No fue fácil. Por más que les vendí la historia como una aventura de comilona sin igual, que no iban a olvidar en sus vidas, la emoción y la excitación de la novedad, además del cansancio evidente les podía. Pero allí planté a la familia, dispuesta a recrear tantas tardes -aún a la fuerza, menuda soy- esta vez rodeada de chaveas (aquí, como véis sumergida totalmente hasta en el léxico). Y venga,
- ¿Qué os pongo?Y al rato:
- Un batido
- Yo agua
- ¿No quieres batido? Mira que nos conocemos y vas a querer el de tu hermana luego.
-¡Qué no, que quiero aguaaa!
- Pues dos batidos, un agua, dos Tes y tres pañuelos. Con chocolate, así, como para una boda.
- A ver cariño, ¿tres no serán mucho?¿Y con chocolate? Que a mí no me gusta.
- Nada, nada, que son tres niños y yo. Ya verás como encima falta.
- ¡Quiero batidoooo!La memoria es efímera. Mucho. Mi recuerdo acerca de las cantidades es cierto que se tambalea. Y sí, algo impulsiva y con el ansia. Así que, cuando llegaron las viandas me entraron agonías y fatigas varias sólo de ver los platazos. Los pañuelos (Msemmens) son un tipo de crêpe o pan plano elaborados con sémola de trigo duro, harina de poca fuerza, sal, levadura fresca, aceite y agua. No es un dulce lejos de los que se quiera pensar y se presenta recién hecho. Al comerlo se ve que se ha estratificado la masa y está compuesta de diferentes capas. Al ser de sabor neutro admite cualquier condimento, pero claaaaaro, llega la enferma y pide chocolate, ahí. a dolor. (La receta si os atrevéis la encontraréis aquí)
-¿Lo ves? Es que lo sabía. Pues ahora te aguantas.
- ¡Quiero batido! ¡Buaaaa!
- No pasa nada mamá, yo lo comparto.
A los niños les encantó, a los tres, y sí sobró uno. No hace falta decir ni explicar el resultado de la combinación Niños + chocolate en cantidades industriales + boca pequeña + trozos gigantescos. Sólo decir que me quedé sin toallitas, sin agua, servilletas, ni nada susceptible de limpiar morros, manos y ropa. Aún no entiendo cómo pudo acabar el chocolate en el ombligo y los tobillos del pequeño, pero lo hizo. Lo bueno, que no volvieron a tener hambre hasta bien entrado el día siguiente. Lo malo, las dos lavadoras posteriores y mi orgullo herido. Aunque he de decir que la emoción que me embargó en ese instante de volver a deleitarme con un sorbo de Té de hierbabuena dejó atrás cualquier agobio de niños chillones y espitosos. La verdad sea dicha. Próxima parada: una de jeringos (Baghrirs o crêpes milagujeros), pero esta vez, con más moderación. (Receta aquí)
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