Revista Cultura y Ocio

De otra galaxia – @virutl38

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Aquella podría ser una mañana más. Como cualquier otra. Pero no lo era.

Aquel hombre vestido con un mono de trabajo azul. Con unas letras blancas y gastadas. Aludiendo a no sé qué empresa de construcción. Con una gorra negra puesta. Y que llevaba un rato caminando por los pasillos de la línea 2. Se para en el medio de todo aquel caos atestado de gente. El metro en hora punta. Un hormiguero inacabable. Una riada.

Lleva una especie de caja a la espalda. Como una funda. Y dirás tú. Un tío que trabaja en una empresa de construcción. Con una caja. Pues vaya. Serán sus herramientas. O su comida. Pues como todos.

Pero no. La abre en la zona cercana a una curva. El pasillo se ensancha. Y de la caja saca una sillita de esas plegables. De las de los pescadores. No sé si sabes de cuáles son. Muy chula. Pues va el tío y la pone en el suelo. Y se sienta.

Y entonces no te lo vas a creer. Saca un violín de la caja. Un violín. No. No. Un puñetero violín. Y comienza a tocar. Pero a tocar como un artista que alucinas. Con un entusiasmo que no era normal. Y cómo sonaba.

Pues por ahí iba yo. Pensando en mis cosas. Y veo que el tío saca un violín. Y toca una melodía que me sonaba de alguna de estas de las clásicas. O de cine. No sé. No distingo muy bien que ya sabes que soy de Los Suaves de toda la vida. Pero es que aluciné cómo lo hacía.

Yo me quedé flipado. Paralizado diría yo. Tocó durante 45 minutos. Pero no pedía ni nada. No tenía cartel. Eso sí. La gente no le hacía ni caso. Casi todos con sus móviles. Y sus cascos. Cada cual con su historia y sus tonterías. Pues terminó de tocar y excepto un par de señoras mayores. Dos despistados. Y yo. El resto pasó olímpicamente.

Lo que te digo. Era una situación como de ciencia ficción. Como si todas aquellas personas estuviesen en otra dimensión. Y no viesen al tipo aquel. Tocando el violín. Era como de otra galaxia. Te lo juro.

Y al día siguiente voy y lo leo en el periódico. Era un jodido experimento. Pues resulta que el tío de la pinta de obrero era un violinista conocidísimo. Algo así como el Superman de los violinistas. Y no te lo pierdas. Que el violín era un Stradivarius de esos. Decía la noticia que de no sé qué siglo. Y que costaba como tres millones. Tres millones. Manda cojones.

Pues alucina. Resulta que el tío este. Unos días antes. Había tocado en el Teatro de la Ópera. Con todo lleno desde hacía meses. Y las entradas como a una millonada. Una locura. De verdad.

Pues después te mando el enlace. Porque resulta que se grabó en video. Y todo el mundo de aquí para allá. Y se me ve a mí. Ahí a lo lejos. Mirando.

Yo te aseguro que el experimento este me da que pensar. No entiendo mucho de estas cosas. Pero esto me dice que somos unos mendrugos. De verdad. Le damos valor a las cosas. Porque las vemos en un lugar o de una forma. Y ya pensamos que ahí son Arte. Digo yo.

Pero claro. Te traes al mismo tío y lo pones en el metro. Y es uno más. Será bueno o lo que sea. Pero ya no lo miras como Arte. Es rutina. Y sigues con tu Spotify o tu radio.

Y me quedé con una frase del periódico. El tío este. Ahí donde lo ves. Era una obra de arte sin moldura. Era como un lujo envuelto en papel de hoja parroquial.

Que no. Macho. No me las doy de intelectual. Manda cojones que me digas tú eso. Pero sí te digo que después lo hablé con Paqui. Y ella me dijo que eso era un claro ejemplo de tantas cosas que pasan en nuestras vidas. Que son únicas. Singulares. Y que no les damos ni importancia porque no vienen con la etiqueta del puñetero precio. Al final lo que tiene valor real para nosotros son marcas. Precios. Etiquetas. Es lo que el puñetero mercado dice que podemos tener. Sentir. Vestir. Ser.

Joder. La Paqui. Cómo no la voy a querer. Tal y como me habla.

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