Estambul no es sólo una ciudad hermosa, es uno de esos lugares que enganchan. Tiene un algo seduce, como ocurre con Londres, un ambiente que no tienen otras ciudades, majestuosas e impresionantes igualmente, pero a las que les falta ese halo que las hace especiales.
Lo primero que impacta es su situación. Entre dos continentes, entre dos culturas, entre dos mares. Rodeada de azul de una manera singular, dividida por el Bósforo y penetrada por el Cuerno de oro. Sin duda, es esta localización, ese estar en medio, lo que le aporta su carácter abierto, acogedor y amable. Una posición que la ha marcado a lo largo de los siglos y que, sin remedio, la convirtió en una población de mercaderes, siendo difícil distinguir si es un mercado dentro de una ciudad o una ciudad dentro de un mercado.
Estambul al atardecer desde el café de Pierre Loti
A los que la visitamos desde el occidente nos llama la atención su perfil recortado sobre el cielo, minado de mezquitas, de cúpulas y alminares desde donde los almuecines llaman a la oración. También ese momento es impresionante. Los cánticos se superponen, se mezclan las llamadas de unas mezquitas con las de las otras componiendo una especie de estribillo global a dos o tres voces.
El arte te rodea en diferentes soportes. Palacios, museos, mausoleos y cementerios, cientos de mezquitas cada una hermosa a su manera, cisternas, columnas y mosaicos. Me emocionó encontrarme de frente con el Pantocrátor y con la Virgen y el Niño en Santa Sofía, tantas veces lo vi en mis libros de texto que sucumbí ante ellos. La grandeza del Palacio de Topkapi y especialmente, el Harén, hacen sencillo que sientas estar en medio de un cuento de las mil y una noches. Las intrigas, los eunucos negros, la madre del sultán, las concubinas… te da la impresión de que de un momento a otro las verás en una de las innumerables salas decoradas con mosaicos descansando sobre sus enormes sofás.
La puesta de sol en Estambul debe ser una de las más bonitas del mundo. Si visitan Estambul, no se pierdan las vistas desde el café de Pierre Loti, situado en lo alto de una colina, ofrece una panorámica de la ciudad desde el final del Cuerno de Oro. Es un auténtico espectáculo con el que despedir el día y dar la bienvenida a la noche.