que tenemos que competir entre nosotras para que al final sólo quede una, la elegida, y dicho enfrentamiento se ha ido manteniendo y reproduciendo a lo largo de los tiempos”
Seguramente, ya pronto aparecerá la película sobre el defenestrado general, víctima de una mujer que lo sedujo, demostrando lo fácil que caen los generales en algunas guerras, aunque parece que algunos generales, como aquel que por el lío ya no liderará las Fuerzas de la OTAN, en lo que menos piensan es en la guerra: “Yo me paso la vida escribiendo y sé el tiempo que toma redactar una página. Para borronear de 20 a 30 mil, el general Allen, aunque escribiera con la velocidad del viento que se atribuye a Alexander Dumas, debe haber dedicado varias horas diarias de los 16 meses que lleva en Afganistán,” nos dice el escritor Mario Vargas Llosa, en su columna de El País.
En estas historias, casi sin querer, se muestra el poder oculto de las mujeres, que confrontan al poder patriarcal, la dominación masculina que se sustenta en el control de las mujeres, sobre todo de su sexualidad Ellas han roto los estereotipos de género, las convenciones sociales y se hacen dueñas de sus cuerpos para acostarse con quien les parezca, pese a las condicionantes sociales como el matrimonio, ya sea por gusto, por negociar más poder, por el placer de controlar aunque sea por un instante al poderoso que se muestra débil en la relación, manipulable, rendido a sus deseos. Ellas por un momento disputan el poder masculino y rompen el molde, se filtran en los resquicios que dejan los hombres y demuestran que en las relaciones de poder, tanto el dominador como las dominadas o subordinadas poseen algo de poder, es decir, las mujeres no sólo somos dominadas o víctimas. Son mujeres peligrosas aquellas que se filtran por los resquicios de poder, pues pueden llevar a la perdición, parece ser el mensaje que nos traen estas historias, por lo que necesitan de disciplinamiento. Por ello, luego obligadas por el escándalo que se nutre de los detalles, de la incursión en la privacidad rota, deben pedir perdón y asumir las culpas. “‘Ella está devastada y se arrepiente profundamente por el daño hecho a su familia junto con todos los demás’, informó la cadena ABC News, citando a un amigo no identificado de los Broadwells.” Vuelve el orden a partir del arrepentimiento, que es la prueba de que se ha actuado mal, la moral está salvada y podrán los hombres bajar la guardia y comprobar que ya no existe la amenaza a su poder, ni a su virilidad.
En el juicio que se establece y en la confesión y arrepentimiento público, se va desvaneciendo el miedo que provocan las mujeres fatales, que utilizan recursos que, cuando los aplican los hombres, son positivos, pero cuando están mujeres involucradas, nos remiten a la maldad y manipulación y se consideran negativos, impropios de su sexo. En estos juicios se reflejan las estructuras patriarcales tan vigentes, como está tan vigente la rivalidad entre mujeres, pues como dicen popularmente, la peor enemiga de una mujer es otra mujer. Veamos no más lo que Fabiola Morales, una militante del partido del ex alcalde de Solidaridad Nacional, expresó para denostar el trabajo de la actual alcaldesa de Lima a favor de las personas con discapacidad visual: “De verdad cree que cuatro semáforos van a mejorar la vida de tanto discapacitados? Qué cacareo!” Y de ejemplos de enfrentamientos entre las mujeres políticas hay muchos.
En Lima, en estos tiempos también están apareciendo mujeres fatales en la acción política cuya máxima expresión parece ser la primera dama. Mostrada permanentemente como ambiciosa, capaz de todo, “borrachita de poder” ha dicho su suegro, dispuesta a conseguirlo a toda costa, incluso dejando a su marido con la imagen de dominado, como la de aquellos generales que se dejan controlar por sus bellas amantes. La actuación de la primera dama actual rompe el mandato de género, lo esperado de las esposas de los presidentes y nos coloca frente a una nueva imagen de mujer dispuesta a utilizar para acceder al poder los mismos recursos que los hombres han utilizado históricamente, sin que éstos despierten tanta crítica y rabia, y eso es lo que confronta a la mayoría en el país, que esperan de las mujeres más silencio y recato. Lo lamentable para quienes creemos que deben haber más mujeres en el espacio público, más representantes del género femenino en todos los espacios de poder, es que la actuación de las mujeres políticas en el país no esté significando nuevas prácticas y estrategias de ejercicio del poder y que el cuestionamiento a los mandatos de género de parte de las mujeres que hacen política, como la primera dama o algunas parlamentarias, no esté aportando a la deconstrucción de los imaginarios sobre lo masculino y lo femenino que se evidencian también en el espacio público. Más bien se sigue mostrando y acentuando las imágenes de mujeres fatales y rivales, lo que al final resulta contraproducente en la lucha de tantas otras mujeres por la igualdad de derechos para todos y todas.
Por Rosa Montalvo Reinoso
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