La vida (me) habla. ¿Lo habéis notado? Es importante pararse para percatarse de ello porque muchas veces son cosas sutiles, pequeñas y que no hacen mucho ruido. Como se suelen colar en la cotidianidad de nuestro día quizá no les prestemos atención, pero la vida (nos) habla, ¡y qué voz tiene! Es clara, potente, directa, no tiene doblez pues uno sabe que va directo a él. Pero a la vez, ese hablar es tan suave como la brisa del mar, tan dulce como una caricia que nos dejan desarmados ante la evidencia. Una evidencia que requiere nuestra persona entera y, en consecuencia, una actitud que se materialice en una acción. ¿Por qué? ¿O debería decir para qué? Precisamente de esto también va encaminada esta reflexión y compartir. El por qué nos lleva a pensar. ¡Qué importante! Nos hace bajar revoluciones y conectar con la realidad personal y con la que nos rodea. El por qué nos encamina a la razón de ser de las cosas: conocimiento. El para qué nos lleva a utilizar. ¡Qué responsabilidad! Nos hace discernir si emplear o no nuestra libertad. El para qué nos encamina a una visión materialista de las cosas: utilidad.
Hace un par de semanas inicié la lectura de un libro recomendado por una buena amiga y psicóloga. Es sobre la mujer. En él la autora trata todo lo relacionado con el ser mujer enfocado desde su lado erótico (amarse) y materno (donarse). Hubo una pregunta que llamó mi atención por albergar el por qué y no tanto el para qué, y que puso en movimiento un sinfín de pequeñas cosas que iban en la dirección indicada. Lanzaba esta pregunta: ¿pero en qué consiste la verdadera riqueza de la vida? Toda una provocación para despertar y reenfocar los valores por los que vivimos y con los que nos relacionamos. A veces necesitamos una sacudida de realidad para percibir la riqueza de la vida que tenemos y ese sinfín de pequeñas cosas han tenido un efecto decisivo para abrir(me) los ojos y agradecer de nuevo. ¿Hace falta recordar que la gratitud engrandece el corazón y provoca un bien enorme en quien la recibe? Puede que demos por supuesto muchos gestos y hasta los esperemos, pero quien los realiza se juega, en la mayoría de las veces, su vida, su descanso y ánimo, y hasta sus proyectos más nobles.
Pensaba en estas cosas y las unía entre sí tras ver un documental sobre varias historias de profesionales del fútbol español en la temporada 2019-2020. Después de varios capítulos se iban acercando a marzo de 2020 que, como todos sabemos, tiene nombre propio: COVID-19. Fue un impacto recordar las imágenes de las ciudades vacías de personas, ver lo que supuso en las vidas de tantas familias, conectar de nuevo con el dolor, la pérdida, la incertidumbre, la desesperanza, y llevarme a agradecer en silencio y en la distancia por tantas personas que han dado su vida estando ahí jugándose su salud para que otros lograran recuperarla. Apenas han pasado tres años... ¿o debería decir ¡ya han pasado tres años!? Hemos vuelto a la normalidad aunque todavía hay casos, pero parece que se nos ha olvidado aquello o, quizá, no queremos volver la mirada atrás. Es duro. Verlo en ese documental, rememorar esos meses confinados, las cifras de fallecidos y contagiados subiendo exponencialmente, los comentarios entre familiares y amigos..., no es agradable. Pero, repito la pregunta, ¿en qué consiste la verdadera riqueza de la vida? En lo que la muerte pone en evidencia y no nos damos cuenta de ello hasta que nos visita.
Cuando las cosas nos van bien o van simplemente, sin ningún tipo de dificultad o de empeño por nuestra parte, muchas veces no valoramos lo que hace que estén bien o vayan bien. Quizá no nos haya costado la vida llegar a ese punto, pero hay parte de nuestra persona implicada en ello y la de muchas otras. Cuando aparece la adversidad nos recuerda ese poco o mucho que habíamos logrado y echamos en falta. Es curioso cómo los contratiempos, las dificultades y situaciones adversas logran desestabilizarnos y hacernos entrar en una crisis a la par que provocan en nosotros apreciar lo que somos, lo que hemos logrado y construido juntos. Es un clic que necesitamos, queramos o no. Últimamente y a lo largo del discurso de la sociedad, veo que catalogamos como bueno algo que no nos impide seguir con nuestra vida y como malo algo que nos rompe los esquemas. En esto último acompañan emociones fuertes que dificultan ver horizonte y tener esperanza. Así no entra la gratitud por ninguna rendija y, por tanto, nos sumimos en la queja, la frustración, queremos otra vida y con ello otras circunstancias, familia, trabajo... Recuerdo la pregunta: ¿ en qué consiste la verdadera riqueza de la vida? Supongo que no es tanto algo que se pueda ver en la superficie sino que está dentro de nosotros y también en lo que se crea cuando vivimos unos con otros las adversidades, esas cosas que son lo contrario a lo que querríamos, pero no queda otra que vivirlas y pasarlas... juntos.
Escribo el párrafo anterior recordando lo que en aquel libro leí sobre las mujeres (y madres) que tienen una gran crisis en decidir si traer a la vida a un hijo con síndrome de Down. Sin entrar en debates y queriendo sólo poner el foco en la riqueza de la vida: la enfermedad o cualquier síndrome o carencia por qué tiene que hablarnos de retirar el amor, la acogida y la atención. De nuevo asomaba la gratitud pensando en tantas personas que acogen la vida en todas sus formas. Hay quienes se "complican" su existencia acogiendo personas con enfermedades crónicas (y raras), y otras con necesidades de atención y cuidado de por vida. Es de locos, ¿verdad? Un amigo decía que son locuras de amor y sólo los locos como ellos lo entendían. Escuchando a estas personas uno se percata de la verdadera riqueza de la vida. Si tienes la dicha de conocerlas y convivir con ellas es ya un plus a tu vida. ¿Por qué se conoce tan poco esta realidad de la adversidad? Quizá porque no la vivimos y pasamos juntos. Quizá porque no damos la oportunidad de vivirla y pasarla juntos. Quizá porque no tenemos el espacio y la acogida para compartirla. Quizá... es mejor no pensar en ello. Pero, repito la pregunta: ¿ en qué consiste la verdadera riqueza de la vida?
Termino pensando en las personas, siempre en las personas. La riqueza de la vida somos nosotros. Y, sobre todo, los que acompañan a personas en su camino personal y dedican su tiempo escuchando, siendo refugio, apoyo, dando palabras, aguantando incoherencias, idas y venidas, hasta sufrir con y por ellos, sólo para que puedan reconocer la riqueza de la vida, tengan esperanza y ganen su vida poniéndola al servicio. No sale del corazón otra cosa que gratitud por todo, por tanto, por ti, por la vida. De nuevo, gracias.