Revista Política

De nuevo sobre la Modernidad y la Posmodernidad

Publicado el 08 enero 2011 por Peterpank @castguer
En la Modernidad se consolidan las estructuras de poder, que fascinan  y someten a los hombres porque les promete su plenitud individual a cambio de aceptar su omnipotencia legislativa, su sumisión. Esta promesa ha sido incumplida y como consecuencia surge un posmoderno sistema valorativo que ha desprovisto de códigos de pertenencia al individuo, que se vio obligado a depender de “la interpretación espectacularizada de las estructuras de poder”.
 Las modernas teorías sociológicas y la ciencia política, al emanciparse del pensamiento aristotélico (el hombre es un animal social por naturaleza)se han hecho más permeables a las ideologías y a las arbitrariedades del poder.
 Para Weber el poder, que es amorfo, se basa en voluntades fundamentadas en dominaciones arbitrarias que se imponen unas sobre otras. En cambio, para Durkheim, el poder es la primacía de lo colectivo sobre el individuo. En ambas posturas subyace un profundo pesimismo respecto a la naturaleza del poder. La legitimación de la democracia actual no significa en absoluto una mayor participación de la sociedad en la estructura de poder.
 La Modernidad política confirma el triunfo del democratismo universal. Sin embargo, el individuo apenas participa en el proceso, bajo la creencia en el mito del progreso, que implica unas restricciones que garantizan la felicidad. La consecuencia de la estructura de poder moderno es la aparición de individuos homogeneizados y la desaparición del concepto de persona como ser original e irrepetible.
 La Modernidad política nace con la Reforma protestante que sustituye la religión por la política (secularización). Esto se traduce en una sacralización de lo profano, una fascinación por un Estado Redentor que elimina el poder espiritual e instaura el derecho divino de los reyes. Poder que, supuestamente, después se traspasa al pueblo. El gnosticismo, a través del protestantismo, ayudó a divinizar las estructuras humanas occidentales (sobrenaturalización del poder).
 El Estado Moderno es Redentor porque permite la superación del estado de la naturaleza, que es la tragedia humana, porque genera desigualdad. Así, la legitimación de un Estado igualador sólo puede entenderse desde su capacidad de representar la igualdad como una forma de racionalidad. Esta clase de Estado ha sido defendido por Hobbes, Locke, Spinoza, Rousseau (Voluntad general que se autodetermina a sí misma y se impone sobre las demás voluntades) y Hegel (anarquía constituida, individualidad absoluta). Todos ellos reflejan una voluntad general superior que se impone arbitrariamente sobre los individuos y su naturaleza humana.
 El Estado Moderno pasa a ser el agente de la re-divinización de la sociedad, de la autorredención gnóstica. Quiere ser el Reino de Dios en la Tierra, la salvación de la naturaleza humana, lo absoluto y a la vez liberador, “representante de la racionalidad objetiva, pero configurador de las conciencias subjetivas”.
 Los métodos de dominación de las estructuras de poder actual, derivan de la crisis del Estado Moderno. En la Posmodernidad el poder no crea símbolos externos visibles sino que se esconde simbólicamente en forma de autoconvencimientos, autocensuras y autorregulaciones. El poder se legitima por un “final de la historia” que es la globalización, la pacificación y el democratismo universal.
 Pero este mecanismo desarticula todo discurso revolucionario. Sólo se admite la revolución subjetiva, pero dentro de un poder que no admite nada fuera de él.
 Lo fundamental en la Posmodernidad es el nuevo sistema de valores, que se complementa con el de la Modernidad. El individuo acepta realidades universales porque ya no quiere entregar su voluntad de manera consciente a las estructuras de poder. Si se entrega a la naturaleza se llama ecologista, si se entrega a una humanidad abstracta se llama solidario y si se entrega al multiculturalismo, lo hace para “aliviar el individualismo homogeneizante”. Los valores posmodernos como la solidaridad, la ecología o el multiculturalismo no son casuales, sino que permiten consolidad la actual estructura de poder.
 La política se muere porque el hombre está dejando de pensar y de actuar. El hombre no participa, se ha abandonado a la opinión pública,  a la que se ajusta todo el conjunto. El hombre posmoderno no lucha, es apático, se abstiene porque la historia, simbólicamente, se ha culminado y ya nada depende de él.
 El hombre no puede ser instrumento de un proyecto político o económico, porque siempre es un fin en sí mismo. La única condición para la vida social es que haya ámbitos sin regular porque la sociedad tiene capacidad de autorregulación.
