Desde el momento del estreno, no he vuelto a ver De Noche Vienes, Esmeralda, de Jaime Humberto Hermosillo. No sé, entonces, qué tanto puede cambiar lo que escribí en su momento si la volviera a revisar en estos días. De todas formas, he aquí el rescate de unas líneas que escribí hace tres lustros sobre De Noche Vienes, Esmeralda, que se está exhibiendo en la Cineteca Nacional.
De
Noche Vienes, Esmeralda (México, 1997) es el largometraje número 19 en la cuenta del veterano
maestro del cine provocador por excelencia Jaime Humberto Hermosillo (El
Cumpleaños del Perro/1975, La Pasión Según Berenice/1976, Matinee/1977, Las
Apariencias Engañan/1978, María de mi Corazón/1982, La Tarea/1990, La Tarea Prohibida/1992).
Basado en un relato de Elena Poniatowska, el director de Intimidades en un
Cuarto de Baño (1989) optó en De Noche Vienes, Esmeralda por un tono de
farsa delirante para contar la historia de la Esmeralda del título (María Rojo,
qué remedio), una simpática enfermera semibobalicona que está casada con cinco
hombres a la vez. La historia se puede resumir así: ella quiere a los cinco,
los cinco la quieren a ella y todo el problema busca ser solucionado en un
juzgado presidido por Claudio Obregón.
Más allá de lo dispareja que es
la película -hay demasiados baches dramáticos; la cinta se vuelve repetitiva
hacia la mitad; abundan los chistes francamente mamilas; María Rojo actúa, como
es costumbre, en su gustado papel de María Rojo-, habría que rescatar
la desfachatez de Jaime Humberto Hermosillo para montar esta fantasía
rabiosamente promiscua, desafiando no sólo los convencionalismos sociales sino
–y esto es lo mejor- también los cinematográficos.
Hermosillo presume de un
muy cuidado manejo escénico (son excelentes las transiciones sin corte entre el
juzgado y los diversos escenarios), algunos de los
gags están bastante logrados, hay una muy disfrutable veta de grácil homenaje a
los clásicos personales de Hermosillo -de Nosotros los Pobres a Cantando Bajo
la Lluvia-, y el filme tiene una secuencia final antológica, con Claudio
Obregón (siempre magnífico) bailando y cantando Amorcito Corazón con más ganas
que virtuosismo, tratando de emular en su locura amorosa al mismísimo Gene
Kelly.
Da gusto, pues, toparse con un cineasta mexicano
(joven, viejo, experimentado, novato: da lo mismo) que no le tiene miedo al
ridículo y que se arriesga a caer en él con tal brío y decisión que varios cineastas
nacionales, tan solemnes, serios y estirados, desconocen. Con sus altas y sus bajas, este filme de Hermosillo
rezuma sinceridad e interés en sus personajes. No es poca cosa.