 La construcción social debe realizarse de abajo a arriba y no al revés; la estructura de poder sólo debe actuar subsidiariamente respecto a la vida social. Es decir, el Estado sólo puede intervenir dónde no logre sus fines la sociedad, ya familiar ya individual.
 La educación debe depender del núcleo familiar porque toda objetividad proveniente del poder político degenera en educación para el control social. La educación tiene su origen en el amor interpersonal que sólo se da entre personas (padres e hijos) y no en el interés de la estructura de poder.
 Debe darse una reordenación de los valores, una percepción coherente de lo esencial respecto de lo accidental, para evitar el relativismo, panteísmo o nihilismo, que muestran las fisuras entre el propio hombre y su dimensión social. La estructura de poder debe volver a hacerse visible, que pueda ser visualizada para exigirle responsabilidad. Pero no se espere una redención del poder, porque el poder no debe redimir la sociedad, sino permitir y ordenar la vida social.
 En la Modernidad aparecen las filosofías del contractualismo a través de las propuestas teocráticas protestantes. En los Estados demoliberales modernos está presente una gran contradicción. Se desea la individualidad pero el Estado es ultra-legislador y omnipresente. El cambio que se está produciendo es que la Posmodernidad trae consigo una reformulación del concepto de Estado. No desaparece físicamente sino que se transmutan sus códigos simbólicos.
 Hay un proceso en las estructuras de poder. Frente a la ética de la ciudadanía, aparece una moral light, soft o a la carta que configura el sistema de autocoacción posmoderno. El esfuerzo o sacrificio están deslegitimados y prevalece un deber edulcorado. El monopolio de la violencia física del Estado Moderno se está transformando en un sofisticado sistema de emisión de órdenes invisibles procedentes de las estructuras de poder posmodernas.
 Las dos formas gnósticas de la Modernidad: la ahistórica (contractualismo) y la historicista (ideología de progreso)se presentan ambas como la culminación de la historia porque no permiten la concepción de un tiempo futuro mejor.
 El mito del progreso contrarresta el pesimismo sobre el poder al dotar de un final en plenitud. Esta idea se ha reflejado en la Sociedad Comunista de Marx, la República Universal de Kant, el Estado Positivo de Comte o la Racionalidad del Estado de Hegel.
Lo que resulta llamativo, curioso, de los sistemas democráticos actuales es que los gobernantes se presentan como servidores públicos. Antes el poder no trataba de divinizar a sus súbditos. Ahora el Estado diviniza al súbdito, lo quiere redimir. La clave está en que el súbdito a su vez diviniza al Estado (puede opositar, es contribuyente, paga impuestos, vota) y desea ser redimido por él. La estructura de poder considera que el individuo no es hombre todavía sino que debe ser humanizado, perfeccionado, hacerlo ciudadano universal.
 La nueva estrategia de la estructura de poder es la globalización. Consiste en una eternalización natural, invisible e inevitable del presente, algo que ya está aquí, pero que nunca llega.
 Puede recordar al proceso de construcción de la Unión Europea, que también se presenta como una plenitud que es inevitable. Una especie de Estado Europeo que se genera por el colapso y desintegración de la civilización cristiano-occidental. Toynbee se refiere a este proceso como un “intento inútil por frenar la desintegración social, a partir de un falso sentimiento de unidad”. Sus instituciones tratan de llenar un vacío social y se legitiman por ser garantes de la paz.
 En la Posmodernidad quién no maneja los tópicos, clichés y consignas del poder se delata ante los demás como un individuo inadaptado, que no va a la moda, que no ha alcanzado el grado de ciudadano (en España, por ejemplo, para adaptar a los alumnos se les hace aprender Educación para la Ciudadanía).
 Los individuos han de procurar interiorizar las consignas que emana de las estructuras de poder para integrarse en la masa y no ser discriminados. Por tanto, el intelectual posmoderno es aquel que mejor maneja los tópicos y consignas del poder.
Sin embargo, es muy cierto que prácticamente no queda ámbito de la existencia en la que el individuo no encuentre motivos de culpabilización y autocensura.
 En la Posmodernidad todo está permitido, no hay lugar para la verdad, basta con cumplir unas leyes civiles en las que pocos creen y no fastidiar al vecino. Como dice Lakoff, las ideas de un individuo no es el resultado de una decisión de la voluntad, sino el signo aparente con el que uno se presenta ante la sociedad (pegatinas, un periódico bajo el brazo, una emisora de radio que se escucha, una vestimenta concreta). Son signos que revisten a la persona y que la definen en una determinada posición política.
 La Modernidad era la voluntad del sujeto y la Posmodernidad es un conjunto de modelos maniqueos y superfluos. La política consiste en que un tipo de bien triunfe sobre un mal. El mal se reduce a no gobernar y sólo depende del resultado de las elecciones. Como todo depende del resultado de la votación cuyo mandato es ilimitado, crece la importancia de los medios de comunicación, que son los que se encargan de “vender el producto”, generalmente de carácter bipartidista.
 Los políticos, profesionales, utilizan el marketing para transmitir emociones mediáticas con las que llegar al electorado. Por eso, la mejor manera es simplificar la realidad y llevar un mensaje emocional al segmento de población deseado. Por supuesto, proclamando más protección estatal para ese grupo.
 Ningún político profesional en su sano juicio diría la verdad sobre un asunto si le perjudicara, o defendería públicamente una menor protección a los ciudadanos, salvo que quisiera perder intencionadamente unas elecciones. Lo de menos en la democracia partitocrática posmoderna es el producto que se vende, que en muchos casos ni los propios vendedores saben cuál es. Lo importante es la creación de la necesidad en el votante para que lo consuma y soporte la estructura de poder. Es decir, creando las mismas necesidades que la Iglesia requería para mantenerse.
 Lo curioso y extraño es que los consumidores/votantes no exijan responsabilidades al vendedor del producto defectuoso que compran. Además, es poco frecuente que el electorado se sienta responsable de una mala elección, porque es muy duro reconocer un error, y menos si ese error es político.
El funcionamiento actual del sistema político creo que puede considerarse que está directamente relacionado con las ideas de Edward Bernays, sobrino de Freud.
 Bernays declaró que “si logramos entender la motivación de la conciencia grupal, sería posible controlar a las masas sin que se den cuenta”. En su obra “Cristalizando la Opinión Pública” (1923) estudia el tema del poder y comenta que influyendo en los líderes se consigue dominar al grupo que los sigue. La mala publicidad es la que resulta antisocial.
 Las prácticas de este “científico social” están muy presentes en la actualidad porque permiten desarrollar emociones a través de la información y dirigirla hacia un objetivo. Esto ha quedado demostrado en la figura de Obama, como ejemplo de político carismático. Dedicó todo una campaña electoral a vender su liderazgo mediante el marketing, creándose una ilusión prefabricada prácticamente en todo el mundo. Hubo un sentimiento universal de adhesión casi incondicional hacia este político profesional, que basaba todo su programa mesiánico en un simbólico slogan ininteligible (yes we can).
 El poder centralizado, al eliminar la vida social, abre las puertas al individualismo, que es la consecuencia lógica de la estructura de poder. Esta idea es interesante porque por un lado se quiere ser individual pero el propio individuo se convierte en masa. Uno se hace individualista para hacer lo que a uno le apetece. Sin embargo, lo que a uno le parece no siempre es conveniente y lo que no es conveniente no trae felicidad. La felicidad supone una búsqueda personal que se realiza en comunidad por narices. Requiere un aprendizaje que comienza en la familia, dónde la persona aprende a ser fiel y a valorar al otro por lo que es (digno y trascendente) y no por lo que hace, piensa, tiene o aparenta. Por esta razón el individualismo es opuesto al amor y a la felicidad porque prescinde de la mediación de los otros, de la búsqueda para ser uno mismo instrumentalizando a los demás para su propio bien y utilidad.
 El individualista se cierra el camino a la felicidad él mismo y se encierra en su soledad egoísta aunque esté rodeado de una multitud. Esta situación se agrava en unas estructuras de poder que fomentan el individualismo y no la familia.
 La Posmodernidad significa que el Estado Moderno ha entrado en crisis. Las estructuras de poder se hacen invisibles generando un sistema de valores simbólicos en el que no cabe la discusión política. De ahí la muerte de la política. Actualmente es interesante el hecho de que proliferen ONG ´s  solidarias y organizaciones ecologistas. Este fenómeno podemos entenderlo como un intento de compensar la angustia por la individualidad. Se consume “solidaridad” como si se tratara de un producto más del mercado. Una especie de generosidad a tiempo parcial. Más cantidad de solidaridad se consumirá cuanto más individualismo haya.
 En cuanto al sentimiento ecológico, la ecología reivindica un sentido de la naturaleza que en algunos aspectos la contradice. Por ejemplo, la naturaleza nos lleva a asociar sexualidad con reproducción. Sin embargo, en la posmodernidad impera “el sexo sin reproducción y la reproducción sin sexo”. Además se pide una fidelidad total en la relación con los animales (especialmente con el trato a las mascotas o animales de compañía), mientras que se legitima y se legaliza sin ningún reparo el abandono de las personas (a las que se prometió amar toda la vida) o dejar a los ancianos aparcados en los asilos (porque son un incordio para la libertad individual).
 En lo relativo al multiculturalismo, su auge es debido a la carencia de símbolos de identificación. Las estructuras de poder nos llevan a un mundo ecléctico en lo valorativo y a una rígida homogeneidad.
 El estudio de la globalización es posible relacionarlo haciendo referencia al ejemplo del fútbol. Este deporte trata de educar socialmente en que hay que someterse a unas reglas de juego universales que no dependen de la decisión de los espectadores ni de los jugadores. En el mundo del fútbol (clubes, ligas, federaciones, árbitros, mundiales, horarios y calendarios, derechos televisivos), todo está regulado y organizado para que no haya mucha individualidad y descontrol (autoridad anónima).Los propios futbolistas profesionales aceptan que se les trate como mercancía transferible que tiene un precio especulativo y negociable. Subastan  su fidelidad y su juego a unos colores. Se convierten en mercenarios universales. Todo ello con el beneplácito de la afición y con la bendición de las marcas multinacionales y los patrocinadores.
 En el mundo de la política global, resulta inquietante el pensamiento y valores de los que se suponen que han ideado y promueven la globalización y la unificación mundial. Paul Henry Spaak (1899-1972), uno de los fundadores del Mercado Común Europeo (Roma 1957), y secretario general de la OTAN de 1957 a 1961, dijo así en un famoso discurso, “Nosotros no queremos ya más comités; tenemos ya demasiados comités. Lo que nosotros necesitamos es contar con un hombre que posea la suficiente estatura para coligar a todas las demás personas y que nos saque de esta triste crisis económica en la que estamos a punto de hundirnos. ¡Mandadnos a ese hombre! Lo vamos a recibir, lo mismo si viene de Dios como si viene del diablo!”.
 Añadiría una característica más a la descripción de la Posmodernidad, que es el  renacimiento de las tesis malthusianas. Existe la creencia extendida de que el planeta está excesivamente poblado y de que tanta humanidad resulta mala porque se hace la vida insostenible.
 La cuestión es que cuando se emite este juicio, se realiza porque se piensa que es el otro el que sobra del mundo y no uno mismo. Los que así piensan no dan ejemplo sacrificándose y desapareciendo por solidaridad, para dejar espacio vital al resto. Apuntan casi siempre al otro, proponiendo la eliminación del prójimo por motivos económicos. Preferiblemente señalan posibles  soluciones para el  más débil, para el inocente (aborto para el indefenso nasciturus, eutanasia para el enfermo o anciano, limitación del derecho de procreación de la mujer, esterilización etc.). De la preocupación por la propia supervivencia se ha pasado al temor por el derecho a la vida de los otros.
 En definitiva, advertir del peligro político de la democracia si esta sólo está sujeta a elementos emocionales. Es decir, si la reflexión y participación se sustituyen por la política espectacular en el que el ciudadano pasivo e hipnotizado se dedica a refrendar a los profesionales de la política en función de sentimientos e impresiones causados por las campañas sociales. La Modernidad pretendió exaltar al hombre ofreciéndole el dominio sobre la naturaleza. El problema es que en esta liberación se ha encadenado a una serie de dependencias que le llevan al vacío.
La propia estructura de poder llena ese vacío con ciertas dosis de superstición y elementos mágicos e irracionales, con el fin de que el hombre obedezca y renuncie a pensar por sí mismo y a lo trascendente. Esta postura del poder es lógica, y me recuerda a lo que ocurre en la novela Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. Los bomberos incendian los libros porque leer obliga a pensar. En el país de Montag está prohibido pensar porque leer impide ser ingenuamente feliz. Y hay que ser feliz porque lo dice la ley.
Todas las ideas comentadas se conectan con El Grito, de Munch.
 Aparece en primer plano una figura andrógina y solitaria que simboliza a una persona gritando, desesperada y angustiada. Todo a su alrededor está confuso y borroso. Provoca un sentimiento de incomodidad en el espectador. Nadie debería permanecer indiferente ante el grito y el sufrimiento del otro. Podría tratarse del grito de desesperación de la humanidad frente a la violencia que supone el vacío de la incomunicación.
 P.S.B

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